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Muere a los 80 años Kofi Annan, ex secretario general de la ONU y Nobel de la Paz

Nacido en Ghana en 1938, Annan ha fallecido en Berna tras una breve enfermedad

Kofi Annan, en Nueva York en 2012 / En vídeo, Kofi Annan ha fallecido a los 80 años en Berna (QUALITY-REUTERS)Vídeo: GETTY

El mundo de la diplomacia global acaba de perder a una de sus figuras más relevantes y elegantes. Kofi Annan, el séptimo secretario general de las Naciones Unidas, ha fallecido este sábado en Berna (Suiza) tras padecer una breve enfermedad. Tenía 80 años de edad. Durante su mandato logró elevar en altura un cargo puramente administrativo gracias a su personalidad, carisma, determinación y temperamento. El legado que deja es enorme en el ámbito del desarrollo. Pero sus 10 años al frente de la organización multilateral también estuvieron dominados por momentos oscuros.

Kofi Annan, nacido en Kumasi (Ghana), dirigió la ONU entre enero de 1997 y diciembre de 2006. En 2001, justo a la mitad de su doble mandato, fue galardonado con el Nobel de la Paz por su trabajo al frente de la institución para lograr un mundo mejor organizado y más pacífico. La fundación familiar anunció su fallecimiento este sábado en Twitter. No indicó la enfermedad. Se limita a explicar que su estado de salud se deterioró con rapidez al regresar de Sudáfrica, donde participó en la conmemoración del cumpleaños de Nelson Mandela.

Annan simbolizaba la ONU. Toda su carrera la dedicó a la institución, donde empezó a escalar en 1962 desde un puesto de funcionario en la Organización Mundial de la Salud. Eso le permitió conocer los entresijos de una estructura enormemente compleja. Durante sus dos mandatos, y gracias a su personalidad, logró romper con las rigideces que impone la carta fundacional del organismo al cargo de secretario general, hasta el punto de darle un perfil político que irritó a los países más poderosos. Su misión, de hecho, fue la de acercar la ONU a la gente, para que no fuera un club de gobiernos.

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Era un optimista por naturaleza. La visión de Kofi Annan, que sucedió a Boutros Boutros-Ghali, era la de consolidar y reforzar el papel que juega la institución universal como espina dorsal en el orden mundial creado tras la gran guerra. Con su compasión y empatía logró llegar así a millones de personas necesitadas por todo el mundo. Impulsó los Objetivos del Milenio contra la pobreza, el protocolo de Kioto contra el cambio climático y el fondo para el sida, la tuberculosis y la malaria.

Como señala el actual secretario general de la ONU, António Guterres, “fue un referente y una guía” para la familia onusiana y para los que creen en el papel de la institución. “Perdemos a un gran humanista”, añade el presidente español, Pedro Sánchez. La manera con la que capitaneó la organización recordaba mucho a la del sueco Dag Hammarsjold, que también trató de dar más visibilidad a las funciones de secretario general en los ámbitos político, diplomático y humanitario.

Kofi Annan trató así de adaptar la institución a la nueva realidad global, para evitar atrocidades como el genocidio en Ruanda, que tuvo lugar cuando dirigía las operaciones de paz, o la masacre en Srebrenica. Pero su doble mandato coincidió con un momento especialmente turbulento en el mundo de la diplomacia, que hizo tambalear los resortes del sistema multilateral. La intervención militar en Irak le enfrentó directamente con Estados Unidos y Reino Unido, dos de los cinco países con poder de veto en el Consejo de Seguridad.

Annan reconoció en su despedida que no poder evitar la guerra en Irak fue su mayor fracaso. El choque interno entre las potencias que dominan en el órgano que vela por la paz provocó una verdadera parálisis institucional y rompió con la unidad global que forjó el atentado del 11 de septiembre de 2001 contra la Torres Gemelas y el Pentágono. “Fue el momento más oscuro”, dijo. Sus memorias, Intervenciones: Una vida en la guerra y en la paz, reflejan esa gran frustración.

La recta final de su mandato fue también la más difícil en lo personal. La gran sombra que persiguió su gestión al frente de la ONU fue el fraude en el Programa Petróleo por Alimentos para Irak, un mecanismo diseñado para ayudar al pueblo iraquí durante los años del embargo y que él mismo negoció con el régimen de Bagdad. El escándalo salpicó a su hijo. Las denuncias de abusos sexuales por parte de los cascos azules también nublaron la recta final.

Esta concatenación le obligó a dedicar gran parte de su tiempo a restaurar una reputación muy deteriorada. Pero su prestigio moral, su carisma y su capacidad para negociar quedaron intactas. Nunca dejó por completo el organismo. En 2012 fue designado por Ban Ki-moon como enviado especial para Siria. La ONU que dejó atrás es ahora una organización más comprometida con el desarrollo, la lucha contra el cambio climático, la defensa de los derechos humanos y la paz. “Fue una fuerza para el bien”, concluye António Guterres.

Zeid Raad Al Huseein, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, le define “como la personificación de la decencia humana”. “Fue un líder para millones”, añade, al tiempo que resalta que su pérdida se hace aún más profunda en un mundo que está repleto de dirigentes que carecen, precisamente, de ese carisma y elegancia. “Contribuyó a hacer del mundo que ha dejado un lugar mejor que aquel en el que nació”, valora la primera ministra británica, Theresa May.

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