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El genio político de Johan Cruyff

Lluís Bassets

El genio no tiene especialidad. Johan Cruyff destacó hasta lo más alto en el fútbol pero hubiera destacado también en cualquier otra cosa que hubiera hecho en la vida.

Las memorias póstumas del futbolista, que ahora acaban de ver la luz, permiten recoger abundantes pruebas de una genialidad que va más allá del fútbol. Una de las actividades, bien alejadas de su vida profesional, en la que ha demostrado su buen criterio es la política, a la que el futbolista jamás se dedicó, aunque sí la sirvió indirectamente, fundamentalmente a través del símbolo político que es el Barça.

Las ideas políticas de Cruyff son como su juego: complica lo sencillo y simplifica lo complicado. Hay de entrada una actitud, muy loable en política, como es la empatía. Cruyff tenía olfato además de cabeza, y sabía entender los sentimientos de la gente. Luego hay un rasgo de la personalidad creativa: su apertura de mente, que le conduce a aceptar ideas inesperadas o incluso proscritas y a explorar territorios desconocidos.


El genio es osado, experimenta y arriesga. Buena parte de las actitudes de Cruyff ante la política catalanista e incluso nacionalista se debe a este talento genial, a su capacidad desprejuiciada para conectar sentimentalmente y para aceptar ideas fuera del carril. Cruyff era un demócrata, de formación, como ciudadano de la Holanda de la posguerra, y de corazón y talante, por lo que es lógico que conectara muy directamente con la idea del derecho a decidir.

Pero cuando aterriza en situaciones más concretas, como el diagnóstico del proceso independentista catalán, exhibe una inteligencia natural de una exactitud y una sensatez prodigiosa si se compara con muchos analistas cegados por la pasión política. “Igual que hace 40 años –asegura— el debate es si separarse o no de España. La cosa está 50-50. En otras palabras, en caso de secesión, la población estaría dividida. ¿Es eso lo que desean?”.

Tras el diagnóstico, la solución: “Como holandés, claro está, estoy acostumbrado al ‘poldermodel’, es decir, a llegar al consenso desde opiniones opuestas. A darles vueltas a las cosas hasta llegar a una solución para todos. Eso nunca se ha hecho en España. Nadie está dispuesto a ceder. Nadie en absoluto. Ni los que quieren separarse, ni los que quieren seguir juntos, ni los de Madrid”.

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Como todos sabemos, los polder son los territorios ganados con lentitud y constancia al mar por los campesinos holandeses, que han terminado convirtiéndose en el emblema de la geografía del país, de la capacidad de la sociedad para juntar esfuerzos y de Holanda misma. El término de ‘poldermodel’ también se ha aplicado a la cooperación entre patronales y sindicatos, a los esfuerzos de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial y a las políticas de consenso entre el paisaje fragmentado de los partidos holandeses, y ha sido atacado en los últimos años especialmente por los populistas.

Harían bien los cruyffistas que hay en todos los partidos en atender o al menos meditar sobre los pensamientos políticos de su héroe futbolístico.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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