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Cuando los menores no acompañados llegan a la mayoría de edad

Una ONG griega tutela a jóvenes refugiados entre 18 y 22 años para facilitarles la transición a la vida adulta

María Antonia Sánchez-Vallejo
En noviembre había en Grecia más de 3.000 refugiados menores no acompañados.
En noviembre había en Grecia más de 3.000 refugiados menores no acompañados.COMISIÓN EUROPEA / ECHO

De los 3.250 refugiados menores no acompañados que había en Grecia a mediados de noviembre (dato de Acnur basado en el servicio griego de protección a la infancia), más de 2.100 se hallaban en lista de espera para acceder a un refugio seguro. Este número se incrementa, además, con el goteo de llegadas desde Turquía: casi un centenar de menores solos al mes. Desde agosto, el Gobierno griego financia los albergues disponibles para este colectivo, pero al menos cuatro podrían cerrar por falta de fondos, lo que empujaría a los niños a alojamientos inseguros o a vivir en la calle o en dependencias policiales, según una reciente denuncia de un grupo de 11 ONG, entre ellas Oxfam.

Si bien en Grecia no se conoce, al menos oficialmente, ningún caso de desaparición de menores desamparados como los 10.000 denunciados en 2016 por un informe de Europol, la especial vulnerabilidad de este segmento de población es uno de los mayores desvelos de las organizaciones humanitarias. Con el cierre parcial de los campamentos de refugiados y su progresiva reubicación en apartamentos, en entornos urbanos más o menos inhóspitos, ONG griegas como Praksis y Care han desarrollado programas específicos para sus necesidades. Estas ONG ya trabajaron con menores no acompañados en el campamento de Idomeni (norte de Grecia) durante la fase más aguda de la crisis de los refugiados, entre el verano de 2015 y el cierre de la ruta balcánica, en marzo de 2016.

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La andadura del paquistaní Adil Sanwal en Grecia, adonde llegó hace dos años cuando tenía 16, ha ido de la mano de estas ONG. Recién cumplida la mayoría de edad, el chico, que quiere ser fotógrafo profesional —despliega un apreciable talento como reportero de calle en la red social Instagram, con instantáneas en blanco y negro—, vive en un albergue de Praksis y Care en el centro de Atenas destinado a facilitar la transición a la vida adulta a los menores no acompañados cuando cumplen 18 años. “Me marché en busca de un futuro mejor. He pedido asilo, porque me quiero quedar aquí”, musita Adil con la cámara al lado. Los nacionales de Pakistán no son en teoría candidatos a recibir protección; sirios y en menor medida iraquíes son los principales beneficiarios según estipula el pacto migratorio UE-Turquía.

“A esa edad deben dejar el refugio, pero no pueden vivir por sí mismos por la complejidad del entorno urbano. Nosotros facilitamos su integración durante un mínimo de seis meses”, explica Danai Vallianatou, coordinadora de Praksis, en el albergue, que dispone de 30 plazas para jóvenes entre 18 y 22 años y está financiado por la agencia humanitaria de la Unión Europea (ECHO, en sus siglas inglesas), con la que EL PAÍS viajó a Grecia en noviembre. Además de alojamiento y comida, Adil y sus compañeros hacen cursos de idiomas y formación profesional (“cocina, pintura… según sus inquietudes”, añade la coordinadora), así como asesoría laboral, para favorecer su difícil incorporación a un mercado de trabajo lastrado por una altísima tasa de desempleo juvenil (en torno al 50%).

Omar, un iraquí de Ramadi con 18 años recién cumplidos que llegó a Grecia hace año y medio, también vive en el centro, que cuenta con un presupuesto mensual de 26.000 euros. “Me fui de Irak por problemas religiosos. Mi padre desapareció en la guerra. Yo estaba en el último curso de instituto, y ahora sólo quiero ir a Canadá o Inglaterra para estudiar Medicina”. Tras escapar a los disparos de los soldados turcos en la frontera con Siria, llegó a Grecia con su hermano pequeño, que hoy vive tutelado por los servicios sociales en el gran campamento de Skaramangás, a las afueras de Atenas. Tanto Adil como Omar reciben —al igual que el resto de beneficiarios del programa Estia de ECHO, de “ayuda de emergencia a la integración y el alojamiento”—, una pequeña cantidad de dinero al mes para sus gastos, que Omar emplea sobre todo en pagar el transporte para ir a ver a su hermano. La mayoría de los internos se lo gastan en alimentos, que se amontonan en una ordenada cocina común, y en el móvil.

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Omar se ha aficionado a la pintura en Grecia (“no tenía nada que hacer al llegar aquí, y empecé a pintar porque es algo barato”, explica en el salón del centro, junto a los retratos y paisajes que atesora desde su llegada). Y tras el alud de penalidades sufridas desde que dejó su país, el joven adulto no duda a la hora de nombrar la principal ventaja: “Lo más importante es que aquí puedo dormir por las noches”.

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