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Donald Trump quiere derribar una barrera entre Iglesia y Estado

El presidente promete acabar con la penalización de pronunciamientos políticos desde el púlpito

Silvia Ayuso
Donald Trump durante el Desayuno Nacional de Oración
Donald Trump durante el Desayuno Nacional de OraciónCARLOS BARRIA (REUTERS)

Donald Trump ha anunciado este jueves un nuevo desafío en su todavía corta pero ya agitada presidencia: acabar con uno de los pilares fundamentales que sustentan la estricta separación entre Iglesia y Estado en el país que dirige, la Enmienda Johnson.

“Voy a librarme y voy a destruir completamente la Enmienda Johnson y voy a permitir que los representantes de la fe hablen de manera libre y sin miedo a represalias. Lo voy a hacer, recordadlo”, dijo Trump este jueves durante el Desayuno Nacional de Oración en Washington.

La Enmienda Johnson debe su nombre al entonces senador por Texas y más tarde presidente de Estados Unidos Lyndon B. Johnson, que fue quien la propuso y logró su aprobación en 1954. Es una cláusula que estipula que entidades libres de pagar impuestos, como iglesias u organizaciones caritativas, no pueden participar, directa o indirectamente, en ninguna campaña política a favor o en contra de un candidato. De este modo, impide que líderes religiosos usen sus púlpitos para manifestar su apoyo —u oposición— a un candidato con el objetivo de influenciar a su congregación.

Esta disposición fue aprobada durante la presidencia del republicano Dwight Eisenhower y, durante décadas, no fue cuestionada ni por republicanos ni por demócratas. Pero como tantas cosas en este último ciclo electoral, el tono cambió con Trump, un candidato que durante la larga campaña hizo numerosos guiños a los sectores religiosos del país, especialmente a los evangélicos, para acumular votos y apoyos.

“Nuestra república fue creada sobre la base de que la libertad no es un regalo del Gobierno, sino de Dios”, dijo este jueves Trump. Y citó a Thomas Jefferson, el tercer presidente estadounidense y uno de los padres fundadores del país, para justificar su maniobra. “Jefferson se preguntó si las libertades de una nación pueden estar seguras cuando quitamos la convicción de que esas libertades son un regalo de Dios”, continuó el republicano. “Y entre esas libertades, está el derecho a venerar de acuerdo con nuestras propias creencias”, concluyó su argumento.

El guiño al sector religioso más conservador del país, ese que le votó, es indiscutible. Acabar con la Enmienda Johnson es una de sus promesas de campaña y complementa a su compromiso de nombrar a un juez para la Corte Suprema que concuerde con esos valores cristianos conservadores, tal como acaba de hacer con la nominación de juez Neil Gorsuch para ocupar la plaza vacante en el Tribunal Supremo. Su vicepresidente, Mike Pence, y su asesora, Kellyanne Conway, se convirtieron también la semana pasada en los primeros miembros de un gobierno que participan en la anual marcha contra el aborto que se celebra en Washington por el aniversario de la decisión del Tribunal Supremo que legalizó la interrupción del embarazo en 1973. Trump manifestó públicamente su apoyo a esa protesta, mientras que ignoró por completo la mucho más multitudinaria Marcha de las Mujeres celebrada unos días antes por las mismas avenidas.

El año pasado, en uno de sus actos de campaña, Trump aseguró que, bajo su gobierno, “nuestra herencia cristiana será preciada, protegida, defendida como no habéis visto nunca antes”. Y lanzó su promesa de acabar con la enmienda que ahora ha vuelto a poner bajo su mira. “Lo primero que tenemos que hacer es devolverle a nuestras iglesias su voz. La Enmienda Johnson ha impedido a nuestros pastores decir lo que piensan desde sus púlpitos. Si quieren hablar de cristiandad, si quieren predicar o hablar de política, no pueden hacerlo, porque se arriesgan a perder su exención fiscal”, afirmó.

Estados Unidos es un país profundamente religioso, fundado en buena parte por personas que huyeron de Europa en busca de un lugar donde poder ejercer libremente su religión. Pero no es un país de un credo único, oficial. La nueva Administración no es la única que ha profesado públicamente su fe. George W. Bush también era famoso por su religiosidad y por la profesión pública que hacía de la misma. Pero la inquietud ha aumentado con Donald Trump y su equipo, que incluye un vicepresidente, Mike Pence, ultraconservador y profundamente religioso, y una mano derecha como Stephen Bannon, con profundos vínculos con el ultranacionalismo y que en el pasado ha denunciado públicamente cómo la secularización de la sociedad “ha minado la fuerza del Occidente judeocristiano para defender sus ideales”, como dijo en una conferencia en el Vaticano en 2014.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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