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Columna
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No debieron gustarle a Bolsonaro las manifestaciones del domingo

El presidente hubiese preferido que sus seguidores se manifestaran con más garra, pidiendo el cierre del Congreso y del Supremo Tribunal Federal

Juan Arias
Simpatizantes de Jair Bolsonaro se manifiestan este domingo en Sao Paulo.
Simpatizantes de Jair Bolsonaro se manifiestan este domingo en Sao Paulo.Sebastiao Moreira (EFE)

Un periodista brasileño que conoce como pocos al presidente Jair Bolsonaro me asegura que no debieron gustarle las manifestaciones del domingo. Le sigue como periodista desde que el hoy presidente era un anónimo diputado del llamado “bajo clero”, esa masa de congresistas a las órdenes de los cardenales de los grandes partidos que viven de las migajas de sus banquetes. Desde entonces, lo que siempre distinguió al exmilitar, dice, fue la pelea, la guerra, la defensa de la dictadura y de la tortura y el desprecio por los diferentes, desde los gais a los negros.

Al presidente que había azuzado a sus huestes más aguerridas a salir a la calle para defenderle de quienes prefieren, según él, un país “ingobernable”, no debió entusiasmarle, en efecto, la marcha de miles de sus seguidores en Brasilia. No porque le parecieran pocos, ya que seguramente temía que fueran menos, sino porque hubiese preferido que se manifestaran con más garra, de forma más radical, pidiendo en coro, por ejemplo, el cierre del Congreso y del Supremo Tribunal Federal. Lo hicieron solo un puñado de voces aisladas.

Fue, para su asombro, una manifestación incluso pacífica, sin que fuera necesario gran despliegue policial, en la que se defendían banderas que no entusiasman hoy al presidente, como la aprobación por parte del Congreso de la ley de las pensiones, indispensable para que la economía del país no se desplome. Tan poco parece interesarle a Bolsonaro dicha ley que días atrás sorprendió al decir que él tenía una propuesta mejor para el país. Al final resultó ser un truco de magia ridículo sobre un presunto impuesto a la venta de inmuebles.

No debió gustarle tampoco al presidente el énfasis que sus manifestantes pusieron en exigir la aprobación inmediata del proyecto del ministro de Justicia, el juez Moro, sobre la lucha contra el crimen y la corrupción. El gigantesco muñeco inflable de Moro, tratado como “héroe nacional”, que presidía la explanada de los Ministerios, apareció en el momento en que Bolsonaro parece mostrarse más bien arrepentido de haber escogido al juez del caso Lava Jato como uno de sus ministros bandera. Cada día da muestras de que el juez, que aparece en las encuestas con el 60% de aprobación nacional, el doble de la que Bolsonaro llega a conseguir, ha perdido para él interés y hasta empieza a darle miedo. Le defiende cada vez menos de las embestidas del Congreso que ha arrinconado su proyecto. Empieza a resultarle incómodo.

La bandera, en efecto, de la lucha contra la corrupción política que sus seguidores identifican con el ministro Moro, una de las que le dieron millones de votos, empezó a deshilacharse cuando surgieron las primeras noticias que decían que tanto los hijos de Bolsonaro como él y su esposa aparecían supuestamente involucrados en un esquema de corrupción política y en peligrosas relaciones con las milicias violentas de Río, a cuyos cabecillas habían condecorado como héroes. Y por si fuera poco empezó a caer sobre ellos la sombra del asesinato de la joven militante de izquierdas, Marielle, víctima de las milicias en cuyas aguas nadaba toda la familia del presidente. El misterio sigue en pie, mientras la gente se pregunta qué hará Moro.

De ahí que el sueño de los hijos de Bolsonaro y de su gurú, el filósofo ultraderechista Olavo, sea colocar en el importante Ministerio de Justicia a alguien que ellos puedan controlar mejor. Aquel imponente Moro, alzado este domingo por los suyos en Brasilia como héroe nacional, debió parecerle una provocación.

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Al presidente le hubiese gustado una manifestación más dura, de guerra, con sus seguidores imitando, como él, con las manos, el gesto de disparar un arma, con los niños arrastrando juguetes de guerra. Una manifestación que recordara la lucha dura de la campaña electoral de la que él parece no querer o saber salir. Parece más bien abominar la política como la inventaron los griegos, vista como el arte del compromiso, de la negociación, del diálogo con los otros poderes y con la “polis”.

Antes de que comenzaran las manifestaciones, en un acto del culto evangélico en Río, el presidente expresó lo que él deseaba y esperaba de la marcha de sus fieles en Brasilia: “[Debemos] enviarle un mensaje a aquellos que se empeñan en seguir con las viejas prácticas que no dejan que este pueblo se libere”. En realidad, el mensaje que pedía y que no se dio era el de lanzar una clara amenaza de autogolpe.

Las viejas prácticas, según Bolsonaro, serían la vieja política de confabulaciones y corrupciones a cambio de votos en el Congreso para aprobar las leyes del Gobierno. Oír, sin embargo, a Bolsonaro y a sus hijos exaltar la “nueva política”, cuando él y su familia estuvieron hasta ayer sumergidos en la más vieja y rancia política vivida en las oscuras alcantarillas del poder, suena más bien a escarnio. Y, al parecer por el resultado de las manifestaciones, ni siquiera todos los suyos parecen dispuestos a seguirle en esa peligrosa aventura. Ahora habrá que esperar a su próximo desafío en la calle. ¿O le habrá bastado con el del domingo?

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