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El miedo atenaza a quienes discrepan del régimen

Las purgas, el estado de emergencia y el creciente autoritarismo asustan a los turcos que no simpatizan con Erdogan. Algunos desean marcharse del país.

Andrés Mourenza

No hay duda de que la inmensa mayoría de los turcos se oponía al golpe de estado. Pero la fracasada sublevación ha supuesto una oportunidad para que el presidente Recep Tayyip Erdogan, que ha ganado elección tras elección con cerca del 50% de los votos, apuntale sus bases de poder y su influencia en todo el aparato del Estado, mientras sus seguidores lo celebran en las plazas al grito de “¡Alá es grande!”. Algo que la otra mitad de Turquía vive con recelo y con temor. Las purgas sin precedentes en la Administración pública, la imposición del estado de emergencia y las restricciones a los viajes al extranjero llegan además como colofón a un año caracterizado por la guerra contra los kurdos en el sudeste del país, los atentados del Estado Islámico y el PKK kurdo y un creciente autoritarismo del Gobierno.

Simpatizantes del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, sostienen banderas turcas y una pancarta contra el clérigo Fethullah Gülen durante una manifestación contra el fallido golpe de estado, el jueves 21 de julio de 2016, en el Puente del Bósforo, en Estambul, Turquía.
Simpatizantes del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, sostienen banderas turcas y una pancarta contra el clérigo Fethullah Gülen durante una manifestación contra el fallido golpe de estado, el jueves 21 de julio de 2016, en el Puente del Bósforo, en Estambul, Turquía.SEDAT SUNA (EFE)

Las purgas, si bien afectan en su mayoría a entidades y personas ligadas a los gülenistas, también se han llevado por delante a personas que nada tenían que ver con ellos. Por ejemplo a D.C., una maestra empleada en una institución del Ayuntamiento de Estambul, a la que han echado tras el golpe: “Todos mis compañeros, la mayoría del AKP, sabían que yo era de la oposición, pero nos respetábamos y me felicitaban porque hacía muy bien mi trabajo. Ahora se ha demostrado que no importa que seas buena persona, o buena profesora, solo que seas del partido”.

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El problema, dice esa maestra, no es solo el despido —que no puede recurrir legalmente porque lo impiden las normas del estado de emergencia— sino la “estigmatización” que supone el que la hayan acusado de gülenista. Es algo que la enfada, aya que afirma que sufrió el poder de esta cofradía religiosa cuando, en un momento en que todavía Erdogan y Gülen eran aliados, perdió una plaza de profesora en la Universidad porque eligieron a un candidato gülenista pese a que tenía menos puntuación que ella. “Me acusan de ser una traidora y con eso me están cerrando las puertas a que vuelva a trabajar en el sector público y para muchas empresas privadas. Solo me queda trabajar de autónoma o irme del país”.

“Hermano, este país ha llegado a una situación completamente invivible”, dice Kadir —que prefire no dar su nombre real para proteger su privacidad— mientras fuma en una terraza de Estambul. Es un pequeño empresario, una de esas personas de origen humilde que en la última década y media ha ascendido a la clase media de la mano del boom económico que ha caracterizado el Gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, islamista), al que Kadir no veía con malos ojos durante sus primeros años en el poder. “Si para los extranjeros que residen aquí es doloroso vivir lo que está ocurriendo, imagínate para nosotros. Yo he nacido, he crecido aquí y ver esto me mina la moral. Me quiero ir del país”.

No es el único que se lo plantea. Son muchos, especialmente jóvenes con titulaciones universitarias, los que han decidido bien marcharse del país, o bien retirarse a alguna localidad pequeña y más tranquila, alejados de los acontecimientos políticos de las grandes ciudades turcas, movidos por un sentimiento de derrota tras ser aplastada la revuelta de Gezi (2013) e incrementarse la tendencia represiva del Gobierno, unido a la cada vez mayor sensación de inseguridad.

“En mi casa tenemos miedo a salir a la calle, porque los manifestantes están descontrolados, y he visto a algunos [partidarios del Gobierno] instando en Twitter a salir con pistolas a la calle”, explica una profesora universitaria que tampoco quiere dar su nombre real. Dado que la mayor parte de los medios de comunicación turcos han sido acaparados por el Gobierno, muchos turcos contrarios a Erdogan usan las redes sociales para informarse, pero en ellas circulan también muchísimos bulos infundados que contribuyen a sembrar desasosiego. “Hay mucha confusión, por ejemplo, se dice que los académicos de la educación pública no pueden salir al extranjero, pero no se sabe si los de la privada también”. El Gobierno ha impuesto ciertas restricciones a que sus ciudadanos salgan del país, como modo de evitar que los presuntos golpistas aún a la fuga escapen de Turquía, pero esto también asusta entre mucha gente que simplemente quiere viajar al extranjero en vacaciones.

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El miedo de Mahmut es aún mayor: “Estoy encerrado en casa. Temo por mi seguridad y la de mi familia”. Es un periodista que pide ocultar su verdadera identidad y que anteriormente trabajaba para un diario adscrito al movimiento de Fetulá Gülen, el predicador al que el Gobierno acusa de ser el cerebro del golpe. Mahmut se queja de que las purgas iniciadas contra funcionarios (más de 60.000 trabajadores suspendidos de empleo) e instituciones privadas (más de 2.300 entidades clausuradas) son “una caza de brujas”. “Yo no soy un golpista, quiero que se investigue el golpe y se castigue a los culpables, y que no se nos haga pagar a los inocentes. Pero el Gobierno nos acusa a todos nosotros de traidores y si salgo a la calle y alguien me reconoce podría sufrir un ataque. Recibo amenazas todos los días”, denuncia.

Desde que se iniciaron las detenciones de presuntos golpistas, al menos un prefecto y dos oficiales se han suicidado antes que asumir la vergüenza de ser acusados de pertenecer a la organización gülenista. “Las purgas son comprensibles. Esta gente pertenece a un movimiento poco transparente y muy peligroso ¡Y ha bombardeado el Parlamento!”, opina Ceren Kenar, columnista del diario progubernamental Türkiye: “El Gobierno tiene que limpiar la Administración y los próximos años van a ser cruciales, aunque también será un periodo doloroso para todos”. Eso sí, también reconoce que existe el peligro de que se abuse de las denuncias falsas y que, en los lugares de trabajo, se utilicen las acusaciones de gülenista para deshacerse de colegas potencialmente rivales.

Sin embargo, Kenar sostiene que al mismo tiempo esta situación podría suponer “una oportunidad para que Turquía inicie un proceso de reconciliación”. “La oposición mostró una sobresaliente postura antigolpista” dice la analista turca, que cree que ahora el enorme vacío dejado en la Administración por los gülenistas purgados será llenado con funcionarios cercanos a otros partidos de la oposición, que anteriormente habían sido marginados por los islamistas: “Y esto podría ayudar a sanar viejas heridas”.

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