_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El golpe de Bolsonaro es por la familia, contra la nación

El antipresidente ataca el país para defender los intereses de su propio clan

Eliane Brum
Jair Bolsonaro con sus hijos Carlos, Eduardo y Flávio, en una foto de Facebook.
Jair Bolsonaro con sus hijos Carlos, Eduardo y Flávio, en una foto de Facebook.

De entre los tantos momentos graves que ha vivido Brasil desde que Jair Bolsonaro fue elegido presidente y empezó a gobernar como antipresidente, este, en el que él y su familia propugnan abiertamente por un autogolpe, es posiblemente el peor. Y, dependiendo de cómo lo enfrente la sociedad, vendrán otros peores. Si los que ocupan las instituciones brasileñas todavía respetan sus deberes constitucionales, les ha llegado el momento de rescatar lo que queda de democracia y utilizar la Constitución para responsabilizar el acto golpista antes de que sea tarde. No hay democracia posible si el que fue elegido para gobernar estimula un autogolpe, incitando a seguidores que hablen abiertamente sobre cerrar el Congreso y el Supremo Tribunal Federal. No hay democracia posible si el que fue puesto en el palacio del Planalto mediante el voto difunde panfletos por WhatsApp, convocando a la población a ocupar Brasilia y las ciudades del país el próximo domingo 26 de mayo. Si las instituciones brasileñas, todas, al igual que la sociedad, solo se quedan mirando cómo el antipresidente rasga abiertamente la Constitución, el próximo lunes nos levantaremos en otro país. Y, puedo garantizarlo, no será un buen lugar.

Aunque las manifestaciones a favor del autogolpe fracasen el domingo, el hecho de que un presidente las incite ya es un paso demasiado grande en la escalada autoritaria. Es un “puedo hacer lo que me dé la gana” que en una democracia no se puede tolerar. Y si se puede —y parece que se puede, porque Bolsonaro lo hace abiertamente ante los ojos de todos—, es porque en Brasil lo que queda de democracia ya no consigue detener nada más. Esto es un autogolpe, y ya está actuando como un golpe al poner en evidencia que puede hacer lo que le dé la gana antes incluso de poder hacerlo.

La marcha del próximo domingo tiene el ADN de Bolsonaro en todas las partes de su cuerpo monstruoso

Tras incitar y enviar panfletos de la que se está llamando “marcha de la locura”, Bolsonaro ha intentado hacer lo que siempre hace. Se ha echado atrás, ha salido de la oposición a su propio gobierno y, temporalmente, ha vuelto a ser Gobierno. Ha anunciado que ha desistido de ir personalmente a la marcha y ha avisado a los ministros que tampoco deberían ir. Demasiado tarde. La marcha tiene el ADN de Bolsonaro en todas las partes de su cuerpo monstruoso. Cada acto del próximo domingo se hará en su nombre.

Es necesario entender muy bien lo que Bolsonaro y el bolsonarismo son y hacen. A pesar de venderse como “nacionalistas” y hablar en defensa de la “nación”, sus actos muestran que están contra la nación. Y no estoy esgrimiendo retórica aquí. Están contra la nación porque el golpe se hace en nombre de la familia, del clan. Y lo hace la familia, el clan. Aunque la nación sea un concepto en discusión, con una larga historia, la idea de nación se opone radicalmente a la idea de clan. Bolsonaro gobierna abiertamente contra la nación, por el clan. Él y su clan quieren expulsar del país a todos los que no forman parte del clan. Ya sea porque defienden propuestas diferentes en el campo de la política o porque representan ideas diferentes en el campo de las costumbres.

¿Qué es el clan Bolsonaro? Es primero su familia, después sus seguidores. Y los que se sienten parte del clan, a quienes se les llama “bolsominions” y yo prefiero llamar “bolsocreyentes”, deberían prestar mucha atención a esto. El núcleo duro, en cualquier clan, es la familia, es la sangre. Son Cerodós (Carlos, concejal que controla las redes sociales de su padre), Cerotrés (Eduardo, diputado federal) y Cerouno (Flávio, senador). En este orden. No por casualidad, los chicos Cerodos y Cerotres recibirán una medalla de su padre, la de la Orden del Mérito Naval. La información salió publicada en el Diario Oficial de este martes, 21 de mayo. Hace menos de un mes, el antipresidente ya agasajó a sus hijos con la Orden Nacional de Rio Branco, la más alta condecoración del Ministerio de Relaciones Exteriores. Todo (lo que es público) queda en familia.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Lo que sucedió con el exsecretario general de la presidencia Gustavo Bebianno, que creía que formaba parte del núcleo duro del clan hasta enfrentarse con el segundo chico, el que tiene más influencia sobre su padre, debería haber alertado a los bolsocreyentes. Aunque los lazos de sangre no ofrezcan una garantía total en este tipo de organización, son mucho más difíciles de romper en un clan que cualquier otro lazo. Bebianno lo entendió demasiado tarde y posiblemente otros también seguirán el mismo camino de la desgracia.

Bolsonaro propugna un autogolpe en el momento en que la investigación de las actividades de su hijo mayor  puede afectar a toda la familia

De ninguna forma es una coincidencia que Bolsonaro intente un autogolpe en el momento en que su hijo mayor está siendo investigado por malversación de fondos públicos, blanqueo de dinero y organización criminal. Y en el momento en que la investigación puede afectar a otros familiares y también al jefe del clan. En el momento en que la investigación, que solo ha empezado, puede revelar una relación criminal de la familia con las milicias que dominan la ciudad de Río de Janeiro.

Atención, policías honestos, el clan Bolsonaro no está a vuestro favor. Los Bolsonaro también ya han demostrado públicamente que apoyan no a los policías, sino a las milicias. En la lógica del clan, hacerse policía es solo el rito de iniciación para conquistar poder y territorio. Vale la pena recordar que, en 2005, el entonces diputado Jair Bolsonaro defendió de manera enfática a Adriano Magalhães da Nóbrega, excapitán de la Policía Militar, sospechoso de comandar la milicia del barrio Río das Pedras y también la Oficina del Crimen, el mayor grupo de sicarios de Río de Janeiro. Bolsonaro defendió a Adriano, hoy sospechoso de estar involucrado en el asesinato de la concejala Marielle Franco y prófugo, en el pleno de la Cámara de los Diputados. Cuatro días antes, Adriano había sido condenado por homicidio. Meses antes, había sido condecorado por el hijo mayor con la medalla de Tiradentes, la mayor distinción del estado de Río. Bolsonaro defendió al miliciano y lo llamó “oficial brillante”.

Es fundamental hacer esta distinción: el autogolpe está en marcha no porque el proyecto de Bolsonaro para el país esté amenazado, sino porque el proyecto de Bolsonaro para su propio clan está amenazado. Primero por las investigaciones que, si no se obstaculizan, posiblemente llegarán a otros miembros del clan. ¿Cómo pueden impedir, entonces, que sigan las investigaciones? Mediante un golpe. Echando a los creyentes a la calle para, como ellos mismos gritan en las redes sociales, cerrar el Congreso y cerrar el Supremo, la instancia máxima del poder judicial.

Nadie le impide a Bolsonaro gobernar, a parte de él mismo y su clan

Nadie le impide a Bolsonaro gobernar, a parte de él mismo y su clan. La cuestión es que ellos nunca quisieron gobernar para el país, porque no les interesa la nación. Lo que siempre han querido es gobernar para el clan y, así, transformar el territorio de la nación en el territorio del clan. Ahora el clan está amenazado porque las instituciones democráticas funcionan; mal, pero todavía funcionan. Funcionan lo suficiente como para investigar si el hijo primogénito cometió los crímenes que se le imputan y para averiguar quién más está implicado.

Esta es la principal razón de que Bolsonaro haya divulgado por WhatsApp un texto en el que un autor afirma que Brasil es “ingobernable” fuera de los “contubernios” y que teme que el Gobierno pueda “deshidratarse hasta la inanición”. En un fragmento, Paulo Portinho, funcionario y candidato a concejal por el partido Nuevo derrotado, afirma: “¿Qué poder tiene, de hecho, el presidente de Brasil? Hasta ahora, como todas sus acciones han sido o serán cuestionadas en el Congreso y en la Justicia, apostaría que el presidente no sirve para NADA, salvo para organizar el Gobierno según los intereses de las corporaciones. A parte de eso, no gobierna”. Bolsonaro difundió el texto, clasificándolo de “lectura obligatoria”. Lo hizo después de que las manifestaciones contra los cortes en la educación hubieran llevado a centenas de miles de personas a las calles de más de 200 ciudades de Brasil, convirtiéndose en la mayor protesta contra un presidente al inicio de su mandato.

El clan Bolsonaro se la juega al “todo o nada”, lo que en este caso significa reunir a sus fieles para una demostración de fuerza el próximo domingo, porque quiere impedir una investigación que solo ellos saben hasta dónde puede llegar y qué hará aflorar. Como solo lo saben ellos, ahora nosotros también podemos saber, por lo menos, que es muy hondo y muy grave lo que los investigadores pueden encontrar, si nadie se lo impide. Suficientemente hondo y grave para que se convoque un autogolpe con menos de cinco meses de gobierno electo.

Es eso lo que Bolsonaro nos dice sin decirlo. Esta es la única ocultación. El resto está explícito, como siempre lo estuvo. Somos testigos de un autogolpe que sucede ante nuestros ojos y timelines. Solo un dictador puede impedir una investigación contra sí mismo y su familia. Contra su clan.

Bolsonaro no es un presidente, sino el jefe de un clan que ocupa la presidencia

Cuando escojo llamar a Bolsonaro antipresidente, como ya expliqué en un artículo anterior, es por concepto. Bolsonaro es un presidente contra la presidencia, algo totalmente nuevo en la historia del país. Para gobernar, ocupa el espacio de Gobierno y oposición, como ya indiqué. Está fuera y dentro, a la vez. Es un método, no es incompetencia. La incompetencia está en otro lugar. Es importante entender que Bolsonaro no es un presidente, sino el jefe de un clan en la presidencia.

Quien comparezca a la convocación del antipresidente el domingo estará haciendo aquel tipo de elección que puede definir una vida. Estará eligiendo el clan, y no la nación. Y entonces ya puede empezar a rezar para saber cuánto durará dentro de la empalizada, sin ninguna ley que no sea la del jefe, antes de indisponerse con la familia de sangre y ser expulsado en un abrir y cerrar de ojos.

Los sectores de la extrema derecha y de la derecha que apoyaron a Bolsonaro ya han entendido su dinámica. Es el caso de los articuladores de los movimientos callejeros que llevaron al impeachment de Dilma Rousseff, como el Movimiento Brasil Libre (MBL). Su líder, el diputado federal Kim Kataguiri, ha explicado claramente —en transmisiones en directo, tuits, publicaciones y entrevistas— por qué el MBL no apoyará ni estará en la manifestación: “Cerrar el Congreso y el Supremo es de revolucionarios. Los liberales y conservadores defendemos la separación de poderes, no el cierre de los poderes”. Otro protagonista de las manifestaciones por el impeachment, el movimiento Vem Pra Rua (Ven a la Calle), también se ha posicionado: “Al ser un acto progobierno, no vamos a unirnos a él, porque va en contra de uno de nuestros pilares, que es ser un movimiento suprapartidario”.

“Si las calles están vacías (el domingo), Bolsonaro tendrá que dejar de dramatizar y TRABAJAR”, dice Janaina Paschoal

Algunos personajes centrales del impeachment, como la diputada estatal Janaina Paschoal, se han opuesto enfáticamente a la convocación del próximo domingo. “¡Están generando terror donde no hay! La gente está atemorizada, escribiendo que nuestro presidente corre peligro. ¿Que no lo quiere la izquierda, ni los formadores de opinión? Es verdad. Pero quien lo pone en peligro es él mismo, sus hijos y algunos de sus asesores. ¡Despertad! El día 26, si las calles están vacías, Bolsonaro se dará cuenta de que tiene que dejar de dramatizar y ¡TRABAJAR!”, ha defendido Janaina Paschoal en un hilo en Twitter. “Estas manifestaciones no son racionales. El presidente fue elegido para gobernar según las reglas democráticas. (...) ¡Por el amor de Dios, parad las convocaciones! Esta gente necesita un choque de realidad. ¡No tiene sentido que quien está en el poder convoque manifestaciones! ¡Raciocinad!”.

Muchos de los que apoyaron la candidatura de Bolsonaro porque estaban en contra del Partido de los Trabajadores (PT) o porque querían promover su propio proyecto de extrema derecha o derecha ya han captado la dinámica de la familia Bolsonaro, denominada en las redes “familicia”. Lo que el domingo mostrará es cuántos creyentes consigue movilizar el clan Bolsonaro con el objetivo de obstaculizar las investigaciones del hijo primogénito.

El intento de autogolpe de Bolsonaro se ha comparado al del entonces presidente Jânio Quadros, en 1961. Que le salió muy mal, como sabemos. Aunque no necesariamente para el proyecto de otros golpistas, como mostrarían los años siguientes. Pero, si hay algunas semejanzas con el intento de Jânio Quadros, hay muchas más diferencias. Entre ellas, la forma de operar de la política del Brasil contemporáneo.

Cuando me refiero a los bolsocreyentes, no pretendo ser graciosa. También es un concepto. En 2016, escribí un artículo titulado En la política, incluso los creyentes necesitan ser ateos. Mi principal argumento en este texto es que la antipolítica exige una adhesión por medio de la creencia, y no la razón. Esta operación beneficia al bolsonarismo, aunque lo precede. Y podrá ser más longeva que él, dependiendo de los próximos capítulos.

Cuando me refiero a los creyentes, no me estoy refiriendo solo a los fieles religiosos evangélicos, que mayoritariamente votaron a Bolsonaro. Sino a algo más amplio, que es la adhesión a un proyecto político por la fe. Basta seguir las discusiones en las redes sociales para darse cuenta de que hay muchos ateos que se comportan como creyentes en cuestiones políticas.

Por medio de la razón, Bolsonaro no consigue incitar una manifestación para promover su autogolpe. Por eso, pide fe. Por medio de la razón, es fácil darse cuenta de quien más le crea problemas a su gobierno es su clan. Por medio de la razón, es fácil ver que Bolsonaro, que tanto critica los partidos y la política tradicional, acaba de amnistiar 70 millones de reales (17,3 millones de dólares) de la deuda de los partidos, en un momento crítico para el país. Por medio de la razón, es evidente que las dificultades de los primeros meses provienen de la incompetencia de Bolsonaro. Por medio de la razón, por lo tanto, no se puede.

Por eso, Janaina Paschoal, libre de toda sospecha de ser de “izquierda”, clama en las redes sociales: “¡Raciocinad! ¡Reflexionad!”. Pero ¿cómo, si ella misma les exigió tanta fe a los electores para que votaran a un hombre que se manifestaba claramente contra los valores humanitarios más básicos y contra la propia democracia? Ella también invoca la fe de sus electores para que crean que solo ahora se ha dado cuenta de lo que Bolsonaro quería ser y decía que sería.

La adhesión a la política por medio de la creencia —y no la razón— es la marca de este momento histórico en Brasil y en el mundo

La adhesión a la política por medio de la creencia es la marca de este momento histórico en Brasil, y también en el mundo. Y, como no cuesta repetirlo, alcanza a fieles de todas las religiones y también a los que no tienen ninguna. Y, como tampoco cuesta repetirlo, precede al bolsonarismo y puede ser incluso más persistente. La adhesión a la política por la fe es un modo de operar que marca la antipolítica.

Por otro lado, también hay que decir que el crecimiento del fundamentalismo evangélico en Brasil, representado por las iglesias neopentecostales, se articula de igual forma. Ya desarrollé esta idea en el artículo titulado La política y la creación de la autoverdad. Es posible que a Brasil lo esté impactando más la religiosización de la política que la politización de la justicia.

La retórica bíblica del bien contra el mal atraviesa fenómenos como el bolsonarismo. Cuando me refiero a esta palabra fea, la “religiosización” de la política, quiero llamar la atención sobre la adhesión a la política por la fe. Este fenómeno, aunque va mucho más allá de los fieles evangélicos, lo influencian las empresas de la fe y sus CEO, que se autodenominan pastores y obispos.

Más de una generación de brasileños ya se ha formado con una interpretación burda de la Biblia, con la lucha del bien contra el mal. Más de una generación ya ha sido educada y está siendo educada con una visión maniquea del mundo. Productos de entretenimiento como las telenovelas y las películas supuestamente bíblicas de una red de televisión como Record contribuyen a formar una determinada mirada sobre la dinámica de la vida, creando un terreno fértil para reunir fieles para un proyecto político, al desplazar la fe a un campo que no es de la fe, pero se vuelve de la fe.

El grupo de comunicación Record es el mejor ejemplo, al ser a la vez el brazo de difusión de la ideología del proyecto empresarial-religioso aplicado a la política y la televisión oficial, aunque no formal, del bolsonarismo. O una de las televisiones, ya que Bolsonaro quiere el apoyo pero no la sombra del obispo Edir Macedo, dueño del grupo. Sabe que, en algún momento, los dos clanes llegarán a un impasse. Vale recordar que no hay nada más Antiguo Testamento que un clan.

Bolsonaro difunde un vídeo en el que un pastor afirma que, si el pueblo no apoya al “escogido por Dios”, “la caída de Brasil será terrible”

Tras difundir un texto que mencionaba un Brasil “ingobernable”, Bolsonaro mostró que entiende muy bien la dinámica de religiosización de la política. Publicó en su Facebook el vídeo de un pastor congoleño que fundó una iglesia evangélica en Francia. Steve Kunda empieza diciendo: “Yo no hago política, soy un pastor”. Y, enseguida, empieza a hacer política a favor de Bolsonaro, pero con retórica bíblica. “En la historia de la Biblia, hay políticos que fueron designados por Dios”, dice. Afirma que, así como Dios escogió a Ciro como rey de Persia, “Dios escogió a Jair Bolsonaro”.

Según el pastor, habría recibido esta información del propio Altísimo. “Os guste o no, seáis de izquierda o de derecha, Dios ha elegido a Jair Bolsonaro como el Ciro de Brasil”. Y sigue: “¡Unid vuestras fuerzas! Apoyad a este hombre (...) Está muy oprimido, Dios ha dicho que sus primeros dos años no serán fáciles, pero la mano de Dios está con él”. Si el pueblo no apoya a Bolsonaro, el pastor garantiza que “la ruina llegará a Brasil”: “Si Brasil no aguanta este período, la caída de Brasil será terrible... Y lo digo como profeta”.

Antes de que los bolsocreyentes me acusen de “comunista”, me limito a reproducir la reacción de la diputada Janaina Paschoal, del mismo partido que Bolsonaro, en WhatsApp: “¿Y este vídeo loco de Messias [Bolsonaro]? ¿Qué quiere con esto?”.

La respuesta parece bastante clara incluso para los seguidores arrepentidos.

Tras cinco meses de Gobierno, la disputa de Bolsonaro ahora es con la realidad

El próximo domingo veremos la fuerza que tiene esta operación. Y cuánto se impone la realidad. La razón no está al alza en una población que está siendo educada con maniqueísmo religioso. Pero la realidad es irreductible a la falsificación. Puede tardar más o menos, pero se impone. Y la realidad es el desempleo creciente y la economía próxima a la recesión. Hasta el neoliberal ministro de Economía, Paulo Guedes, que recientemente afirmó en Estados Unidos que Brasil está dispuesto a “venderlo todo, hasta el palacio presidencial”, ya ha anunciado que la economía está “en el fondo del pozo”. La supervivencia es un impulso atávico que precede incluso a la fe. Será difícil que la población absuelva al presidente de su responsabilidad por el malestar cotidiano.

No es la sorprendente oposición de derecha, no es la izquierda o el “comunismo” y mucho menos cualquier “conspiración” los que pueden vaciar el autogolpe de Bolsonaro. Tras cinco meses de gobierno, la disputa de Bolsonaro ahora es con la realidad. Si el destino de la nación no estuviera en juego, sería interesante observar hasta qué punto la adhesión por la fe todavía es potente —o no— contra la corrosión de los días. Pero, aunque fracase el autogolpe, algo que solo sabremos el próximo domingo, el hecho de que Bolsonaro pueda planearlo, articularlo, promocionarlo libre y abiertamente desde su sillón presidencial ya condena a Brasil quizás de forma irreversible.

Bolsonaro empezó su campaña a la presidencia el 17 de abril de 2016, en el momento terrible en que votó a favor del impeachment de Dilma Rousseff homenajeando al torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra. Violó la ley no fue responsabilizado. Al contrario, siguió propagando la homofobia, el racismo y el odio, siguió defendiendo la dictadura la tortura y el asesinato de los opositores. Sin ser responsabilizado. Se convirtió en presidente de Brasil. Y, en este momento, incita a la población a un autogolpe. En nombre del clan, contra la nación. Si, una vez más, no es responsabilizado, el último límite puede caer. Y entonces descubriremos cómo es vivir sin ningún límite.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook:@brumelianebrum

Traducción de Meritxell Almarza.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_