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La segunda oportunidad del pragmático Kurz

El joven líder democristiano es favorito en las elecciones adelantadas en Austria por el escándalo de corrupción de su antiguo socio ultraderechista

Sara Velert, enviada especial
El conservador Sebastian Kurz saluda a sus partidarios en un acto de final de campaña, el viernes en Viena.
El conservador Sebastian Kurz saluda a sus partidarios en un acto de final de campaña, el viernes en Viena.JOE KLAMAR (AFP)

Sebastian Kurz tiene fama de medir cada comparecencia, cada mensaje y paso de su carrera política, que le llevó sin tropiezos a lo más alto, a la cancillería de Austria, con tan solo 31 años. Una trayectoria fulgurante y en línea recta hasta que decidió aliarse con el partido ultraderechista FPÖ para formar gobierno en diciembre de 2017. El plan que había ideado el líder democristiano austriaco para al menos una legislatura saltó por los aires apenas año y medio después por el flanco débil, el socio de coalición, al que no pudo controlar. El líder ultraderechista Heinz-Christian Strache, su vicecanciller, aparecía en un vídeo grabado con cámara oculta apoltronado en un sofá en una casa de Ibiza planteando la financiación ilegal de su partido y la venta de favores a una falsa magnate rusa.

Kurz zanjó el asunto con un “ya es suficiente” y puso fin al pacto de coalición el pasado 18 de mayo. El Parlamento hizo el resto; le retiró la confianza y le sacó de la cancillería tras solo 525 días de Gobierno. El destituido reaccionó al más clásico estilo populista: “El Parlamento ha tomado su resolución; el pueblo decidirá”. Se declaró víctima de la incapacidad de la ultraderecha para gobernar, pidió la confianza para continuar su proyecto y en los últimos meses se ha sacudido la sombra corrupta del caso Ibiza recorriendo el país para estrechar manos, posar pacientemente para un sinfín de selfies y escalando montañas con ciudadanos de a pie.

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El plan parece haber funcionado. Kurz mantiene su alta popularidad y es el favorito, aunque sin mayoría, a la victoria en las elecciones adelantadas de este domingo. Tiene al alcance de la mano una segunda oportunidad de encabezar el Gobierno. La cuestión será con quién. A la ultraderecha no la ha descartado.

Con la experiencia acumulada, ya ha dejado atrás a aquel “niño prodigio” de la política, como le apodaban los medios, que con 22 años fue nombrado presidente de la potente organización juvenil democristiana (ÖVP); con 24 secretario de Estado de Integración y tres años después, a finales de 2013, ministro de Exteriores. Desde que asumió la dirección del partido conservador en mayo de 2017 y le dio la vuelta para que pareciera nuevo y encarnara la idea del cambio, se ha convertido en el referente indiscutido del centroderecha austriaco. La alianza con los ultras no le ha restado apoyo. Todo sigue girando fuera y dentro del partido en torno a su figura, que entre la población genera tanto admiración como rechazo. Kurz polariza. Para unos es un talento político con instinto para percibir hacia dónde va la opinión pública, otros creen que en su caso lo que cuenta es la imagen, la escenificación, más que el contenido.

En esta campaña ha proclamado que quiere hacer “una política de centroderecha respetable”, y apela al votante preocupado por conservar la identidad y tradición, a una Austria cerrada a la inmigración pero abierta al mundo, cuida los intereses empresariales y al mismo tiempo muestra cercanía a la gente corriente. Muchos no entendieron que fuera destituido como canciller. “Mira a los ojos, atiende a lo que dicen, responde a ello y luego sigue su camino. Pero uno lo siente como una atención personal”, afirma Kathrin Stainer-Hämmerle, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Carintia. A eso suma “que siempre se tiene a sí mismo bajo control en las discusiones” y una escenificación planeada al detalle de sus apariciones. En ese sentido, “la campaña electoral de 2017 fue terriblemente perfecta”, añade la politóloga.

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De ella salió ganador con el 31,5% de los votos -ahora las encuestas le dan en torno al 34%- tras arrimarse a las duras tesis antimigratorias de la ultraderecha, con la que ha aplicado una política restrictiva hacia los refugiados y en las ayudas sociales, ha iniciado una reforma de impuestos para bajarlos y reducido la deuda.

“El trabajo en el Gobierno ha funcionado bien”, ha defendido Kurz tras la ruptura de la coalición con el FPÖ, pese a que cuando estalló el escándalo de Ibiza dijo que ese partido “no sabe gobernar”. La alianza dio impulso a las tesis ultras, normalizó su vuelta a un Gobierno -la tercera desde la década de los ochenta-, y no evitó que las salidas de tono xenófobas rodearan la gestión mientras Kurz se ponía a menudo de perfil. Mientras, en el exterior se ha visto a un Ejecutivo que se resiste al reparto europeo de refugiados y la afable relación del FPÖ con Rusia -el presidente Vladímir Putin asistió en Austria a la boda de la ya exministra de Exteriores Karin Kneissl, independiente pero de la cuota ultra- y con el líder húngaro, Viktor Orbán.

Frente a las críticas y avisos de la oposición, el excanciller insiste en que no excluirá de las conversaciones postelectorales a ningún partido con representación parlamentaria. Y el FPÖ la tiene desde hace décadas. Los sondeos vaticinan también otras posibles coaliciones, con Los Verdes y liberales, e incluso los socialdemócratas, a los que Kurz descartó hace dos años por considerar que con ellos no era posible hacer reformas. Pero Kurz “tiene disposición a entrar en muchos compromisos para asegurar su posición”, es “pragmático”, sostiene Laurenz Ennser-Jedenastik, politólogo de la Universidad de Viena. Y ambicioso. “Quiere un Gobierno estable, con el máximo de su programa en la gestión, y con una reputación internacional pasable. Su decisión sobre una coalición dependerá de a qué da más importancia”, añade. Con el FPÖ tiene fácil el acuerdo programático, pero aunque la formación haya cambiado de líder y defenestrado a Strache, esta semana el exdirigente ha vuelto a hundir al partido en turbulencias al abrirse contra él una investigación por malversación. Y contra una repetición de la alianza hay otros argumentos, abunda Stainer-Hämmerle: “La estabilidad, porque Kurz tendría siempre el temor de que vuelva a ocurrir algo que lo desbarate todo; y la imagen internacional, que es importante para él”.

Tras las pasadas elecciones, el joven dirigente vendió que “no tenía otra elección” que pactar con la ultraderecha al no entenderse con los socialdemócratas. Si las encuestas aciertan, este domingo volverá a tener la elección y el riesgo en sus manos.

Tropiezos en la carrera electoral

La carrera electoral del excanciller se ha visto salpicada por algunas polémicas que no han movido las encuestas, pero le han puesto en algunos aprietos. Durante semanas le ha perseguido la decisión de un colaborador de hacer destruir bajo nombre falso discos duros de la cancillería, por los rumores de que podían contener alguna información sobre el caso Ibiza. La fiscalía no ha visto ninguna relación con el escándalo, pero Kurz tuvo que salir al paso de las sospechas. También ha tenido que disculparse por el gasto electoral de su partido en 2017 por encima de los límites legales y el fraccionamiento de donaciones elevadas para evitar una notificación inmediata a los órganos públicos de control, mientras surgían documentos filtrados al medio Der Falter que ponían en duda la contabilidad de la formación conservadora y desvelaban altos gastos en asesores de imagen. El político contraatacó con la denuncia de un pirateo de los servidores del partido y aseguró que los datos robados pueden haber sido manipulados. La justicia lo investiga, pero la oposición es escéptica sobre el hackeo.

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Sobre la firma

Sara Velert, enviada especial
Redactora de Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1993, donde ha pasado también por la sección de Última Hora y ha cubierto en Valencia la información municipal, de medio ambiente y tribunales. Es licenciada en Geografía e Historia y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, de cuya escuela ha sido profesora de redacción.

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