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Pensándolo bien
Columna
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Cómo no te voy a querer

En un país en el que la figura presidencial es percibida con ánimos monárquicos, resulta inusitado ver a un presidente electo cargar su propio equipaje

Jorge Zepeda Patterson
López Obrador, durante una reunión en agosto.
López Obrador, durante una reunión en agosto. J. Méndez (EFE)

La imagen de Andrés Manuel López Obrador arrastrando con una mano una maleta de viaje con un portafolio encaramado en precaria columna mientras sostiene con cierta dificultad un teléfono celular en el oído, arrasó en redes sociales. En un país en el que la figura presidencial es aun percibida con ánimos monárquicos, resulta inusitado ver a un presidente electo cargar su propio equipaje y sin el impensable séquito de ayudantes y cortesanos.

Más aún cuando en las mismas horas la opinión pública se escandalizó con los problemas por los que pasó Francisco Cobos en París cuando al tomar fotos de Angélica Rivera, la primera dama, mientras esta comía con sus hijas en un famoso y caro restaurante. Guardias al servicio de la esposa de Enrique Peña Nieto intimidaron al improvisado fotógrafo hasta obligarle a borrar las imágenes (una hija de Cobos logró captar a cierta distancia a La Gaviota y el acoso que sufrió su padre).

El contraste entre los hábitos de viaje en ambos casos no hace sino ampliar las buenas sensaciones que ha provocado López Obrador en la opinión pública desde que venció en los comicios presidenciales hace cinco semanas. Obtuvo alrededor del 53 por ciento de la votación, pero a partir de ese momento se ha dedicado a sumar voluntades y entusiasmos, hasta conseguir una aprobación claramente masiva. El mejor indicador sigue siendo el peso mexicano que, lejos de desplomarse como se había presagiado, ha ganado alrededor de un 12 por ciento a partir del triunfo del candidato de la izquierda. Algo que ni siquiera sus más apasionados seguidores habían anticipado.

El entusiasmo que ha generado López Obrador tiene que ver desde luego, con la “cargada” natural a favor de los ganadores que suele darse en los primeros meses de una nueva administración. Tomará posesión a partir del 1 de diciembre, pero el continuo anuncio de las nuevas políticas y designaciones, y el vacío de poder de un Peña Nieto ausente para efectos prácticos, provocan la sensación de que el nuevo régimen ha comenzado ya en más de un sentido. Andrés Manuel se ha beneficiado de la fascinación que despiertan los recién llegados al poder.

Pero su creciente popularidad también es resultado de una cuidadosa estrategia de alianzas tranquilizadoras. El presidente electo se ha reunido con empresarios de toda índole (incluyendo a Carlos Slim con quien polemizó públicamente en la campaña a propósito de la construcción del nuevo aeropuerto), con obispos y líderes sociales, con rivales políticos, incluido José Antonio Meade ex candidato priista. Ha hecho las paces con enemigos del pasado y prometido que la suya será una administración incluyente y sin ánimos revanchistas.

En suma, en pocas semanas López Obrador ha conseguido que las amenazas de inestabilidad tras su triunfo se conviertan en aceptación resignada pero también aliviada entre los sectores conservadores. El tan temido lobo que habían profetizado los radicales de derecha no apareció por ningún lado. Y el entusiasmos entre los seguidores de Andrés Manuel tampoco ha menguado pese los gestos conciliadores para con las élites de parte del presidente electo. Y esto en buena medida gracias a las imágenes de su líder arrastrando una maleta por el aeropuerto. “No, no se ha vendido al poder, sigue siendo el mismo hombre austero y honesto, su discurso conciliador es una estrategia política para facilitar el cambio sin boicots o resistencias”, dirían sus asesores.

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Y en efecto, una maleta roja barata, probablemente proporcionada por su esposa en el último momento ante el estado calamitoso del equipaje de su marido, confirma que hay un abismos de separación entre la visión del mundo de Angélica Rivera y Peña Nieto, y la de López Obrador. Y esa es la mejor tarjeta de presentación del presidente entrante.

Desde luego la popularidad inicial de la que goza AMLO no es una patente de corso. Aunque nunca alcanzó este rating, Enrique Peña Nieto también disfrutó del beneficio de la duda tras presentar su célebre Pacto por México al arranque de su sexenio. Alcanzó su cúspide cuando la revista Time lo declaró el modernizador del país gracias a sus reformas; era el Peña Nieto Momentum. Ya sabemos lo que duró.

Por lo pronto, López Obrador vive su luna de miel con el pueblo mexicano. Y nunca mejor expresado que el tuit espontáneo y anónimo que acompañaba a la imagen del hombre arrastrando una maleta: “cómo no te voy a querer”.

@jorgezepedap

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