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Sobrevivir en Idlib, capital de la Siria insurrecta

Convertida en el cajón de sastre insurrecto, los civiles evacuados a la provincia de Idlib sobreviven entre los bombardeos del régimen y la violencia de facciones opositoras armadas

Un hombre con el cadáver de un niño tras el presunto ataque químico. En vídeo, qué son las armas químicas y cuáles son sus efectos.Foto: reuters_live | Vídeo: AMMAR ABDULLAH (REUTERS) / REUTERS-QUALITY
Natalia Sancha

En Idlib, capital de la Siria rebelde, Um Fateh se ha acostumbrado a ver llegar racimos de hombres cargados con fusiles flanqueados por mujeres cargadas de bebés. Los vio llegar de Wadi Barada en enero, periferia de Damasco. Los ve llegar de Al Waer, último reducto insurrecto de la ciudad de Homs. Y en los próximos meses oteará aquellos que lleguen de Madaya y Zabadani, periferia damascena. A ella y a sus dos hijos también la recibieron en Idlib el pasado mes de diciembre cuando el último reducto insurrecto, esta vez de Alepo, fue evacuado hacia estas fértiles tierras que lindan con Turquía. En este pedazo de Siria, última de las 14 provincias del país completamente en manos de facciones opositoras, se congregan a golpe de cercos y rendiciones las bolsas de armados de diferentes facciones y de civiles llegados de los cuatro rincones del país. Es la versión insurrecta de Damasco, esta última capital leal y refugio para aquellos que son evacuados o huyen de los asedios rebeldes.

“Hace una semana que los bombardeos han disminuido, dicen que por una tregua firmada entre Qatar y Rusia”, celebraba Um Fateh en una conversación vía Whatsapp dos días atrás. Para que este martes, un ataque con gas toxico golpeara de nuevo la campiña de Idlib. Aun así, la vida aquí es mucho mejor que la que llevábamos en Alepo oriental, asegura. “Allí vimos la muerte de cerca, la cruzamos y sobrevivimos. Aquí sigue presente pero no de forma tan intensa”. La decisión de salir a zona insurrecta fue muy simple: “En Idlib vive mi padre y no tenemos que pagar alquiler”. Siguiendo las dinámicas de frentes y acuerdos políticos, los trasvases de poblaciones redibujan una nueva Siria tras seis años de guerra. Unas fronteras a las que también contribuye el barómetro económico que dicta el coste de vida en función de la intensidad de la guerra. Los oriundos de Idlib ciudad huyen a una campiña menos castigada por los aviones y donde segun activistas locales habitan más de un millón de personas. Mientras que los desplazados de otras provincias y más pobres, inundan la urbe donde los alquileres son dos veces más baratos y con el doble de posibilidades de ser bombardeados.

Los civiles más desamparados dependen de la ayuda humanitaria que llega de Occidente y del Golfo para mantener la cabeza sobre el agua. El resto viven gracias a las remesas de sus familiares refugiados o inmigrantes en el extranjero. A los alquileres se suma el coste del agua y la electricidad convertidos en los servicios más demandados en una región donde no queda un solo amperio y donde las tuberías apenas tosen agua una vez cada diez días. Los dueños de generadores privados cobran un mínimo de 12 euros mensuales por un hilo de 4 horas diarias de electricidad capaz de alimentar simultáneamente una bombilla y el cargador del móvil. “Va ayuda y financiación cada pocos meses. Así que se da prioridad a los más vulnerables como viudas y huérfanos”, explica Abu Alaa, trabajador de una ONG en Idlib. La mayor parte de la ayuda humanitaria se concentra sin embargo en las tierras que lindan con Turquía sobre las que se hacinan más de 100.000 desplazados en campos desperdigados a los pies de una frontera sellada.

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La tierra en Idlib es de las más fértiles del país y por ende capaz de autoabastecer los mercados con vegetales y legumbres. Las estanterías de las tiendas se nutren con productos manufacturados en Turquía. Avistando las leyes de oferta y demanda, los yihadistas aprovechan el cerrojo impuesto por Ankara en su frontera sur para amasar un importante botín. “Hay cuatro pasos entre la provincia de Idlib y Turquía. Ahrar el Sham controla el oficial de Bab el Hawa y Al Nusra controla otros tres cruces ilegales con los que se embolsa importantes cantidades de dinero del contrabando de armas, mercancías y el cruce ilegal de personas”, explica al teléfono Nawar Oliver, experto militar del Centro de Estudios Omran de Estambul. Los traficantes cobran hasta 1.200 euros por persona para un cruce ilegal.

Los vecinos de Idlib aseguran que este bastión insurrecto está bajo el mando compartido de la milicia islamista Ahrar al Sham y la coalición Tahrir al Sham (liderada por los yihadistas de Al Nusra y antigua filial de Al Qaeda en Siria) enfrentados con facciones menores. “Pasadas las nueve de la noche, Idlib se convierte en una ciudad fantasma. Sin lámparas en las calles, tanto civiles como armados temen a la oscuridad”, musita Mahmud. La policía libre, cuerpo dependiente del Gobierno opositor sirio sito en Turquía, se limita a redimir las rencillas entre vecinos. Incluso si ello implica llevar a más de uno ante el juez o entre rejas. “Pero son incapaces de interferir en los asuntos de las facciones armadas ni frenar la creciente criminalidad y secuestros”, lamenta Mahmud.

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Bombardeados desde el cielo, los civiles son también presa de la violencia en tierra fruto de las pullas entre facciones enfrentadas por cuotas de poder y rencillas personales. Tras sobrevivir al cerco de Alepo, para Um Fateh la principal preocupación era los estudios de sus hijos “porque iban con mucho retraso”. Hoy, al igual que para las complejas alianzas internacionales que deciden su futuro lejos de su tierra, las prioridades han mutado: “He visto en los ojos de mis amigas el inconsolable dolor que produce perder a un hijo. Como madre ya solo me importa que mis hijos sigan vivos, verles crecer y que algún día sean capaces de expulsar de su memoria todos los horrores que han visto”.

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