La última apuesta de Boris
El carismático alcalde de Londres, convertido en vocero del 'Brexit', se despide para emprender la misión de su vida
“Hasta cierto punto, todos los políticos apuestan con los acontecimientos. Todos ellos tratan de adelantarse a lo que vaya a ocurrir, de situarse en el lado bueno de la historia, para luego poder presumir de buen juicio”. Lo escribe Boris Johnson, alcalde de Londres hasta que asuma el puesto quien gane las elecciones del jueves, en su reciente libro El factor Churchill (Alianza, 2015), una entretenida y algo apresurada biografía del gran estadista británico del siglo XX. “Se jugó la camisa a un caballo llamado antinazismo”, explica, “y su apuesta salió ganadora de un modo espectacular”.
Hoy, cuando Boris Johnson (Nueva York, 1964) se dispone a pasar el testigo para emprender la misión de su vida, cuesta no leer en aquella reflexión sobre el destino de su héroe una explicación a la apuesta final del propio autor, uno de los políticos más populares, carismáticos y controvertidos de la historia británica reciente.
El domingo 21 de febrero Johnson decidió abrazar la causa del Brexit y se convirtió en su cara más visible. Optó por enfrentarse a su viejo amigo y rival, David Cameron, con quien compartió juergas y ambiciones en el elitista colegio de Eton y después en Oxford. Apostó por un caballo a cuyos lomos confía en llegar hasta el número 10 de Downing Street. Una apuesta arriesgada. Una carrera hacia el todo o la nada.
Gane o pierda el referéndum del próximo 23 de junio, David Cameron ha asegurado que no se presentará a las elecciones en 2020. Boris Johnson, que además de la alcaldía ocupa un escaño en el Parlamento desde las generales de hace un año, es uno de los tres candidatos a sucederle, junto con el fiel canciller del Exchequer, George Osborne, y la férrea ministra del Interior, Theresa May.
La estrategia, políticamente, es impecable. El próximo líder de los conservadores será elegido en un proceso doble: los diputados elegirán a dos candidatos y, después, los militantes decidirán entre esos dos. Histriónico y ególatra, Johnson no es excesivamente popular en la bancada tory. Pero cerca de 150 de sus 330 diputados apoyan el Brexit, y Johnson es el único de los tres candidatos que se ha posicionado de su lado. Si está entre los dos candidatos finales, tendría aparentemente fácil ganar entre una militancia que tiende al antieuropeísmo.
Si los británicos optan por salir de la UE, ¿quién mejor que Johnson para liderar la marcha en solitario del país? Si gana la permanencia, ¿quién capitalizaría el resentimiento de un partido cuyo fervor antieuropeo, lejos de apagarse, podría acaso fortalecerse en la derrota, como demuestra la experiencia del referéndum por la independencia escocesa de 2014?
Con la ambición en una escala nacional, sus críticos defienden que su legado como alcalde no será memorable. Que mientras escribía libros y cobraba 330.000 euros al año por su columna semanal en el Telegraph, ha desperdiciado la oportunidad de dotar de contenido a un puesto que no existía hasta el año 2000, el tercer mayor mandato personal de Europa después de los presidentes de Francia y Portugal. “¡Toma las riendas, empieza a ser un alcalde!”, le espetó su mano derecha al constatar su escasa entrega al puesto, en el mismo año 2008 en que fue elegido, según una biografía no autorizada de Sonia Purnell.
De su cercanía y carisma da fe el hecho de que se le conozca simplemente por su nombre de pila. Boris ha sido el rostro visible de una ciudad que vibraba mientras Europa se hundía. Bajo su alcaldía, Londres se exhibió al mundo en unos Juegos Olímpicos, un mérito que es de justicia compartir con su predecesor, el heterodoxo y no menos carismático laborista Ken Livingston.
Pero, más allá de acudir en bici al trabajo, poco ha hecho por combatir los gravísimos problemas de contaminación y transporte que acechan a Londres. Y, menos aún, por abordar la crisis de vivienda que hoy amenaza el futuro de la ciudad. El de Boris, por su parte, dependerá del caballo al que, como su idolatrado Churchill, se ha jugado la camisa.
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