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Las siempre procelosas aguas del Nilo

La inauguración durante este año de una presa en Etiopía, el mayor proyecto hidroeléctrico de África, reaviva las tensiones en la cuenca del gran río del continente, especialmente en Egipto

Construcción de la Gran Presa del Renacimiento, en 2015.
Construcción de la Gran Presa del Renacimiento, en 2015. ZACHARIAS ABUBEKER (Getty)

En Egipto, la cuestión de las aguas del Nilo lleva latente desde hace tiempo. Pero la Gran Presa del Renacimiento, megaproyecto etíope que será inaugurado este otoño, representa una fuente de tensión. Se trata de la mayor instalación hidroeléctrica de África y fuente de orgullo nacional: con ella, Etiopía espera impulsar la economía del país con el crecimiento más rápido del continente. Pero el desarrollo de proyectos hidráulicos llevados a cabo por Adis Abeba sobre el Nilo Azul (el gran afluente que nace en Etiopía) tiene un impacto directo sobre el caudal del río sin que El Cairo tenga margen de maniobra en la mesa de negociaciones. Desde su inicio, en 2010, el proyecto de la presa etíope se convirtió en una de las prioridades egipcias.

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A pesar de mantener una dependencia muy fuerte hacia el Nilo, Egipto ha mantenido una actitud de superioridad, e incluso de desprecio en algunos casos, hacia los demás países nilóticos. La postura de inmovilismo adoptada por El Cairo se ha ido reflejando a lo largo de las décadas en la mesa de negociaciones. En la época de Hosni Mubarak, países situados aguas arriba se quejaban de que Egipto mandaba a la mesa de negociación delegaciones de funcionarios subalternos, que no dominaban ni el inglés ni tampoco el asunto.

Pero tanto por razones meteorológicas (a causa del bajo nivel de precipitaciones) como geográficas (no olvidemos que se trata de territorio desértico), de los 11 Estados de la cuenca del Nilo, Egipto es el que tiene una mayor dependencia del río. Y es particularmente dependiente del Nilo Azul, ya que es fuente del 80% de las aguas que llegan a la presa de Asuán.

Desde hace décadas, Egipto ha adoptado posturas de reivindicación histórica y legal basándose en acuerdos firmados en la época colonial entre El Cairo y el entonces recién independizado Sudán. En dichos acuerdos, ambos países se otorgaban el reparto de aguas del Nilo, y Egipto se llevaba la parte del león. Pero esta situación impuesta por Egipto en 1959, época en la que desempeñaba un ineludible liderazgo regional, está siendo socavada por el rápido desarrollo económico y crecimiento demográfico en los países situados río arriba, que no fueron partícipes de los acuerdos firmados. En la actualidad, más de 430 millones de personas viven en los 11 países que forman la cuenca del Nilo: Egipto, Sudán, Sudán del Sur, Etiopía, Kenia, Uganda, Ruanda, Burundi, Tanzania, la República Democrática del Congo y Eritrea. Las proyecciones de población total para 2050 se elevan a casi 1.000 millones.

Antes de que comenzara a construirse la infraestructura, El Cairo se planteó lanzar una respuesta militar contra Adis Abeba
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Además, si se tiene en cuenta que la mayoría de los países de la cuenca dependen del río no solo por su suministro de agua, sino sobre todo como un medio de producción eléctrica, esto se traduce en una situación trágica para Egipto.

Los países ribereños (con Eritrea como observador) forman parte de la Iniciativa de la Cuenca del Nilo (NBI, en inglés). Se trata de un proyecto inclusivo cuyo objetivo consiste en llevar a cabo una gestión global de las aguas. En 2010, y a pesar del rechazo de Egipto y Sudán, los ocho países restantes firmaron el Acuerdo de ­Entebbe. Posteriormente, Egipto sostuvo que no participaría en las negociaciones de la NBI hasta que se aceptaran sus dos condiciones: que se le garantice la notificación previa a la construcción de cualquier proyecto nuevo en el río y que las decisiones se tomen por consenso. Pero los demás países son reacios a darle a El Cairo un poder de veto de facto sobre sus planes de desarrollo de infraestructuras domésticas.

Con el fin de resolver los desacuerdos, Uganda organizó recientemente la primera cumbre de jefes de Estado de los países ribereños. El resultado se podría calificar de fracaso, ya que solo los presidentes etíope y egipcio acudieron a la cita. Los demás declinaron la invitación en el último momento. He aquí una muestra tangible de que Egipto ha perdido su poder en la región.

La cuestión del abastecimiento y la calidad del agua en Egipto, que sufre un ‘boom’ demográfico, es más crítica que nunca

En la primavera de 2013, políticos y responsables egipcios hablaron del posible sabotaje de la presa etíope con el entonces presidente, Mohamed Morsi, sin saber que se estaba retransmitiendo la reunión en directo. Se hicieron propuestas de ataque aéreo del proyecto, desestabilización del Gobierno, etcétera.

Ya antes de que comenzara la construcción de la presa, en 2010, Egipto llegó a considerar una respuesta militar contra el país abisinio. Décadas atrás, el presidente egipcio Anuar el Sadat había declarado que el agua era “el único asunto que podría llevar a Egipto a la guerra de nuevo”. Esta hipérbole discursiva refleja la tensión que desata este asunto y la posición crítica en la que se encuentra Egipto.

¿Por qué se llegó a esta situación? Parte de la crisis actual se debe a una mala gestión y previsión por parte de los sucesivos Gobiernos egipcios. Además de reanudar de manera activa las negociaciones y de utilizar nuevas técnicas de desalinización o de depuración de las aguas, el Gobierno tendría que adoptar iniciativas en el ámbito nacional que tendrán un impacto a largo plazo, como poner fin a décadas de una gestión hidráulica pésima o inexistente y desarrollar políticas públicas que incluyan una campaña nacional prioritaria de control de natalidad. Egipto ha visto cómo su población se duplicaba en 25 años, hasta los 100 millones de habitantes. Hussein Sayed, coordinador del censo, ha declarado: “Descubrimos que en 10 años hemos hecho lo que podría ser considerado como un nuevo país”.

Por otra parte, el régimen tendría que concienciar a la población de los problemas relacionados con la escasez y la calidad del agua, así como en general de los problemas medioambientales. Asistimos hoy en día a una situación grave en cuanto a la salud pública, con altos niveles de enfermedades hepáticas en zonas rurales debidas a la contaminación de las aguas del Nilo.

Igualmente, Egipto debería proseguir la reactivación de su política africana. Esta tradición diplomática, emprendida por Naser y continuada posteriormente por Butros Ghali, entonces viceministro de Exteriores, fue abandonada por Mubarak. Pero contrastando con sus antecesores, el presidente Abdelfatá Al Sisi ha dado un notable impulso a las negociaciones y el diálogo con países de la cuenca del Nilo. La disputa sobre la gestión y el reparto de las aguas está resultando ser un obstáculo difícil de superar.

En un contexto de crisis económica, y con una situación de seguridad complicada, la cuestión del abastecimiento y de la calidad del agua en un país que sufre un importante boom demográfico es más crítica que nunca. Al Sisi declaró recientemente que Egipto tiene un déficit hídrico de 21.500 millones de metros cúbicos al año, que logran paliar parcialmente.

La cuestión del Nilo es reveladora de problemas mucho más profundos. De hecho, no hace más que poner de relieve las diferentes crisis que padece el país. En este caso, y de manera más aguda, la actitud de “después de mí, el diluvio” se convertiría trágicamente en “después de mí, la sequía”.

Eva Sáenz-Diez es investigadora del mundo árabe y musulmán en la Universidad de Louvain-La-Neuve (Bélgica). Autora del libro ‘D’une revolution à l’autre. Politiques d’enseignement et changements sociaux’ (Publisud, París, 2013).

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