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DE MAR A MAR
Columna
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La encrucijada de Colombia

Duque enfrenta un enorme desafío en un país fracturado por los acuerdos de Santos con las FARC

Carlos Pagni

El mapa político de Colombia asumió el último domingo la forma de una encrucijada. No tanto por el regreso al poder del uribismo, como por la aparición de una opción de izquierda, la del derrotado Gustavo Petro, con 8 millones de votos. El gobierno de Iván Duque se modelará contra esa oposición.

El triunfo de Duque, auspiciado por Álvaro Uribe, tiene consecuencias para toda la región. Termina de descomponerse el cuadrilátero diplomático formado por Bogotá, Washington, Caracas y La Habana, que sirvió de marco a los acuerdos de paz con las FARC, patrocinados por Barack Obama. El nuevo presidente representa una radicalización de la discordia con la Venezuela de Nicolás Maduro y, por lo tanto, una alianza con los Estados Unidos de Trump. Colombia hará juego con la Argentina de Macri y el Chile de Piñera. Es el fracaso definitivo de Juan Manuel Santos, quien gobernó durante 8 años en un contrapunto cada vez más encarnizado con su antecesor Uribe. Con bajos niveles de popularidad, se especula con que el destino de Santos será alejarse de Colombia. Las habladurías le imaginan radicado en Inglaterra.

Una novedad de primera magnitud del nuevo panorama es el resultado conseguido por Petro. Si bien quedó a 12 puntos de su rival, cuadruplicó los votos obtenidos por la izquierda en la última elección presidencial. Muchos analistas especulan con que, si el progresista Fajardo hubiera salido segundo en la primera vuelta, hoy sería presidente él y no Duque. Petro ocupará una banca en el Senado. Desde allí, anticipó ayer, movilizará a la oposición.

Si bien quedó a 12 puntos de su rival, Petro cuadruplicó los votos obtenidos por la izquierda en la última elección presidencial

En su primer mensaje después de la victoria, Duque prometió trabajar por la unidad. Es un enorme desafío en un país fracturado por los acuerdos de Santos con las FARC. Del nuevo presidente se espera que gestione ese proceso con enorme ductilidad. Tendrá que contemplar las exigencias de su padrino, Uribe, quien ha liderado la resistencia al entendimiento. Pero deberá también evitar que las FARC regresen a la lucha armada. O se entreguen al crimen organizado. Esta tensión enfrentará un primer test: ¿qué actitud adoptará Duque con los líderes guerrilleros que están acusados de cometer delitos posteriores a la firma de la paz? Sobre uno de ellos, Jesús Santrich, pesa un pedido de extradición a los Estados Unidos. La DEA lo acusa de haber entregado, junto a otros colaboradores, un cargamento de 10 toneladas de cocaína al cartel de Sinaloa.

Esta definición es sólo la prueba más inmediata de una operación compleja, en la que se pondrá en juego la calidad del vínculo Duque-Uribe. Centro Democrático, la fuerza triunfante, sintetizó su postura frente a los acuerdos con las FARC como “Paz sí, pero no así”. El nuevo presidente deberá dotar de contenidos específicos a esa consigna. Por ejemplo, precisar el alcance de la justicia transicional para los crímenes de lesa humanidad. Este es un problema que está en el corazón del proceso lanzado por Santos. Al no buscar el consentimiento de la oposición, se arriesgó a que si esa oposición llegaba un día al poder, todo fuera revisado.

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Ese día llegó el domingo pasado. Duque deberá definir hasta dónde aceptará lo heredado. Un límite es Uribe y su mandato revisionista. Otro límite es el volumen que alcanzó la oposición. En la tensión entre estos polos se librará el duelo Duque-Uribe. Esa relación cuenta con un mediador clave. Luis Guillermo Echeverry, el jefe de campaña del nuevo presidente.

Echeverry es hijo del empresario Fabio Echeverri Correa, quien fue el encargado de las dos campañas de Uribe. Su relación con Duque se remonta a la época en que ambos eran funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo. Al mismo tiempo, el padre de Duque, Iván Duque Escobar, ex ministro del gobierno de Belisario Betancur, fue uno de los mentores de Uribe en la etapa de su ascenso. Muchos uribistas confían en que estas genealogías entrelazadas evitarán un choque entre Uribe y su discípulo. Ambos deben romper la regla que describió el ensayista Beppe Severgnini al describir el caso Berlusconi: “El líder carismático ve en el heredero la encarnación de su propia mortalidad política y, por lo tanto, termina detestándolo”.

La reforma constitucional de 2015 influirá en el juego que se abrió desde el domingo. No sólo porque dispuso que quien sale segundo, como Petro, tiene derecho a una banca en el Senado. También eliminó la reelección presidencial. Con una izquierda caudalosa, el problema sucesorio está instalado desde el inicio. Entre los colaboradores más estrechos de Uribe apuestan a que dentro de cuatro años la candidata oficialista sea Marta Lucía Ramírez, quien pertenece al partido conservador de Andrés Pastrana, uno de los aliados de la coalición que sostuvo a Duque. Ramírez es la protagonista de otro récord: los electores la convirtieron, el domingo, en la primera vicepresidenta de Colombia.

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