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La soledad de la embajada de EE UU en Jerusalén refleja el revés diplomático a Netanyahu

Un año después del traslado de la legación diplomática solo Guatemala ha seguido los pasos de Trump

Juan Carlos Sanz
El primer ministro israelí, Benjamín Netnayhu, y el embajador de EE UU, Mike Friedman, en Jerusalén.
El primer ministro israelí, Benjamín Netnayhu, y el embajador de EE UU, Mike Friedman, en Jerusalén. JIM HOLLANDER (EFE)

Estados Unidos e Israel exhiben su fuerza coordinada en Oriente Próximo, pero están solos en Jerusalén. Únicamente el Gobierno de Guatemala —inspirado por el fanatismo de cristianos evangélicos que ven en el Estado judío una señal del final de los tiempos— ha seguido los pasos de Donald Trump para trasladar su embajada a la Ciudad Santa. Ejecutada hace un año en medio de un baño de sangre en la frontera de Gaza, la decisión del presidente norteamericano que rompió con décadas de consenso internacional no ha sido secundada por mandatarios ultraconservadores como el brasileño Jair Bolsonaro o el húngaro Viktor Orbán, que se han limitado a abrir oficinas comerciales o culturales.

En mayo de 2018, Benjamín Netanyahu declaraba abierta la carrera para obsequiar con terrenos y otras facilidades a los diez primeros países que trasladasen su embajada a Jerusalén. Paraguay fue el único que dio un paso adelante tras el pistoletazo de salida del primer ministro israelí, de la mano del entonces presidente Horacio Cartes. Pero el Gobierno de Asunción dio marcha atrás apenas cuatro meses después para restablecer en Tel Aviv la sede de su legación diplomática. El nuevo jefe de Estado, Mario Abdo revirtió la orden de su predecesor.

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La soledad de la Embajada estadounidense en un edificio consular periférico próximo a la Línea Verde, la zona de separación que dividía Jerusalén hasta hace 52 años —solo acompañada por la oficina guatemalteca en un parque empresarial de las afueras—, constata el fracaso del efecto multiplicador al que aspiraba Netanyahu. El interés de Trump en consolidar el voto de la derecha cristiana que apuntaló su victoria electoral en 2016 parece haber primado sobre su relación estratégica con Israel a ojos del mundo.

Tras la creación del Estado judío —hace ahora 71 años, a raíz de la partición de la Palestina bajo mandato británico— Jerusalén debía contar, según Naciones Unidas, con estatuto internacional. En la guerra librada entre 1948 y 1949 con varios países árabes, la ciudad quedó dividida en un sector occidental, en el que el Gobierno hebreo fijó su capital, y otro oriental, con población palestina y bajo control jordano. El Ejército israelí ocupó en 1967 Jerusalén Este —que incluye la Ciudad Vieja y los santos lugares—, y la Kneset (Parlamento) lo anexionó en 1980.

La resolución 478 del Consejo de Seguridad prohibió entonces la presencia de misiones diplomáticas. Todas las legaciones en Jerusalén, entre ellas las de 12 países latinoamericanos, se trasladaron a Tel Aviv. Los últimos en mudarse fueron Costa Rica y El Salvador.

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La presión de los grandes ganaderos de Brasil, que exporta cada año al mundo islámico carne halal (con aval religioso) por un monto de 5.000 millones de dólares, se impuso sobre la promesa electoral de Bolsonaro para trasladar la sede de la embajada a Jerusalén. Hace dos meses, durante su primera visita oficial como presidente a Israel, solo pudo ofrecer el gesto simbólico de anticipar la apertura de una oficina de negocios.

Los Gobiernos derechistas europeos que mantienen estrechas relaciones con Netanyahu. no han roto la unidad de acción en el seno de la UE. Su máxima representante diplomática, Federica Mogherini, defiende el consenso internacional sobre el estatuto final de Jerusalén, supeditado a un acuerdo de paz duradero entre israelíes y palestinos.

El presidente de la República Checa, el ultraconservador Milos Zeman, se mostró favorable a trasladar la embajada a la Ciudad Santa, pero el Gobierno de Praga vetó su iniciativa, reducida finalmente a un centro cultural. En Rumania, es la primera ministra, la derechista Vlorica Dancila, la que ha visto frenado su fervor proisraelí por el jefe del Estado, quien tiene reservada la competencia de determinar la sede de las legaciones.

A pesar de ejercer un poder sin contrapesos en Hungría, el populista Orbán tampoco se ha separado de las directrices de Bruselas en Oriente Próximo. En su última visita a Israel, se limitó a anunciar la apertura de una oficina comercial en Jerusalén, la misma decisión que ha adoptado la vecina Eslovaquia.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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