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“La UE y la OTAN deben tener la misma atención en el flanco sur que en el este”

El jefe de la diplomacia italiana alerta de una UE que se ha tornado en un archipiélago falto de cohesión

Andrea Rizzi
El ministro italiano de Exteriores, Enzo Moavero Milanesi, este lunes en la Embajada de Italia en Madrid.
El ministro italiano de Exteriores, Enzo Moavero Milanesi, este lunes en la Embajada de Italia en Madrid.Samuel Sanchez (EL PAÍS)

Enzo Moavero Milanesi (Roma, 1954) pertenece al núcleo de italianos que han tenido una notable proyección europea en las últimas décadas, entre los cuales destacan Romando Prodi, Mario Draghi, Carlo Azeglio Ciampi, Mario Monti o Enrico Letta. Con estos últimos tres ha colaborado en funciones de subsecretario y ministro para Europa. Tras ser magistrado de la justicia europea y pertenecer a tres de los Ejecutivos de mayor vocación europeísta de la Italia de las últimas décadas, es ahora ministro de Exteriores en el Gobierno con las relaciones más tensas con Bruselas en al menos una generación. Como Giovanni Tria, ministro de Economía, Moavero Milanesi es independiente. Muchos observadores los consideran dos anclas frente a los riesgos de deriva del Ejecutivo conformado por la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. En una entrevista concedida en Madrid, argumenta las peticiones italianas de mayor atención y solidaridad europea con los retos del flanco sur del continente.

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Pregunta. Italia vive en este momento una relación tensa con Europa en varios frentes. Hay un choque en política económica; graves turbulencias en materia migratoria; una actitud de Roma hacia Rusia mucho más benévola con respecto al mainstream europeo. ¿Recuerda un momento tan tenso en las relaciones de Roma con Bruselas y con los principales socios?

Respuesta. Durante los casi 70 años de participación italiana en las distintas fases del proceso de integración europea ha habido otros momentos de relación complicada. Pensemos por ejemplo en cuando se trataba de cumplir con todas las condiciones del Tratado de Maastricht para el euro. Muchos pensaban que Italia no habría estado lista desde la fase inicial y hubo momentos de tensión entre Italia y otros Estados miembros y las instituciones europeas. Dicho eso, es cierto que desde hace un tiempo, muchos italianos se sienten incómodos con algunos aspectos del sistema europeo. Usted se ha referido precisamente a los dos principales motivos de incomodidad. Uno concierne a la superación definitiva del terrible impacto de la gran crisis económica y financiera. El segundo, concierne a los flujos migratorios. Son dos asuntos muy diferentes, pero con un elemento en común: la solidaridad entre Estados miembros de la UE. En este momento, en Italia, pero si miramos bien no solo en Italia, hay una percepción creciente de que en Europa está fallando la solidaridad.

P. La sensación es que, en esta fase, Italia se halla aislada en Europa. La Administración Trump observa con simpatía al nuevo Gobierno italiano. El Kremlin lo mira con especial simpatía. Y sin embargo, Italia parece aislada en la UE.

Las incomrpensibles incomprensiones entre Italia y España

Italia y España viven desde hace años en una extraña situación de simbiosis de intereses pero graves divergencias políticas, a menudo vinculadas al diferente color político en el poder en Roma y Madrid. Sin embargo, la convergencia de intereses en materia económica y migratoria es evidente. En el pasado, el trabajo común entre el Ejecutivo de Mario Monti y el de Mariano Rajoy fue un elemento importante para convencer a Alemania de dejar paso a las políticas que permitieron la intervención del Banco Central Europeo en la crisis de la deuda. No obstante, en los últimos años parecen más numerosos los desencuentros.

“A mi juicio las incomprensiones entre España e Italia, perdone la tautología, son incomprensibles. Considero que los dos países tienen tantos elementos de convergencia e intereses comunes que tendrían que encararlos siempre juntos, como han hecho a menudo, pero no siempre. Un poco de competencia, de rivalidad comparativa, es justo que exista entre dos países, máxime porque se parecen. Pero la desconfianza, las divisiones no las comparto”, sostiene Moavero Milanesi, que se reunió en Madrid con su homólogo, Josep Borrell, donde acordaron intentar cerrar filas en materia migratoria. “Mi esfuerzo personal es precisamente trabajar por una posición común, fundada en las numerosas sinergias. Hace falta buena voluntad por ambas partes y la determinación a no dejarse condicionar por las etiquetas políticas”, dijo durante la entrevista celebrada en la Embajada italiana.

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R. Esta es una lectura de la situación europea muy italocéntrica. Solo si tomamos Italia y la ponemos en el centro de la cosmografía europea, podemos llegar a esta lectura. En cambio, si miramos a la UE en su conjunto, el punto no es tanto si un Estado miembro u otro están aislados. El verdadero problema es que Europa se ha convertido en un archipiélago de islas, para permanecer en la metáfora. La UE ya no es un conjunto bastante cohesionado que se esfuerza por seguirlo siendo; es un conjunto de individualidades, de islas. Según los casos, determinados países se hallan solos o en compañía de pocos, en contraposición a los demás: ocurre con los migrantes, las cuestiones económicas, los principios fundamentales. La UE está muy dividida, y las asimetrías han aumentado, no por azar, con las crisis económica y migratoria; ambas vinculadas a acontecimientos exógenos y desestabilizadores para el camino europeo: la globalización y el cambio climático. La UE se está dividiendo y aquí está el desafío. Y también la paradoja: se divide justo cuando debería unirse.

P. Sin embargo, parece que son los movimientos y partidos que abogan por menos Europa los que atraen más consenso.

R. Sí, y esto es un fenómeno paneuropeo. Para Italia, la narrativa más frecuente, aunque no necesariamente correcta, es que los partidos que no se reconocen en la visión europeísta más tradicional han logrado conformar gobierno. Así, muchos entre los partidos tradicionales, por doquier en Europa, tienden a ver en esto un peligro. Semejantes ideas inducen a acentuar la dialéctica política, el trato de Italia como un laboratorio experimental potencialmente desestabilizante. En realidad, si miramos bien, son mucho más claras las señales abiertamente antieuropeas que proceden de fuerzas políticas diferentes de las italianas y en ascenso en otros Estados de la UE.

P. ¿Por ejemplo?

R. Hay posiciones, tanto de derecha como de izquierda, en muchos países europeos y bien visibles en la propaganda electoral, que son mucho más negativas para la integración de la UE que las que se expresan en Italia. La línea de las fuerzas políticas en el Gobierno en Italia no es para nada tan extrema. Cierto, existe una fuerte insatisfacción por aquello en lo que la UE ha devenido, por cómo se ha bloqueado ante el mundo que cambia, fallando a sus propios principios fundacionales, como la solidaridad y el objetivo de la cohesión económica y social. Desde hace años se toleran tendencias y comportamientos que terminan por admitir la hegemonía de algunas economías o algunos Estados.

P. ¿Usted cree que la Liga y el Movimiento 5 Estrellas son formaciones populistas?

R. Soy muy escéptico con el uso masivo que se hace de esta definición. ¿Qué significado damos al vocablo populista? Siendo serios, es una cuestión compleja, casi filosófica, que dejo a los politólogos. Sin duda los dos partidos han interceptado un sentimiento popular difundido entre los electores italianos. Una capacidad, sin embargo, del todo conforme a las reglas que forman la base de la democracia. Por tanto, sería cauteloso en considerar apropiado el término populista, usado corrientemente y de forma excesivamente facilona, para diferenciar a varias fuerzas políticas nuevas de las tradicionales.

P. Pero en la definición de actividad política que tiende a sublevar los instintos del pueblo contra la élite... En ese sentido, ¿pueden ser adscritos a la categoría?

R. Francamente, no estoy convencido de que esta pueda ser la definición. Creo que estamos ante un cambio en el juicio y en la conducta de las personas en muchos países en el mundo entero, más allá de Europa e Italia. Por consiguiente, y me parece natural, emergen propuestas políticas que logran estar en sintonía con estos cambios. Lo que considero esencial es que lo sean en el pleno respeto de los mecanismos democráticos. En la utilización que se hace, por lo general, del término populismo noto un retrogusto que subraya el debilitamiento de los pilares democráticos de un sistema; cosa que sin duda no ha ocurrido en Italia.

P. Uno de los pilares del Gobierno italiano en materia migratoria es fomentar la acción de las autoridades libias. ¿Los migrantes gozan en Libia de un trato digno y adecuado a los estándares del derecho internacional?

R. La cuestión de los migrantes es de calado histórico, presenta enormes dificultades. Aquí también, considero correcto analizarla en su conjunto, no limitarse a enfocar sus segmentos. Las grandes migraciones las hemos visto ya en la historia: por ejemplo, lo fueron las llamadas invasiones bárbaras en el antiguo Imperio Romano y los mismos europeos, durante siglos, han emigrado. Hoy estamos en una situación similar, en todo el mundo. No se puede afrontar poniéndose solo el problema de si Libia es o no un puerto seguro. La respuesta constructiva debe tener una dimensión más amplia. Italia exhorta Europa, desde hace meses, a encarar la cuestión con más amplio espectro y hay que iniciar desde la ya mencionada solidaridad. En cambio, se juega al escondite detrás de la geografía: si las migraciones llegan desde los Balcanes, la geografía dice que esto concierne determinados Estados, si de África, otros, etc. No se puede seguir de esta manera.

P. ¿Qué hacer?

R. Hace falta concentrarse en cada segmento de la cuestión: señalo tres. En primer lugar, las emigraciones terminan cuando las personas encuentran un futuro correcto en su país; la UE debe plantearse, en términos operativos, la pregunta de cómo invertir muchos recursos para mejorar las condiciones en los países de origen y procedencia de los migrantes. En segundo lugar, es indispensable combatir a los traficantes de seres humanos, no dejarles una iniciativa que luego nos condiciona gravemente. Tercero, tenemos que compartir, inmediatamente, la gestión de las llegadas, los migrantes buscan Europa, no la costa italiana, la española o la griega; la geografía no puede decidir cuáles son los países de ‘primera llegada’, sobre los cuales luego las normas de la UE hacen caer todas las responsabilidades. Hay que compartirlas, y desde ya: por esta razón, nosotros hemos abierto una discusión, bastante vivaz, para que haya un ecuánime reparto de esfuerzos entre Estados, como ha dicho y escrito el Consejo Europeo del junio pasado, pero todavía no estamos ahí.

P. ¿Pero en Libia hay las condiciones?

R. Actualmente Libia, según las normas de las convenciones internacionales, no puede ser considerado un puerto seguro, y de hecho no se devuelven a Libia las personas salvadas fuera de las aguas libias y por barcos no libios. Por otra parte, se ha acordado a nivel europeo reforzar la capacidad libia de controlar sus propias costas; por tanto, si la guardia costera lleva a cabo un rescate, inevitablemente lleva a los migrantes a Libia. La UE debe esforzarse para favorecer un proceso de estabilización, democratización y puesta en seguridad en Libia. Si logramos favorecer la instauración en Libia de estas condiciones positivas, que hay en otros países norteafricanos, los problemas se reducirían. Ese también es el objetivo de la conferencia organizada por el gobierno italiano, en Palermo, el próximo 12 y 13 de noviembre.

P. Rusia. El ministro Salvini ha dicho que las sanciones son una ‘locura’. El primer ministro Conte dice que hay que superarlas. ¿Entonces, ante un país que invade otro país soberano con tropas sin insignias, qué se hace? ¿Es un hecho irrelevante que no merece sanciones?

R. Una vez más, hay varios aspectos a tener en cuenta. El primero es el respeto de la legalidad internacional; Italia cree en eso y por ello ha seguido el sistema sancionador de la UE. El segundo aspecto concierne al sistema sancionador, que es un sistema instrumental y transitorio, para favorecer el respeto de las normas internacionales; las sanciones no deben convertirse en un fin. Es arduo vivir en una realidad en la que se violan las leyes internacionales, se deliberan sanciones, pero no se hace ningún progreso y se permanece siempre en un sistema sancionatorio muy divisivo. Luego está el tercer elemento: para un país exportador como Italia, un mundo caracterizado de sanciones y aranceles crecientes, se convierte en un mundo complicado y hostil. Es en este sentido en el que hay que entender las señales de insatisfacción y reflexión contra los obstáculos al libre comercio.

P. Y por tanto, con Rusia, ¿qué habría que hacer? ¿Se levantan las sanciones para hacer qué?

R. No necesariamente, pero debería intensificarse, y mucho, el diálogo para que se llegue al resultado deseado y, sobre todo, no se termine por castigar a la sociedad civil rusa, los ciudadanos. Consideremos también que a las insistentes inquietudes de los países del Norte y del Este de la UE por Rusia, se suman las de los países del Sur, en particular de Italia, por los grandes flujos migratorios y la inestabilidad del área. Nosotros querríamos una UE y una OTAN que se preocupen del mismo modo de sus flancos Norte y Este, como del flanco Sur. Si se pide a los países mediterráneos solidaridad con lo que ocurre en el Este, deseamos la misma solidaridad con lo que ocurre en el Sur.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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