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Chabolismo en París, una cicatriz en la ciudad de la luz

Francia tiene más de quinientas ‘bidonvilles’ tres décadas después de haber erradicado los barrios de barracas

Marc Bassets
Campamento chabolista de Ney, a las puertas de París, alberga sobre todo a rumanos
Campamento chabolista de Ney, a las puertas de París, alberga sobre todo a rumanosERIC HADJ

Arriba, la capital próspera y vibrante, la llamada ciudad de la luz. Abajo, un submundo insalubre, precario y provisional.

Hay que bajar por unas improvisadas escaleras de madera para entrar en el poblado del boulevard Ney en París, una bidonville (literalmente ciudad de bidones, o campamento de chabolas) instalada en una vía de tren abandonada, cerca del periférico, la autopista de circunvalación que marca los límites de la capital francesa.

Francia creía que el chabolismo, un fenómeno asociado a los paisajes suburbiales de los años cincuenta y sesenta en plena explosión de crecimiento y demográfica, había desaparecido. Desde hace una década, aproximadamente, las barracas han vuelto a aparecer dentro de las ciudades, en zonas periféricas y junto a las autopistas.

El boulevard Ney es una cicatriz en pleno París. Se ven latas de bebida por el suelo y ratas detrás de las chabolas. Son las tres de la tarde y los niños, que con excepciones no van a la escuela, juegan por el estrecho pasillo entre las construcciones que hace de calle principal. Ahí está una niña de 11 años que en un castellano perfecto explica que cuando vivía en Madrid iba a la escuela, pero no aquí. O unas gemelas, más pequeñas, que tampoco han ido a la escuela hoy y se acercan curiosas al visitante y se ríen cuando este les dice su nombre. Una mujer se calienta junto a una brasero, mientras un hombre limpia un pescado. Uno de los patriarcas intenta arreglar a gritos una trifulca en uno de los sectores del poblado.

Dentro de una de las chabolas, impecablemente limpia y ordenada, una pareja joven cuida de su bebé recién nacido, y se preocupa por el anunciado desmantelamiento del campo, que amenaza con alejarles del médico que ahora trata el problema en los pies del bebé. Otra mujer explicará más tarde por teléfono que su marido está en prisión y aplaza la cita con el periodista: dice que antes tiene que ir a pedir limosna en la calle para alimentar a sus hijos.

Los cerca de trescientos habitantes de la bidonville del boulevard Ney son de etnia rom y originarios de Rumanía. El poblado es uno de los 571 campamentos ilícitos, casas ocupadas y barrios de chabolas en Francia, según el registro de la Delegación interministerial del albergue y acceso a la vivienda (Dihal, por sus siglas en francés). En estos espacios viven 16.000 personas, de los cuales un tercio son menores. A ellos se suman las tiendas de campaña y los automóviles: a veinte minutos a pie del boulevard Ney por ejemplo, ya en el municipio de Aubervilliers, entre zona industriales y centros comerciales se congregan de noche camionetas donde pernoctan personas que han abandonado las chabolas o que no han encontrado otro lugar para vivir.

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Julien Damon, autor del recién publicado Un monde 'bidonvilles'. Migrations et urbanisme informel (Un mundo de barrios de chabolismo. Migraciones y urbanismo informal), distingue dos categorías de residencias informales. La primera corresponde a los campamentos de refugiados e inmigrantes al estilo del ya desmantelado en la ciudad francesa de Calais, que llegó a albergar a 7.000 inmigrantes. Son casi siempre lugares de paso, instalaciones provisionales, y sus residentes suelen ser originarios de fuera de la UE. La segunda categoría corresponde a las bidonvilles o barrios de chabolas, construidas con vocación de permanecer y habitados por ciudadanos europeos. Además de roms, como en el caso del la bidonville del boulevard Ney, en la región de París también hay o ha habido hasta hace poco barrios de chabolas donde viven búlgaros, ucranios, moldavos, magrebíes y sirios, según el sociólogo Olivier Peyroux, citado por el diario Le Monde. Es muy raro encontrar franceses ahí, “porque en una bidonville uno no se instala así como así: en general hay que pagar por un derecho de entrada y ahí uno se reúne con su familia en el sentido más amplio”, dice Peyroux.

Damon, profesor en el Instituto de ciencias políticas, recuerda en su libro que la palabra francesa bidonville proviene de los barrios de barracas aparecidos en Marruecos en los años treinta. Se empieza a usar en Francia en los años cincuenta, y una década después el fenómeno suscita debates públicos, asociados al descubrimiento de las bolsas de pobreza en los países industrializados en pleno boom económico de la posguerra (en Estados Unidos ocurre algo parecido con la guerra contra la pobreza que por la misma época declaró el presidente Lyndon Johnson). En Francia, el periodista Paul-Marie de la Gorce publica entonces La France pauvre (La Francia pobre), donde denuncia que “a diez minutos de París enormes bidonvilles albergan una miseria sin nombre”. Allí viven sobre todo portugueses y magrebíes, explica Damon; también franceses y españoles. En 1968, había en la Francia continental —es decir, sin contar con los territorios de ultramar— 255 bidonvilles con más de 75.000 habitantes en total. Los planes para acabar el chabolismo mediante la construcción de vivienda accesible desembocaron en la eliminación del último bidonville en 1982.

Es poco habitual que en un país desarrollado un problema que parecía resuelto reaparezca veinte años después, pero eso ocurrió en la década pasada con los barrios de chabolas. La ampliación de la Unión Europea a Europa central y oriental fue el detonante. Hoy hay más bidonvilles en Francia que en los años sesenta pero son más pequeños y están mucho menos poblados. Si antes eran un lugar de transición, una antesala a la integración en Francia, ahora representan una trampa de la que es difícil salir.

Hay nervios estos días en la bidonville del boulevard Ney, en París. Las autoridades han anunciado que lo desmantelarán el 28 de noviembre. Sus habitantes se inquietan sobre su destino. ¿Un hotel? ¿Un albergue? ¿Y dónde?

Todos saludan a Nathalie Jantet, voluntaria del Socorro Católico, mientras pasea por la bidonville. Ella ayuda a sus habitantes con el papeleo administrativo, les avisa de que la destrucción de las chabolas puede ser inminente, pregunta a las mujeres cuándo llevarán a los niños a las escuela.

Sin escuela no hay futuro. Y la incertidumbre, según Jantet, desanima a los padres a la hora de escolarizar a los cerca de cien niños que viven aquí. “Piensan que el mes que viene ya no estarán aquí”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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