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De Mar a Mar
Columna
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Brasil: todos trabajan para Bolsonaro

Las posibles candidaturas de Lula y Temer son una exhibición de la capacidad de la burocracia política brasileña para bloquear cualquier renovación

Carlos Pagni

La candidatura de Lula da Silva a la presidencia de Brasil es llamativa. El juez del caso Lava Jato, Sergio Moro, le condenó en julio pasado a nueve años y medio de cárcel por corrupción y lavado de dinero. Pero Lula encabeza casi todas las encuestas como candidato a presidente para octubre próximo.

En las últimas horas comenzó esbozarse otra postulación aún más sorprendente. La del presidente, Michel Temer, a quien la prensa menciona como una posible opción de centro. Él deja trascender que es el último en la lista de competidores del oficialismo.

El motivo de asombro más obvio es la baja popularidad de Temer. Los brasileños que lo aprecian no alcanzan al 5%. Es comprensible. Le tocó liderar un largo proceso recesivo. Y, en mayo último, se supo que el empresario Joseley Batista lo grabó admitiendo un pago de sobornos. Cinco meses más tarde, 251 diputados se impusieron sobre otros 233, para que no avanzara la investigación y lo desplazaran del cargo. Muchos de esos legisladores votaron en defensa propia. También están manchados por la corrupción.

Se suponía que Temer había terminado su carrera no sólo por su enorme desprestigio. También porque se había comprometido a no intentar la reelección para que sus competidores del PSDB se sumaran a su gabinete, después de la caída de Dilma Rousseff.

Mientras se recupera de una angioplastia, Temer imagina cómo remover esos obstáculos. Calcula que la lenta recuperación económica podría obrar un milagro. Una apuesta voluntarista, ya que hasta ahora ninguna buena noticia ha mejorado su imagen. La figura que, capitalizando esos méritos, se ha venido proyectando hacia la Presidencia, es Henrique Meirelles, el ministro de Hacienda. En adelante, competirá con Temer.

Dotar a los expresidentes de un fuero privilegiado los pondría al margen de la Justicia. Se beneficiarían Lula y Temer.
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El compromiso con el PSDB es reversible. Una franja importante de ese partido pretende abandonar el gabinete. Ellos tampoco, podría decir el presidente, cumplen sus promesas.

Los motivos que impulsan las increíbles ambiciones de Temer son bastante previsibles. Pretende evitar que el último año de gestión se le transforme en un infierno por la pérdida cotidiana de poder. Algo parecido a lo que sucedió con su antecesor y camarada del PMDB, José Sarney, en 1990. La candidatura es una excusa, entonces, para disciplinar a su partido. Y para amenazar a los aliados del PSDB con una mayor fragmentación del campo electoral.

Mientras el PMDB sobrelleva las ambiciones de su deteriorado jefe, el PSDB atraviesa una crisis muy poco edificante. Su último candidato presidencial, Aécio Neves, está unido a Temer por un adhesivo impresentable. Apareció en la misma grabación realizada por Batista en una historia de sobornos. Neves, por lo tanto, es el principal defensor de la continuidad de su partido en el gobierno. Por eso, en su calidad de presidente del PSDB, hace dos semanas defenestró a su reemplazante interino, Tasso Jereissati, quien pretende romper con Temer.

Neves condiciona también la carrera del gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, quien relanzó sus pretensiones presidenciales. Su ahijado João Doria, el alcalde de San Pablo, deberá resignarse a competir por el estado.

Ninguno de estos candidatos araña la popularidad de Lula, que está condicionado por los tribunales. Si el tribunal de apelación confirma la condena de Moro, quedaría fuera de carrera. Salvo que prospere una iniciativa que navega sin luces por el Congreso. Dotar a los expresidentes de un fuero privilegiado los pondría al margen de la Justicia. Se beneficiarían Lula y Temer. ¿Habrá un pacto entre ellos? No sería el primero. Temer fue vicepresidente de Dilma por iniciativa de Lula. Y en sus últimas declaraciones a la prensa, el jefe del PT no rechazó la idea de acordar con el PMDB. La máxima de Getulio Vargas sigue vigente. “En política, no sientas a nadie tan amigo que no puedas considerarlo tu enemigo; ni tan enemigo que no puedas considerarlo tu amigo”.

El PT mantiene a Lula como su principal oferta. El PMDB analiza la reelección de Temer. Y el PSDB es reconducido por Neves a la alianza con el presidente. Estos movimientos son una exhibición de la extraordinaria capacidad de la burocracia política brasileña para bloquear cualquier renovación. A pesar del vendaval del Lava Jato, el sistema de poder tradicional se ha mostrado inalterable. Este instinto de conservación tiene un principal beneficiario. Es Jair Bolsonaro. Diputado y ex militar, Bolsonaro viene mejorando su situación en las encuestas. La mayoría le asigna alrededor del 17% de los votos. Salvo una que se conoció este fin de semana, del Instituto Vertude, que lo ubica con 34%, superando a Lula, que registra 27,4%. Todas lo presentan como el principal desafiante del PT en segunda vuelta. Bolsonaro es la figura política con mayor repercusión en las redes sociales. Allí triplica a Lula.

Fernando Henrique Cardoso confesó hace tiempo su temor a que el enquistamiento del PT en el poder generara un “subperonismo” brasileño. Pero, como suele decir el propio Cardoso, “cuando esperamos lo inevitable, ocurre lo inesperado”. Hijo de una tormenta provocada por la corrupción y agravada por la recesión, Bolsonaro significa un retroceso democrático mucho más inquietante. Su programa es inequívoco. Ya que el Brasil contemporáneo se ha vuelto irrespirable, propone regresar a las cavernas. Además de declararse favorable a la tortura, ha defendido la dictadura militar. También advirtió que “no hay peligro de que mis hijos sean gays porque están bien educados” y que los negros “no sirven ni para procrear”. Le llaman “el Trump brasileño”, acaso para mejorarle. Otros lo comparan con Silvio Berlusconi, que irrumpió después del Mani Pulite, el Lava Jato italiano. Aunque ahora, en busca de un elector menos radicalizado, intenta moderarse, Bolsonaro se propone como un instrumento para condenar al establishment político. Los partidos, con su escasísima renovación, le están dando un argumento. Los rivales de Bolsonaro trabajan para él.

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