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Erdogan pide a los turcos de Alemania que no voten a Merkel, el SPD o Los Verdes

El ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, critica esta “injerencia” inédita en la política nacional alemana

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, entró de lleno este viernes en la campaña de las elecciones alemanas del próximo 24 de septiembre instando a que los electores de origen turco (un millón) no voten por los partidos que ostentan actualmente el poder en Alemania, ni por la principal formación ecologista. “A todos mis compatriotas de Alemania les digo que no cometan errores y no voten a esa gente. Ni a los democristianos [de la canciller Angela Merkel], ni al SPD [su socio socialdemócrata en el Gobierno] ni a Los Verdes. Todos ellos son enemigos de Turquía. Votad a otros partidos que no sean enemigos de Turquía”, pidió el mandatario islamista en unos comentarios a la prensa televisados. Erdogan definió además esta cuestión como “una lucha por el honor”.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, responde a las preguntas de la prensa tras asistir en una mezquita al rezo del viernes en Estambul.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, responde a las preguntas de la prensa tras asistir en una mezquita al rezo del viernes en Estambul. AP

Los alemanes están convocados a las urnas el próximo 24 de septiembre en unos comicios en los que en principio no se prevén grandes sobresaltos. La canciller Angela Merkel, al frente de la conservadora Unión democristiana (CDU) parte como clara favorita, con unos 15 puntos de distancia respecto a la socialdemocracia del SPD. Este último partido es precisamente el preferido de los ciudadanos de origen turco que viven en Alemania, según diversos estudios post electorales.

“Esta es una injerencia sin precedentes en la soberanía de nuestro país”, dijo el titular de Exteriores, uno al grupo RedaktionsNetzwerk. “La injerencia de Erdogán muestra que quiere enfrentar a unos alemanes contra otros”, añadió Gabriel, uno de los líderes del SPD, que gobierna en coalición con la CDU de Merkel desde hace ocho años.

Se trata del enésimo enfrentamiento entre los Gobiernos de Turquía y Alemania durante este año, en el que la tensión en las relaciones de ambos Estados se ha elevado a niveles nunca vistos. La última subida del tono de Erdogan llega en protesta por unas declaraciones de la canciller Angela Merkel, que, en un acto de campaña electoral, dijo esta semana que su país “no hará ningún esfuerzo adicional por ampliar el acuerdo de unión aduanera” vigente entre Turquía y la Unión Europea.

Turquía es el único Estado no comunitario que posee un arreglo de este tipo con la UE, que, desde 1996, permite el comercio de ciertos productos industriales sin aranceles entre ambas partes. El pasado diciembre, la Comisión Europea propuso “modernizar” el acuerdo, de manera que los tratados de libre comercio que la UE ha firmado con terceros países también entren en vigor en Turquía; Ankara por su parte, quiere que los sectores excluidos del acuerdo aduanero -agricultura, servicios y sector público- se unan a los ya cubiertos.

La negativa de la canciller germana a ampliar el acuerdo mientras se den las actuales circunstancias de abusos de los derechos humanos en Turquía significará en la práctica la paralización de las negociaciones aún antes de que empiecen, por lo que ha sido muy criticada por varios ministros turcos.

La integración del más del millón de refugiados que ha arribado a Alemania en los últimos dos años, sobre todo desde Siria, pero también de los ciudadanos turcos que llegaron hace décadas al país para trabajar y sus descendientes es uno de los temas que vuelve a estar muy presente en la actual campaña electoral.

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Cerca de cuatro millones de ciudadanos de origen turco viven en Alemania y en torno a un millón tiene derecho a votar en las elecciones. La instrumentalización de los turcoalemanes con fines políticos por parte de Ankara ha sido una constante en los últimos tiempos.

El roce de este viernes tampoco es el primero que utiliza Erdogan como combustible la política interna de Alemania. Las autoridades alemanas han prohibido en varias ocasiones que Erdogan se dirigiera por videoconferencia a la diáspora germano-turca y, el pasado abril, en la recta final del referéndum turco sobre la instauración de un sistema presidencialista impidieron a varios ministros turcos que hiciesen campaña en su territorio. El presidente turco aprovechó para excitar el nacionalismo de la diáspora y pedir a sus compatriotas que le votaran para protestar contra la discriminación que muchos de ellos sufren en Alemania

Y el enfado turco por la prohición de hacer campaña en suelo alemán se intensificó porque al mismo tiempo se permitieron manifestaciones de simpatizantes del grupo armado kurdo PKK (considerado terrorista por Turquía y la UE) y otras en las que se pidió abiertamente votar no en el plebiscito. La propia Merkel se situó del lado de los turcos contrarios a la instauración del nuevo régimen, que dará amplios poderes al presidente turco a partir de 2019, cuando esta semana dijo: “No podemos ignorar el hecho de que Turquía no es sólo Erdogan y su Gobierno. Casi el 50 % [de los turcos] dijo no a los recientes cambios constitucionales y tienen sus esperanzas puestas en nosotros”.

El listado de conflictos que enfrenta a ambos en los últimos años es casi tan extenso como el de los intereses comunes que les unen. Ankara acusa a Berlín de dar cobijo a supuestos participantes del golpe de Estado fallido del año pasado en Turquía y de entorpecer las relaciones entre Ankara y Bruselas. Alemania por su parte, condena la deriva autoritaria de Erdogan, mientras que pelea por la liberación de varios de sus ciudadanos.

A su vez, en Turquía permanecen detenidos tres ciudadanos alemanes, el activista de derechos humanos Peter Steudtner, y los periodistas Mesale Tolu y Deniz Yücel (este último con doble nacionalidad turco-germana); así como un reportero francés (Loup Bureau), un clérigo estadounidense (Andrew Brunson) y varios extranjeros con doble nacionalidad. Algo que ha llevado a algunos comentaristas a acusar a Turquía de utilizar a estas personas como “rehenes” para lograr a cambio las mentadas extradiciones. De hecho, el miércoles, el Ministerio de Exteriores de Turquía pidió a Berlín que localice a Adil Öksüz, uno de los principales sospechosos de estar implicado en la asonada militar y al que supuestamente se habría visto en Alemania.

Pero Berlín parece haber encontrado el lugar para golpear a Turquía donde más le duele: la economía. Cuando a finales del mes pasado la tensión entre ambos países aumentó, el jefe de la diplomacia alemana, el socialdemócrata Gabriel, utilizó unas palabras inusualmente duras contra Turquía, pidiendo a los ciudadanos y a las empresas germanas evitar el país euroasiático por no poder “garantizar su seguridad”. Ello provocó una depreciación del valor de la lira turca de cerca del 4 % -Alemania es uno de los mayores emisores de turistas y de los principales socios comerciales de Turquía- y movió al Gobierno turco a tratar de rebajar la tensión, accediendo a varias peticiones alemanas que hasta entonces no había concedido. Poco después, Gabriel afirmó a los medios alemanes que la presión económica a Turquía “está funcionando”.

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