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El penúltimo dinosaurio africano busca su séptimo mandato en Camerún

Paul Biya se presenta a las elecciones con la amenaza de una guerra civil extendiéndose bajo sus pies

José Naranjo
Paul Biya vota este domingo en Yaundé.
Paul Biya vota este domingo en Yaundé.Sunday Alamba (AP)

Es un hombre discreto, que marca las distancias, poco amante de que los focos apunten en su dirección. Alejado de los fastos y la grandilocuencia verbal de algunos de sus colegas africanos, Paul Biya lleva la friolera de 36 años en el poder en Camerún y, pese a sus reiteradas ausencias del país, su mano se percibe tras todas las grandes decisiones. Cuando el pasado 13 de julio anunció a través de Twitter que se presentaba, una vez más, a las elecciones presidenciales que se celebran este domingo en Camerún, muchos exhalaron un suspiro de alivio, pues le consideran el único capaz de garantizar la estabilidad amenazada por un puñado de conflictos externos e internos. Y sin embargo un incendio se extiende bajo sus pies.

Paul Biya, 85 años, el segundo presidente que más tiempo lleva en el poder de todo el continente, sólo superado por el ecuatoguineano Teodoro Obiang, no parece dispuesto a seguir la suerte de Blaise Compaoré, Robert Mugabe o Yahya Jammeh, derrocados recientemente en Burkina Faso, Zimbabue y Gambia. Su férreo control del aparato del Estado le ha permitido ganar elección tras elección, con el apoyo del Ejército y de las élites camerunesas. Además, la desunión de la oposición le ha apuntalado como gran favorito en los comicios de este domingo. Aún así, tres de los ocho candidatos rivales darán batalla hasta el final, el exministro de Justicia Maurice Kamto, beneficiado por el sostén de otros aspirantes, el socialista Joshua Osih y el primerizo Cabral Libii, que podría hacerse con buena parte del voto joven.

Sin embargo, más allá de la previsible victoria de Biya en las urnas, todas las miradas estarán puestas este domingo en las regiones de Noroeste y Sudoeste, las que el 1 de octubre de 2017, el mismo día que Cataluña celebraba su referéndum ilegal, proclamaban la República independiente de Ambazonia y se separaban unilateralmente de Camerún. Esta zona, de mayoría anglófona frente al resto del país francófono, se considera discriminada y ha vivido dos años de manifestaciones y violencia, tanto por parte de los grupos armados independentistas como del Ejército, que no ha escatimado el uso de la fuerza en su represión, lo que ha provocado más de 500 muertos y unos 200.000 desplazados.

Los separatistas radicales, que no han logrado su objetivo, habían anunciado que impedirían a toda costa que las elecciones se desarrollen con normalidad. Tres hombres armados, presuntamente separatistas, que disparaban a transeúntes en Bamenda, en la región anglófona de Noroeste, fueron abatidos por las fuerzas de seguridad, tras haberlos acorralado. En la madrugada del domingo, en la misma ciudad, unos "hombres armados" incendiaron un tribunal, según testigos. Más incidentes fueron denunciados en otras localidades de la región anglófona.

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En todo caso, se prevé una débil participación. De los 13 millones de potenciales votantes en todo el país, sólo 6,5 han recogido su carné de votante y los desplazados lo tendrán muy difícil, pues el Estado no ha previsto que puedan ejercer su derecho en sus nuevos asentamientos. Tampoco lo tendrán fácil para votar en las regiones de Norte y sobre todo Extremo Norte, donde el conflicto con el grupo terrorista nigeriano Boko Haram ha sembrado la inestabilidad.

Haciendo gala de su habitual mano dura Biya, ha logrado, por ahora, minimizar los daños generados por estos dos conflictos. Pero nadie duda de que la guerra civil larvada que vive el oeste del país crece con cada disparo del Ejército y con cada torturado en comisaría. Lejos de promocionar un delfín que pueda sustituirle, el octogenario presidente, al estilo del eucalipto que impide que nada crezca a su sombra, es el más convencido entre todos los cameruneses de que su presencia en la jefatura de Estado es la única solución. Frente al paro, los problemas en la educación y las enormes carencias de la sanidad, los desafíos que más afectan a la población, él cree tener la receta. Pocos se lo creen a estas alturas, pero “la fuerza de la experiencia”, este es su eslogan de campaña, le otorga una clara ventaja.

En 1962, sólo dos años después de la independencia del país, un joven Biya perteneciente a la clase acomodada camerunesa regresaba a casa tras estudiar Derecho en La Sorbona, en París. Desde ese momento entró a formar parte del Gobierno para ir escalando, con paciencia de santón y una ambición a prueba de bomba, puestos en la Administración. Veinte años más tarde, tras ejercer como primer ministro, el expresidente Ahamadou Ahidjo le designó sucesor. Por ahora, ni un intento de golpe de Estado ni revueltas populares ni el conflicto con la todopoderosa vecina Nigeria han sido capaces de derribarle. Sin embargo, aunque el viejo Biya opta a su séptimo mandato, sabe que el reloj no se detiene, que la biología es implacable y que a su alrededor algunos empiezan a afilar los cuchillos.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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