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Así es una fiesta privada para millonarios en Davos

'Selfies' con Enrique Iglesias, besos apasionados y mucho champán... el guateque del oligarca ruso Oleg Deripaska y el financiero británico Nat Rothschild en el Foro Económico Mundial

Público a la entrada del discurso de Donald Trump en el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza).
Público a la entrada del discurso de Donald Trump en el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza).Denis Balibouse (REUTERS)

Por un golpe de suerte o el destino los que aquí escribimos accedimos a una de las fiestas más cotizadas de Davos. Se trataba de un guateque de lujo organizado por el oligarca ruso Oleg Deripaska y el financiero británico Nat Rothschild, a la que no estábamos invitados. Cómo acabamos allí no podemos contarlo, porque un periodista no revela sus fuentes. Pero podemos asegurar que no accedimos de forma ilegal, ni atajando ninguna de las estrictas normas de acceso al recinto, parte del ADN suizo que se respira en cada centímetro de Davos.

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Era una fiesta privada, con unos 100 asistentes dentro de un improvisado chalé de madera suizo que parecía desmontable, ubicado junto al exclusivo hotel Seehof, frente a un lago congelado. Unas hogueras marcaban el camino a la algarabía y servían de refugio a los fumadores, alguno de ellos ya ebrio a pesar de no ser ni medianoche. Del anfitrión ruso poco sabíamos, aunque averiguamos que se trata de uno de los hombres más ricos de su país gracias a la multinacional de aluminio En+. Además, es amigo personal del presidente Vladimir Putin, y quien contrató a Paul Manafort, exjefe de campaña de Donald Trump, para ayudar a los intereses del presidente Putin.

Una vez superado el arco de seguridad al recinto, fuimos interrogados por el origen de la invitación. La mostramos en forma de un correo electrónico que nos fue reenviado por un asistente que no podía acudir por sus compromisos personales. En la citada tierra de las sospechas y las verificaciones constantes fue imposible no levantar cejas. Eso sí, una vez mencionado el nombre del emisor, todos los problemas se esfumaron. Dejamos atrás a una joven serbia con una fortuna en pieles entre cabeza y abrigo que se quejaba con amargura porque no encontraban su nombre en la lista. Ella proponía resolver el entuerto con la cantidad de dinero que hiciera falta, o eso pedía a su asistente, que negociaba con paciencia con la inflexible encargada de la lista de admisiones.

A medida que avanzábamos al interior de la sala se oía de fondo al gran protagonista de la noche, Enrique Iglesias acababa de interpretar El Perdón frente a un público enfervorecido. La suerte quiso que llegásemos justo a su momento cumbre. En un inglés cultivado en Miami anunció: “Ahora es cuando nos volvemos locos”, mientras invitaba al público al escenario. Al principio solo se sumaron unos pocos osados, pero en cuanto sonaron los primeros acordes de Bailando, fueron legión. Iglesias se dio un auténtico baño de masas. Dejando de lado el aspecto técnico de la actuación, asistida con ‘auto-tune’, diremos que cumplió con las expectativas de los asistentes. La gente se tomaba selfies con el español, mientras el número de entusiastas que subía al pequeño plató crecía hasta hacer tambalear la pista. Al final, agradeciendo al público su entrega y locura, Iglesias corrió raudo al monovolumen que le esperaba fuera para evitar más fotos con fans y nuestras preguntas.

El bucólico entorno del Foro Económico Mundial de Davos.
El bucólico entorno del Foro Económico Mundial de Davos.MIGUEL MEDINA (AFP)
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Esta fiesta no era una excepción en la semana del Foro Económico Mundial, en Suiza, muy conocido por sus festejos así como por sus serias discusiones sobre economía y política internacional que quedaron resumidas en el informe de Riesgo Globales en 2018, donde se mencionaron conflictos locales (entre ellos, Cataluña), terremotos, subidas y bajadas en los precios de la energía y burbujas en los precios de mercado (Bitcoin, por ejemplo) que podrían afectar al bienestar de la población mundial.

No obstante, esa noche de fiesta rusa, la burbuja que más abundaba –y afectaba la cabeza de los invitados- era la del champán. No faltaba de nada. Rebosaba el caviar y el queso gruyer, postres de frutas, mousse de pato y mucho, pero mucho alcohol. Entre el champán, el tequila, el whisky y el vino (Vega Sicilia, por cierto), los invitados comenzaban a achisparse, con esas borracheras que abren el corazón y la sinrazón. Algunos se lanzaban a la pista de baile, pero en su mayoría el ritmo brillaba por su ausencia. Un hombre negro con camisa de cuadros y zapatillas Vans y una joven asiática con vestido gris, llamaban la atención sobre el resto. El primero por su talento y la segunda por su ilusión desbordante. Se observaba claramente una mayor edad media entre los asistentes masculinos.

Iba corriendo la noche y empezaron a aparecer los estragos del alcohol. Hombres de negocios que, en el último día del Foro Económico Mundial, se soltaron la corbata, pese a que seguían haciendo negocios y otros los firmaban. Un millonario inversor tecnológico de Silicon Valley cerró el alquiler de una casa para próxima edición del Foro, ya que no es fácil encontrar hospedaje y los que se quedan en Davos pagan precios desorbitados. Por ello, los cincuenta mil euros del trato que cerró el millonario por el alquiler de una casa en la ciudad suiza le parecieron una ganga, según nos comentó. Cualquier cosa mejor que verse atascado con su chófer en el acceso a la urbe desde el vecino pueblo de Klosters.

En la zona de fumadores se besaban desenfrenadamente un chaval judío y una joven a la que le costaba mantener el equilibrio dada su ebriedad. Fue tanta la muestra de pasión, que tuvo que intervenir un agente de seguridad para pedirles que bajaran la intensidad de sus afectos, ya que estaban escandalizando a algunos de los presentes. Pasaron entonces a carantoñas más bajadas de tono.

Por cierto, la joven serbia acabó entrando y a pesar de haberse perdido la actuación de Enrique Iglesias, acabó disfrutando como la que más. Eso sí, el gorro de piel no fue a parar a ningún sitio. Ahí estaba, majestuoso e impoluto sobre su cabeza, sin desprenderse tras el encuentro con un amorío en plena fiebre invernal de Davos.

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