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Las dos Coreas exploran el deshielo tras un año de amenaza nuclear

La hermana de Kim Jong-un invita al presidente surcoreano Moon Jae-in en un almuerzo en Seúl

Kim Yo-jong, hermana de Kim Jong-un, saluda al presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, este sábado en Seúl.Vídeo: AFP
Macarena Vidal Liy

El incipiente deshielo entre las dos Coreas empieza a cobrar forma y, por el momento, a toda velocidad. Kim Yo-jong, la hermanísima del líder norcoreano, Kim Jong-un, mantuvo este sábado la primera reunión de un miembro de su dinastía con un presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in. Y llegó con regalos: una invitación personal de su hermano al jefe de Estado del Sur para visitar Pyongyang “cuando le sea conveniente”. Una invitación impensable hace dos meses, tras un año de tensiones por las pruebas nucleares del Norte. Sería la primera reunión de dos líderes coreanos en una década, y solo la tercera en la historia.

La invitación representa un espaldarazo para la política de Moon Jae-in de acercamiento al Norte, tras un año de escalada de las tensiones en la península y entre Pyongyang y Washington en torno al programa nuclear norcoreano. También supone un calculado envite de Pyongyang a Estados Unidos, que considera que la nueva disposición al diálogo de Corea del Norte no es más que un acto de propaganda.

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Durante el almuerzo, de más de tres horas y en el que las fotografías muestran que abundaron las sonrisas, “la enviada especial Kim Yo-jong entregó una carta personal” de su hermano a Moon. En ella, el líder norcoreano expresa su “deseo de mejorar las relaciones entre las dos Coreas”, declaró al respecto el portavoz presidencial del Sur, Kim Eui-kyeom. Kim Jong-un desea reunirse con el jefe de Estado del Sur “lo antes posible”, y por ello invita a Moon a “visitar el Norte en el momento que le resulte conveniente”. La hermana del dirigente norcoreano dejó un mensaje igualmente cálido en el libro de visitas de la residencia presidencial: “Espero que Pyongyang y Seúl se acerquen en los corazones de los coreanos y traigan la unificación y la prosperidad en un futuro próximo”. Moon y el jefe de Estado nominal norcoreano, Kim Yong-nam, asistieron juntos al partido que el equipo olímpico conjunto de hockey femenino disputó en Pyeongchang ayer en el marco de los Juegos Olímpicos de Invierno.

Pero, aunque el nuevo paso de Pyongyang sea espectacular en apariencia, aún no es momento para echar las campanas al vuelo. Por el momento, la respuesta de Moon, al menos en público, ha sido cauta. Sin confirmar aún si aceptará la invitación, su portavoz apuntó que el presidente surcoreano instó a “crear las condiciones apropiadas” para hacer realidad esa visita.

Porque, entre otras cosas, será necesario lograr que se atenúe la crispación entre Pyongyang y Washington, el verdadero motor de las tensiones en la península a lo largo del último año. Sin una distensión entre ambos países, es improbable que la actual tregua olímpica pase de ser nada más que eso, una pausa temporal en la escalada de amenazas.

Hasta el momento, Estados Unidos ha dejado claro que contempla con escepticismo, si no auténtico desdén, el aparente deshielo. El presidente norteamericano, Donald Trump, ha expresado su apoyo nominal a las conversaciones intercoreanas, pero la visita del vicepresidente, Mike Pence, a Corea del Sur para asistir a la ceremonia inaugural de los Juegos de Pyeongchang ha derivado en una cadena de desaires y gestos incómodos.

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A la amenaza de nuevas sanciones económicas unilaterales contra el Norte y la reunión con desertores en Seúl se unió el afán de Pence por evitar cualquier gesto que pudiera parecer un saludo o algún signo de apoyo a los visitantes norcoreanos. Hasta el punto de que el vicepresidente de Estados Unidos y su esposa fueron los únicos en el palco presidencial que no se levantaron al paso de la comitiva conjunta de deportistas de las dos Coreas en el desfile inaugural de los atletas.

En lugar del diálogo, Estados Unidos apuesta, al menos hasta ahora, por una política de dureza y presión contra Pyongyang, e insiste en que no habrá ninguna posibilidad de negociación en tanto Corea del Norte no renuncie de manera incondicional a su armamento nuclear.

Moon sabe que necesita tener a Washington en el mismo barco. Según la Casa Azul, sede de la presidencia en Seúl, durante el almuerzo de tres horas se instó a la delegación norcoreana a buscar de manera más activa un diálogo con la Administración de Trump. “Es absolutamente necesario que el Norte y Estados Unidos comiencen conversaciones en un futuro próximo”, afirmó Moon, según lo citó su portavoz.

El presidente surcoreano también tendrá que tener cuidado con parecer que se muestra demasiado obsequioso ante una Corea del Norte que puede abandonar las conversaciones cuando crea que ya ha logrado lo que quería. La derecha surcoreana no perdona a Moon las concesiones para la asistencia del Norte a los Juegos organizados en el Sur, que considera que benefician a la imagen del régimen de Kim.

El efecto de las sanciones

La súbita campaña de gestos amistosos lanzada por Corea del Norte comenzó el 1 de enero, cuando Kim Jong-un planteó por primera vez la posibilidad de que los atletas de su país participaran en los Juegos Olímpicos en el Sur. Desde entonces —y pese a un desfile militar este jueves en el que exhibió varios misiles intercontinentales, en una advertencia de la fragilidad de la tregua—, Pyongyang ha enviado a cerca de 550 personas a la competición deportiva, entre atletas, animadoras, músicos, funcionarios y periodistas. El viaje de la propia hermana del líder supuso un gesto de profundo simbolismo.

Detrás puede estar la intención de crear divisiones en la alianza entre Corea del Sur y Estados Unidos, que no atraviesa por su mejor momento tras la llegada del progresista Moon al poder y las amenazas de Trump de renegociar el tratado de libre comercio entre ambos países. Según otros expertos, también puede ser una señal de que las últimas rondas de sanciones de la ONU contra Kim Jong-un por el programa nuclear han empezado a surtir efecto.

En Pekín, el analista Tong Zhao, del centro Carnegie-Tsinghua, apunta que Pyongyang, que declaró el año pasado completo su programa de armamento, puede haber decidido que ya ha alcanzado la capacidad militar que deseaba para disuadir a Estados Unidos de atacarla, y optar por una política de pragmatismo. “La presión económica no tiene precedentes. El impacto en su economía es muy grave y puede tener implicaciones serias en su estabilidad política y social. Saben que no pueden continuar siempre desarrollando su programa de misiles y nuclear. Cada prueba les supondrá una nueva resolución de la ONU en contra. Así que necesitan parar en algún momento”, opina este experto.

Por el momento, la tregua olímpica entre las dos Coreas representa la garantía de varias semanas de tranquilidad, en las que Pyongyang no adoptará ninguna acción agresiva y Estados Unidos se mantendrá a la espera.

La piedra de toque de la distensión llegará en abril. En ese mes Corea del Sur y Estados Unidos celebran sus mayores maniobras conjuntas anuales, que Pyongyang considera una amenaza y exige se suspendan. Y Corea del Norte suele responder a esos ejercicios militares y conmemorar el aniversario del nacimiento de su fundador, Kim Il-sung, con algún tipo de prueba de armamento.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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