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Al Qaeda se extiende en África occidental apoyada en el cantera subsahariana

Senegal está en máxima alerta tras los atentados de Malí, Burkina Faso y Costa de Marfil, impulsados por la porosidad de las fronteras y la creciente radicalización

José Naranjo
Vecinos de Grand Bassam se acercan a los cuerpos de algunos de las víctimas del ataque armado en un hotel de la ciudad costamarfileña, el pasado 13 de marzo.
Vecinos de Grand Bassam se acercan a los cuerpos de algunos de las víctimas del ataque armado en un hotel de la ciudad costamarfileña, el pasado 13 de marzo.AFP

Hotel Radisson Blu de Dakar. Ocho de la mañana. Tres agentes controlan el movimiento de entrada y salida. En la Corniche Ouest y los Almadies, donde se encuentran los mejores establecimientos hoteleros de la ciudad, hay militares y gendarmes en cada rotonda. Situación similar en Sally, uno de los grandes balnearios turísticos de Senegal donde la presencia policial es notable. Los recientes atentados de Bamako (Malí), Uagadugú (Burkina Faso) y Grand Bassam (Costa de Marfil) han elevado la alerta ante un posible ataque terrorista en Senegal. El pasado 4 de abril, el presidente senegalés Macky Sall anunció un incremento en los medios destinados a vigilancia y servicios de inteligencia. Para ello, cuenta con el apoyo de países como Francia, que ha financiado con 700.000 euros el Plan de Acción contra el Terrorismo, Estados Unidos o incluso España, que ha aportado formación específica a través de la Guardia Civil a las fuerzas de seguridad en controles fronterizos, uno de los grandes desafíos para evitar infiltraciones de Mauritania y Malí.

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De fondo está la africanización de Al Qaeda, en pleno proceso de expansión por el África occidental como gesto de fuerza en su competencia con Daesh (acrónimo peyorativo en árabe para referirse al Estado Islámico o ISIS), y la constante penetración de una interpretación radical de la religión musulmana cada vez más capaz de atraer a jóvenes descontentos en países donde el islam fue siempre moderado.

Todo empieza y acaba en Malí. Durante más de dos décadas, el vasto y desértico norte de este país se convirtió en el refugio natural de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), un grupo terrorista de origen argelino que ha ido sumando a sus filas a un número creciente de africanos procedentes de países como Mauritania, Níger o la propia Malí. De hecho, la primera ruptura de AQMI se produce precisamente cuando estos nuevos adeptos se hartan del omnímodo poder de los argelinos y deciden crear, en 2011, el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO). Pese a ello, ambos grupos siguieron cooperando y fueron los protagonistas de la ocupación del norte de Malí durante 2012 junto a Ansar Dine, facción radical de los tuareg.

El investigador senegalés especialista en yihadismo Bakary Sambe pone precisamente el acento en la porosidad entre todos estos grupos y los rebeldes árabes y tuaregs en el Sahel. “La Operación Serval (intervención militar francesa en el norte de Malí en 2013) dispersó las fuerzas del yihadismo, pero no intervino contra otros grupos armados, como el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA). Y el trasvase de miembros entre unos y otros es constante”, asegura. Durante esa operación, el jefe de una de las brigadas más importantes de AQMI, el incombustible traficante argelino Mojtar Belmojtar, creó el grupo Los firmantes con Sangre que se acabó fusionando con MUYAO para crear una nueva franquicia de Al Qaeda vinculada a AQMI, Al Murabitún.

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Este grupo es el quebradero de cabeza de las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia de toda la región. La sombra de Belmojtar está tras los atentados del hotel Radisson Blu en Bamako en noviembre pasado, del ataque en la capital de Burkina Faso dos meses más tarde y del tiroteo que costó la vida a 19 personas en Costa de Marfil. En ocasiones actúan apoyados en otros grupos locales, como Ansar Dine o el Frente de Liberación de Macina. Si bien decenas de jóvenes mauritanos, malienses o senegaleses se han ido a Siria, Libia o Irak en los últimos años para hacer la yihad en las filas de Daesh, que se impone en Libia o Túnez, lo cierto es que la batalla por el control de la actividad terrorista en África occidental la va ganando Al Qaeda por goleada. No necesitan traer a muyahidines del norte, ahora los que empuñan las armas proceden de la creciente cantera subsahariana.

"Muchos jóvenes se sienten más atraídos por los radicales que utilizan las nuevas tecnologías, YouTube, Internet, etc., para difundir un mensaje simple de odio a Occidente (...) una ideología portátil que se transmite fácilmente"

Otro indicio de la africanización y emergencia del yihadismo es que los terroristas que han golpeado en Burkina y Costa de Marfil son cada vez más autónomos del núcleo duro argelino de AQMI. Según asegura la investigadora Olga Bogorad en un reciente artículo publicado en el International Peace Institute, “las redes locales permiten a AQMI extender su influencia sin que ello le suponga un gran coste en recursos humanos y financieros. La mayor asimilación en sus países y regiones de origen hace que estas células sean cada vez más peligrosas. Su cantidad podría crecer en 2016, fortaleciendo la capacidad de AQMI para inspirar y organizar ataques mortales en África occidental”.

En Malí, la máxima autoridad religiosa del país, Mahmoud Dicko, es un reconocido predicador wahabita, en los barrios populares de Nuakchot florecen las mezquitas financiadas por Arabia Saudí y en Senegal tres predicadores fueron detenidos hace unos meses por apología de la violencia. “La ideología salafista está aquí, por todas partes”, añade Sambe, “es cierto que las hermandades religiosas de inspiración sufí senegalesas han sido un dique de contención, pero necesitan modernizar su discurso y sus formas. Muchos jóvenes se sienten más atraídos por los radicales que utilizan las nuevas tecnologías, YouTube, Internet, etc., para difundir un mensaje simple de odio a Occidente y de vuelta a la pureza de la religión lleno de fórmulas mágicas, una ideología portátil que se transmite fácilmente, de forma viral, atractiva para jóvenes desencantados, como si fuera un nuevo sindicato de los desheredados”.

Si en Senegal se han disparado las alertas ante un posible atentado es porque este país sería como la joya de la Corona para los terroristas: una de las pocas islas de estabilidad de la región, sede de innumerables ONG, organizaciones regionales y agencias de Naciones Unidas y aliado incondicional de Occidente y de la lucha contra el terrorismo (desde la participación en la Guerra de Golfo o en la Misión de Naciones Unidas en Malí, hasta el envío de tropas a Arabia Saudí para luchar contra los rebeldes yemeníes).

Sadio Gassama, de 25 años, y natural de Ziguinchor, en el sur de Senegal, estudiaba Medicina en la Universidad de Dakar. Sin embargo, en septiembre de 2015 decidió unirse a Daesh y trasladarse a Sirte, donde ejerce, según ha asegurado él mismo en una entrevista concedida a Senenews, como “médico yihadista”. Su radicalización no tuvo lugar en un apartado centro de oración del interior del país, sino en la mezquita de la Universidad, que se encuentra bajo la lupa de la policía. Como él al menos una decena de jóvenes senegaleses se han unido a grupos terroristas. Que se sepa. “Es difícil que el wahabismo gane la batalla en este país, pero el problema son estos lobos solitarios”, culmina Sambe. “Ningún país está a salvo”, insiste Macky Sall, poniendo la venda antes de la herida.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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