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La Torre de Babel del mundo árabe

Con 350 millones de hablantes en 22 países, los árabes se encuentran cada vez más divididos por el mismo idioma

Miniatura pintada en el siglo XIII para un texto del escritor Al Hariri de Basora. 
Miniatura pintada en el siglo XIII para un texto del escritor Al Hariri de Basora. Colección Roger Viollet

Muchos de los seguidores de los filmes de dibujos animados de Walt Disney en el mundo árabe se encuentran en pie de rebeldía desde 2012, cuando la compañía estadounidense decidió dejar de doblar sus producciones al dialecto egipcio y empezar a hacerlo en árabe clásico. En los últimos tiempos, varias campañas han inundado las redes sociales de mensajes que exigen a la productora un retorno a la lengua que usó durante las cuatro décadas anteriores.

“El árabe clásico no se utiliza en ningún país para la vida diaria. Por ejemplo, en el filme animado Del revés (2015), uno de los grandes éxitos de Pixar, muchas de las expresiones no transmitían pasión, parecían sacadas de un documental. El dialecto egipcio es mejor para unas películas como las de Disney, llenas de ingenio y humor”, sostiene Omar Ibrahim, administrador de la página de Facebook Disney en egipcio, que cuenta con más de 80.000 seguidores. Este es el último episodio de una vieja pugna entre el árabe clásico y sus diversos dialectos, un debate que despierta susceptibilidades políticas, identitarias e incluso religiosas.

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El árabe que se enseña en las escuelas de Oriente Próximo y el norte de África es una versión simplificada y modernizada de la lengua del Corán, también llamado estándar moderno o fusha. Sin embargo, hoy en día es un idioma que solo existe en los libros, periódicos o los noticieros de la televisión. Nadie lo habla en su vida cotidiana, un dominio reservado a los dialectos. Cada país o región tiene el suyo propio, y son muy diferentes entre sí. También difieren bastante del árabe clásico, ya que suelen incorporar palabras de las lenguas preexistentes, como el amazig o el copto, así como del idioma de la potencia colonial ocupante.

Esta gran diversidad lingüística de la cultura árabe se convierte en todo un reto —o un dolor de cabeza— para los extranjeros que la estudian. “Después de tres años aprendiendo árabe [clásico] fue frustrante llegar a El Cairo y darme cuenta de que no entendía nada. Ni tampoco me entendían ellos a mí cuando salía a comprar, o preguntaba en la calle. Y eso que ya sabía que los dialectos eran diferentes del clásico”, recuerda Lucía Medea García, doctoranda especializada en lingüística árabe.

Varias
campañas piden a Disney que vuelva a doblar sus producciones al dialecto egipcio que utilizó durante décadas
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A pesar de no contar, en la mayoría de casos, con una gramática reglada, algunos lingüistas consideran que los dialectos vernáculos han madurado ya lo suficiente como para considerarlos lenguas. De la misma manera que el castellano o el catalán se emanciparon del latín. “Este es un viejo rompecabezas, y tiene más que ver con la política y con cuestiones de identidad cultural que con criterios lingüísticos”, puntualiza Elias Muhanna, profesor de Literatura Árabe en la Brown University (EE UU), que recuerda que los dialectos no son de aparición reciente, sino tan viejos como la expansión de la lengua árabe a lomos del imperio musulmán.

Algunos pedagogos defienden la inclusión de los dialectos en el currícu­lo escolar de una forma u otra, ya que a veces el uso del fusha en el material escolar dificulta la comprensión y ralentiza el aprendizaje. “Adquirir un buen dominio en la lengua estándar requiere una transición más suave a partir de los dialectos”, opina Muhanna.

Gráfico | Todos los dialectos del árabe
Gráfico | Todos los dialectos del árabe

Sin embargo, tal posibilidad levanta ampollas entre algunos maestros, que consideran los vernáculos como “una versión corrupta del árabe”. “El árabe clásico ocupa una posición especial, ya que su existencia salvaguarda la unidad del mundo árabe. Además, tiene una dimensión religiosa muy importante por ser la lengua del Corán”, explica el sociólogo tunecino Mahmoud Dhaouadi. Incluso Omar Ibrahim destaca su valor “sagrado”.

Esta devoción por el fusha incluso lleva a veces a la censura académica. “Existen muchas presiones para no tratar aspectos como la evolución de esta lengua semítica o la historia y estructura de los dialectos árabes. Conozco casos de investigadores que siguen sin publicar sus estudios por las fuertes penalizaciones académicas que conllevarían”, afirma Lucía Medea.

La condición de Torre de Babel del mundo árabe, un espacio cultural que engloba a 22 Estados y unos 350 millones de hablantes, se pone de manifiesto en los encuentros de personas originarias de países diversos. “Si en los talleres participa algún marroquí o argelino, debe hablar en clásico, porque el resto apenas entenderíamos nada. En cambio, si los asistentes son todos de la zona oriental, cada uno habla en su dialecto y nos entendemos. El problema solo aparece a veces con los egipcios, pues los hay que solo entienden su propio dialecto”, comenta Ahmed el Gohary, un investigador de una ONG de derechos humanos egipcia residente en Túnez.

Con 90 millones de hablantes (casi un 25% del total de arabófonos) y una potente industria cultural, el dialecto egipcio ha ejercido de forma oficiosa el papel de estándar. Gracias a admirados cantantes como Umm Kalzum o Abdul Wahab, películas y series de televisión, diversas generaciones de árabes lo entienden perfectamente. De ahí la decisión inicial de Disney de adoptarlo en sus doblajes. No obstante, a causa de la globalización y el despegue de las industrias culturales de otras zonas, la hegemonía del egipcio se desmorona. “El hijo de un amigo tunecino me oyó hablar en dialecto egipcio y le preguntó a su padre qué lengua era aquella, no entendía nada”, confiesa El Gohary.

Así las cosas, sobre todo entre jóvenes árabes de un nivel cultural alto, a veces el inglés o el francés se convierten en la lingua franca. A la dicotomía entre clásico y vernáculo se superpone la conflictiva herencia lingüística de la colonización, sobre todo en el norte de África. “Muchos de aquellos que defienden el dialecto frente al clásico en el fondo quieren la supremacía del francés. El árabe clásico aún no se ha normalizado en Túnez seis décadas después de la independencia”, denuncia Dhaouadi, y como prueba señala que en muchos países árabes los estudios universitarios de Medicina o Economía se realizan en la lengua del colonizador. De hecho, en los estratos sociales más altos de Túnez, triunfa el llamado francárabe, una mezcla continua y de­sordenada de frases en árabe y francés.

Sea como fuere, la penetración de los dialectos en cada vez más ámbitos de la vida cultural, incluida la literatura o la poesía, otrora territorios exclusivos del fusha, resulta evidente. Incluso los políticos usan más a menudo el vernáculo. Con la intención de dar una imagen de proximidad, los dictadores Ben Alí y Hosni Mubarak se dirigieron a sus compatriotas en dialecto en sus últimos discursos televisados, ya en plena revolución. Era la primera vez que lo hacían. Y es que en un mundo árabe en plena efervescencia, política, social e identitaria, tampoco los hábitos lingüísticos permanecen inmutables.

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