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“No hay justicia en Nicaragua. Te pegan un balazo y nadie hace nada”

El misterio rodea el atroz asesinato de un joven durante los disturbios registrados en uno de los enclaves turísticos del país durante las protestas contra Daniel Ortega

Carlos S. Maldonado
Alexander Serria, frente a la tumba de su hermano
Alexander Serria, frente a la tumba de su hermano Carlos Herrera

Cuando cae la noche en León hay un suspiro generalizado de alivio en esta ciudad colonial del oeste de Nicaragua, que a mediodía puede arder a cuarenta grados centígrados. En un día normal, la puesta de sol marca la hora para salir del refugio de las casonas coloniales para comprar el pan, sentarse en un bar de la plaza central a tomarse una cerveza, o disfrutar de la brisa en uno de los parques de la ciudad, una de las más bellas de Centroamérica. Pero esta tarde de mayo no es normal en León. En la Capilla del Divino Niño del barrio de La Providencia un grupo de personas se cita en una liturgia para honrar a Cristhiam Emilio Cadenas, de apenas 23 años, estudiante de Agroecología que es una de las cuatro víctimas mortales que dejó la ola de violencia que trastocó a mediados de abril la paz de esta ciudad de postal, una de las tarjetas de presentación de Nicaragua ante el mundo.

Alexander Sarria Cadenas, hermano de Cristhiam, no se atreve a entrar a la pequeña iglesia, donde un cura habla del amor de Cristo. Se queda en el patio. Hay una profunda tristeza en sus ojos oscuros. Este hombre de 39 años todavía no entiende qué le ocurrió a su hermano, por qué tiene que estar aquí, en este templo, nueve días después de haberlo sepultado, cuando lo normal sería que el muchacho estuviera a esta hora tomándose una cerveza junto a su novia. Cristhiam murió calcinado. Su cuerpo fue encontrado en uno de los cuatro edificios quemados en los días más cruentos de la violencia que azotó a la ciudad y hasta ahora las autoridades no dan una explicación convincente sobre su muerte. “Asfixia”, fue lo único que le dijo el médico forense a Alexander, quien asegura que no ha recibido el acta de defunción de su hermano.

“Hasta ahora no sé nada”, explica indignado. “Solo me han entregado el cuerpo. Y de la manera que me lo entregaron es doloroso para mí”, agrega. Sarria cuenta un relato de una crueldad irracional. “Me lo entregaron quemado, sin piernas, sin brazos. Cuando le dieron vuelta al cuerpo todos sus órganos estaban salidos. El corazón, el hígado, todo eso se le miraba. Lo tuve que agarrar yo solo, porque nadie me ayudó. Los policías me decían: eso no nos corresponde a nosotros. Y cuando lo logré levantar para echarlo al ataúd, una parte de su cabeza se cayó, se desmoronó, como cuando se desbarata una galleta”.

Cristhiam formaba parte del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua

El hombre –moreno, fuerte– se quiebra, se echa a llorar. “¿Cómo es posible que me lo hayan entregado así?”, espeta. “El pantalón, el pañuelo que andaba, están intactos, sin quemarse. Se quemó todo el cuerpo, pero la ropa no estaba quemada. El cuerpo estaba irreconocible. Para mí que mi hermano fue torturado. Y quiero saber por qué. Esto no puede quedar así”, dice entre sollozos.

Cristhiam formaba parte del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, en su campus de León. Ese movimiento está controlado por el Frente Sandinista, el partido del presidente Daniel Ortega. El 18 de abril, cuando hubo manifestaciones en todo el país contra una reforma al Seguro Social impuesta por Ortega, los líderes del movimiento estudiantil de León obligaron a los estudiantes a salir a la calle y, junto a la tristemente célebre Juventud Sandinista –violentos colectivos a órdenes del régimen– reprimir a los manifestantes. Un grupo de estudiantes de la universidad, indignados por el ataque a jubilados y ciudadanos, se rebeló contra el movimiento y apoyaron las manifestaciones, esta vez exigiendo la destitución de Ortega. Entonces comenzó una ola de violencia que estremeció a esta ciudad colonial. Hubo saqueos a los comercios, las huestes de Ortega incendiaron Radio Darío –la principal de la ciudad– y también ardieron cuatro edificios en el centro de León, entre ellos la sede del movimiento estudiantil.

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En uno de los edificios calcinados, Billares Lezama –punto de encuentro de estudiantes–, fue hallado el cuerpo de Cristhiam. Las versiones sobre su muerte son contradictorias. El movimiento estudiantil a favor de Ortega asegura que su sede fue incendiada por los estudiantes en rebeldía y que el joven murió en ese incendio. Los estudiantes rebeldes entrevistados en León dicen que el incendio lo provocaron los líderes del movimiento estudiantil. Otras fuentes aseguraron que Cristhiam, al ver la represión contra los manifestantes, decidió distanciarse de sus viejos camaradas y estos fueron quienes lo asesinaron. A falta de una investigación oficial, el misterio rodea el atroz asesinato del joven, que mantiene conmocionada a la ciudad colonial.

“Nadie me da explicaciones de por qué le hicieron eso a él”, dice indignado su hermano, Alexander. Aquí no hay transparencia, no hay justicia. Me siento solo. Estamos en un sistema de sálvase quien pueda. Las instituciones no tienen credibilidad para que uno pueda recurrir a ellas y explicarles lo que pasó”, agrega Sarria. Su lamento se une al de decenas de familiares víctimas de la violencia y la represión –que dejó al menos 46 muertos en todo el país–, que exigen justicia. “Quiero saber lo que le pasó a mi hermano, pero no confío en las autoridades. Aquí te pegan un balazo y nadie hace nada. No sé qué hacer. Dónde puedo recurrir. Estoy manos arriba, pero no puede quedar así la muerte de mi hermano. No me voy a quedar con los brazos cruzados. No duermo pensando en él. Le pido a Dios que me dé fortaleza para seguir adelante”.

Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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