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El despertar de los descendientes de esclavos en Mauritania

El ascenso político del activista Biram Dah Abeid encarna el avance en el país de un sector marginado de la población

José Naranjo
El opositor Biram Dah Abeid, en un mitin en marzo en Nuakchot (Mauritania).
El opositor Biram Dah Abeid, en un mitin en marzo en Nuakchot (Mauritania).CARMEN ABD ALI (AFP)

Cárcel de Aleg, en el sur de Mauritania. Año 2015. Biram Dah Abeid y Brahim Bilal, los dos militantes más activos y conocidos de la lucha contra la esclavitud en su país, una práctica prohibida pero que se resiste a desaparecer, purgan una pena de dos años por manifestación ilegal. Incluso detrás de los muros de la prisión, los dos activistas negros pueden sentir la enorme movilización popular a su favor, tanto dentro como fuera del país. “Biram”, dice Bilal a su amigo sabiendo que la liberación llegará pronto, “tenemos la oportunidad de cambiar las cosas en Mauritania. Hoy existe Internet, Facebook, WhatsApp y podemos hacer llegar nuestro mensaje mucho más lejos que nunca a una juventud muy activa que empieza a reaccionar. Es el momento”.

La esclavitud es un tema sensible en Mauritania. Aunque no existen datos oficiales por etnias, se estima que al menos la mitad de la población desciende de antiguos esclavos, los haratines, mientras que la otra mitad está formada por los llamados negroafricanos y la minoría blanca de origen árabe y bereber. La dominación de unos grupos o familias sobre otros durante siglos ha dejado una huella en forma de discriminación, débil acceso a la educación o explotación más o menos velada. Aún hoy son los descendientes de esclavos y los miembros de etnias como la soninké o la peul quienes ocupan los barrios más desfavorecidos y, por regla general, quienes llevan a cabo los trabajos más duros.

Nuakchot, capital de Mauritania. Junio de 2019. Biram Dah Abeid, el activista que en 2016 salió de prisión con la firme intención de convertirse en presidente de su país, ha obtenido el 18% de los votos en las elecciones, un resultado notable para un descendiente de esclavos en un país dominado por una élite blanca árabobereber. Aunque el general Ghazouani resultó elegido con un 52% de las papeletas y Abeid no alcanzó su sueño, lo cierto es que supo recoger el descontento de buena parte de la población para convertirse en el nuevo líder de la oposición, alguien con quien habrá que contar en el delicado juego de equilibrios que es la política en este país.

Hasta el lenguaje de Abeid ha cambiado. “Se está produciendo un cambio histórico”, asegura, “los mauritanos están recuperando la idea de pensar y actuar juntos, más allá de las divisiones étnicas. El poder ha intentado dividirnos en compartimentos estancos y mi resultado demuestra que hemos trascendido ese esquema sectario”. Si durante años su estrategia fue la de presentarse como el defensor de los esclavos negros, y este ha sido su principal nicho de votos, ahora tiende la mano a todas las comunidades del país, incluso a los maures blancos descontentos. “Ha moderado su lenguaje, sabe que de lo contrario nunca va a conseguir llegar a nada”, asegura un miembro de la élite dirigente.

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Para Brahim Bilal, compañero de prisión de Abeid que hoy sigue luchando contra la esclavitud y sus secuelas, la primera prueba de que las cosas están cambiando es que el Gobierno de Mohamed Ould Ghazouani, nombrado hace unas semanas, cuenta con siete ministros haratines de un total de 24. “En los Gobiernos del expresidente Abdelaziz había dos o tres, pero ahora son siete y además dos de ellos ocupan ministerios clave como son Interior y Justicia. Esto es un gesto evidente para tratar de contentar a toda una comunidad”, asegura Bilal.

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A un lado de la carretera que conduce al flamante nuevo aeropuerto de Nuakchot emerge el recién estrenado Palacio de Congresos, inaugurado para una cumbre de la Unión Africana. Al volante de su desvencijado automóvil, Omar reconoce haber votado por el cambio. “Biram Dah Abeid dice cosas duras que son verdad, pero que los otros ni se atreven a plantear”, explica. En el salón de una lujosa casa del barrio de Las Palmas, el empresario Ahmed degusta un té con dátiles y admite que le sorprendió el resultado de Abeid. “Fue espectacular, muy a tener en cuenta”, dice. En el remozado distrito de Tevragh Zeina, corazón político-administrativo de la capital, un curtido periodista se atreve a pronosticar que llegará el día en que un haratin sea presidente del país. “Quizás no sea Biram, pero él ha logrado llegar lejos”, advierte.

“La llave que abrirá la puerta de una nueva Mauritania es la educación”, asegura sin dudarlo Bilal. El nuevo presidente Ghazouani, que accedió al cargo en el primer relevo democrático de la historia de este país, parece estar de acuerdo a tenor de sus promesas de campaña. Hasta los opositores más acérrimos del expresidente Abdelaziz confían en que su delfín imprimirá a su gestión un nuevo sello de mayor libertad, apertura y desarrollo. “Procede de una tribu de eruditos, es más reflexivo y discreto que su antecesor”, asegura Moussa Ould Mohamed, un abogado que votó por él. Aún es pronto para saberlo.

La herida de la esclavitud está aún abierta, pero definir a todo un país por ello no le hace justicia, tal y como recordaba en un reciente entrevista en El PAÍS el economista Carlos Lopes, uno de los padres del acuerdo de libre comercio continental: “Hay muchos países que lo están haciendo bien (…) como Mauritania, que ha cambiado muchísimo, aunque se suele hablar solo de su esclavitud. Logró cambiar”. Entre el optimismo de Lopes y el pesimismo de quienes perciben a Mauritania como un universo anclado en el pasado, la realidad se abre paso a empujones.

Las viejas asignaturas pendientes de las tensiones intercomunitarias, de la discriminación y del control del poder por una élite político-militar de mayoría árabobereber se presentan como el auténtico Rubicón. “Va a llegar el día que tengamos un presidente descendiente de esclavos. Es una cuestión de números, de peso demográfico, pero también de conciencia. Hay una nueva generación preparada. Si no ocurre en 2024 será en 2029. Pronto Mauritania será la nueva Sudáfrica”, insiste Bilal. “Queremos unir a todos los mauritanos y resolver sus problemas. El problema no son las etnias, sino el poder arbitrario de quienes lo detentan en la actualidad”, tercia Abeid.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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