_
_
_
_
_

“En Tepito no hay ningún Superman”

Vecinos y comerciantes del barrio bravo de Ciudad de México creen que el asesinato del último jefe del crimen no cambiará nada: “Da igual que se mueran, se reacomodan las piezas”

Pablo Ferri
La calle Matamoros, en el centro de Tepito.
La calle Matamoros, en el centro de Tepito. DANIEL VILLA

Desde allí arriba, desde el segundo piso, el cielo es una mezcolanza de cables, humos, nubes blancas y grises, tejados. Hay una cancha de pasto sintético cruzando la calle. Detrás aparece el campanario de una parroquia y junto a la torre, el rojo desgastado del techo del mercado. Un vecino pone una salsa de Héctor Lavoe. Luego vendrán otras y todas a gran volumen, dificultando la conversación allí arriba. Pero a nadie parece importarle. Hoy, martes, es día de descanso en Tepito. Los comercios están cerrados, los puestos callejeros, recogidos, unos niños juegan en la calle. Nadie se va a enfadar por una canción.

Juan vive en el segundo piso de una vecindad en el centro de Tepito, el barrio bravo de la Ciudad de México. Barrio bravo por estigma, por costumbre, por arraigo. Porque allí se mueven armas, droga, artículos de contrabando. Porque antes, también, era un semillero de boxeadores. Porque sobrevivir, en Tepito, apenas un kilómetro al norte del zócalo, implica agarrarse a golpes de vez en cuando.

Juan es un nombre inventado porque si no, dice, no se puede hablar de eso. De Pancho Cayagua, el último gran nombre, el supuesto jefe de la Unión Tepito hasta hace una semana, cuando lo mataron. Pancho Cayagua, el alias de Francisco Hernández Gómez, es eso. Pancho y todo lo que hay alrededor, quién lo mató, las consecuencias de que ya no esté, las repercusiones para el comercio. ¿La guerra? Quizá. La Unión es una de las bandas delincuenciales que controlan el narcomenudeo en la zona centro de la ciudad. El botín no es cosa baladí. Aunque de momento Tepito descansa y Juan, que fue comerciante durante muchos años, trata de hacerse escuchar sobre la voz de Lavoe. "Ahora", dice "van a proteger más la calle. No van a dejar que nadie venga a operar aquí".

Operar significa varias cosas, pero Juan alude principalmente a la calle. Operar la calle. La Unión lleva años cobrando a los vendedores por su protección, una forma amable de describir la extorsión. La esposa de Juan gestiona un puesto ambulante de venta de lentes y dice que paga 70 pesos -cuatro dólares- a la semana. Hay otros que pagan más, hasta 500 pesos semanales. Otros menos. Es un negocio fácil y estable. Es un negocio tremendamente lucrativo.

Alfonso Hernández es el cronista oficial de Tepito. Su Centro de Estudios Tepiteños promueve y divulga desde hace años las expresiones culturales del barrio. Alfonso trabaja ahora para la secretaría de Cultura de la ciudad, actividad que compagina con su gran amor. "En Tepito", calcula, "hay 8.000 puestos callejeros aproximadamente. Si multiplicas el cobro de piso por los 8.000 y añades lo que pagan los locales comerciales -los de obra-, te sale mucho dinero". Concretamente, si tomamos 100 pesos semanales de media por puesto, y multiplicamos por 8.000, salen 800.000 pesos, algo más de 40.000 dólares, sólo por existir. Y eso tomando en cuenta 100 pesos por puesto, que podrían ser más. Luego está lo que pagan los locales comerciales, que Alfonso calcula en 50 dólares a la semana, la venta de droga...

"No es nuevo que haya ajustes de cuentas", dice Alfonso. "No es nada nuevo, antes pasó con otros. No sé todavía cómo va a evolucionar la cosa, todavía no hay un gallo", cuenta, en referencia a los candidatos a ocupar el puesto de Pancho Cayagua.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Cedés piratas

"Pancho empezó con los quemadores de cedés", dice Juan. "Tenía bodegas y quemaba discos. Tomó poder con la venta de discos pirata y otros artículos de piratería. Eso sería como el año 2008". Es el tiempo en que la prensa mexicana apunta el nacimiento de la Unión Tepito.

Cayagua cae pocos meses después de que lo hiciera el gran capo del sur de la capital, Felipe de Jesús Pérez, alias El Ojos. En su caso, fueron marinos de la Armada quienes lo mataron. En un operativo nunca antes visto en la ciudad, los marinos cerraron su barrio, arrinconaron a El Ojos y su séquito y como no se rendían, explicaron después, los abatieron. A Cayagua, en cambio, lo mataron unos sicarios en moto.

Fue el 11 de octubre. Cayagua vivía fuera de Tepito, en un barrio de clase media unos kilómetros al norte. Había pasado por prisión el año anterior, una acusación de homicidio, pero consiguió librarse. La prensa mexicana dice que desde entonces había perdido poder, que no estaba tan encima. Manejaba sus negocios desde casa. Quien sabe.

Cayagua recibió una llamada a eso de las 14.00. Salió en su carro, llegó a un centro comercial que hay de camino a Tepito y, antes de aparcar, le balearon.

Este jueves, la fiscalía de la ciudad informaba de que dos de los atacantes -fueron cuatro en total- son muy cercanos a uno de los presuntos rivales de Cayagua. Se trata de Roberto Mollado, alias El Betito. Al parecer, El Betito controla el menudeo al otro lado del Paseo de la Reforma, una de las principales arterias de la ciudad. Es la teoría de la fiscalía desde el minuto uno, El Betito. "Las versiones están muy distorsionadas", dice Juan. "Sueltan a la borrega [los rumores], pero yo no creo que haya sido Betito. Pudo haber sido la misma gente de él".

José Luis Rubio, activista social, comerciante del barrio, además de un excelente bailarín de salsa, explica: "Pancho Cayagua se la debía a mucha gente. Es parte del proceso. Aquí nunca hay un superman. En el momento en que te haces popular, te carga la chingada. Da igual que se muera, se reacomodan las piezas".

Ha pasado poco tiempo desde el asesinato de Cayagua y todavía es pronto para saber qué pasará y cómo. Pero más importante que eso, Rubio teme lo que su muerte -la violencia- implica para la gente joven. "Ya no hay una mentalidad de 'qué vas a hacer en tu vida'. El crimen rompió eso. Ahora, con dos años, los chavos tienen bastante. Dicen, 'yo con mi cohete -arma-, el billetote -dinero- y un cantón para mi vieja -una casa para la familia-, ya tengo". Es terrible".

"Ser boxeador", añade Alfonso Hernández, "dejó de ser un modelo de ascenso social. Le ganó la fayuca -el contrabando- porque es más fácil".

Este miércoles, la vida volvía a Tepito. El gran mercado informal de América Latina se ponía de nuevo en marcha a la espera de lo que pase. Siempre a la espera.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_