La respuesta a la violencia divide a Netanyahu y a las fuerzas de seguridad
El Ejército israelí retiene por orden del Gobierno 31 cadáveres de atacantes palestinos sin entregarlos a sus familias. Los servicios de inteligencia piden devolverlos a los padres
En la gélida mañana de diciembre no dejan de fumar ni de tomar café árabe bien cargado. Cincuentones con el ánimo roto, dos decenas de palestinos acampados desde hace una semana ante la sede de la Cruz Roja Internacional en Hebrón reclaman a Israel la devolución de los cadáveres de sus hijos, jóvenes abatidos a tiros al atacar con puñales a las fuerzas de seguridad o civiles judíos. “Todos los días marcó el número de su móvil… por si aún sigue vivo”, confiesa el taxista Talal al Sharif, de 52 años, mientras muestra en su teléfono el registro de llamadas a su hijo Rajmil, de 19. El Gobierno ordenó hace dos meses retener los cuerpos de los agresores “neutralizados” para intentar frenar la mayor ola de violencia desde el final de la II Intifada. Aunque el Shin Bet (seguridad interior) considera que la represalia ha resultado contraproducente y recomienda entregar los restos a las familias, el Ejecutivo de Benjamín Netanyahu insiste en mantenerlos en la morgue.
Esta medida con ecos de castigo bíblico que llevaba más de una década sin aplicarse no parece haber contribuido a frenar la ola de ataques, que se ha cobrado desde el pasado 1 de octubre la vida de 19 israelíes y de un estudiante rabínico estadounidense y ha causado la muerte de más de 110 palestinos, la mitad de ellos acusados de ser atacantes. El Ejército israelí retiene, según confirma una portavoz militar, 31 cadáveres.
“Es una represalia colectiva e inmoral: para los judíos enterrar a los muertos es igual de sagrado que para nosotros”, truena Al Sharif, cuyo hijo murió tiroteado a finales de noviembre en el cruce con los asentamientos judíos de Gush Etzion, en la carretera de Hebrón a Jerusalén, en un intento de ataque con un puñal. Soldados encapuchados de fuerzas de élite vigilan ahora día y noche la encrucijada.
“Las agresiones están motivadas por sentimientos de discriminación nacional, económica y personal”, reconoce un análisis del Shin Bet citado por la agencia Reuters. “Para algunos asaltantes, la acción supone una vía de escape de una realidad sin esperanza”. El Estado Mayor comparte la necesidad de adoptar medidas para reforzar la economía y aumentar la estabilidad de las instituciones palestinas, con el fin de evitar una continua escalada, de acuerdo con la información facilitada por un oficial de inteligencia militar. Pero el Ejército tiene órdenes estrictas del Gobierno para “frenar y prevenir la amenaza terrorista” y de “combatir la incitación a la violencia”, subraya una portavoz oficial castrense. En el caso de Hebrón, dos emisoras de radio han sido clausuradas por orden militar acusadas de hacer apología de los ataques contra israelíes.
Ayman Quasmi era hasta hace unas semanas el director de Radio Al Hurrriyet (Libertad). “Nos cerraron bajo la acusación de incitación a la violencia, pero nosotros solo programábamos música popular nacionalista y las informaciones procedían en su mayoría de páginas web israelíes”, explica en la sede de Radio Uno de Hebrón, que aún sigue en antena. “En el fondo, nos están impidiendo dar nuestra versión de lo que está ocurriendo en Cisjordania”, apostilla.
Netanyahu y los miembros más conservadores del Gabinete israelí insisten en que el Gobierno del presidente Mahmud Abbas incita a sus ciudadanos a la violencia —aunque los responsables de los servicios de seguridad atribuyen las acciones a lobos solitarios que se inspiran en las redes sociales— y mantiene en vigor medidas de castigo tajantes, como la demolición de las casas de las familias de los acusados de terrorismo y la retención de sus cadáveres. Las autoridades buscan también que los funerales no se conviertan en actos de exaltación antiisraelí.
Entre todos los desolados padres reunidos ante la sede de la Cruz Roja Internacional en Hebrón, el mecánico Bassan Sider, de 45 años, es el único que ha podido confirmar por sí mismo la muerte de su hijo. “Bassel tenía 19 años y era una fanático del fútbol, nunca se había metido en política”, asegura. El 14 de octubre fue abatido a tiros en Jerusalén por las fuerzas de seguridad en un intento de acuchillamiento.
“Unos soldados me vinieron a buscar a casa poco después y me llevaron al centro forense de Abu Kabir, cerca de Tel Aviv”, detalla Sider rodeado de otros familiares. “Me pidieron que identificara el cadáver porque no tenía documentos, pero no me lo pude llevar. Dijeron que ya me avisarían… Nadie me ha llamado todavía, ni del Gobierno de Israel ni de la Autoridad Palestina. Ahora estoy viviendo aquí. Mi mujer me ha dicho que no vuelva a casa hasta que le traiga a su hijo”.
Para el psicólogo clínico Safiq Masalha —en cuya clínica de Jerusalén Este ha estudiado los motivos que llevan a los jóvenes palestinos a enfrentarse con las fuerzas de seguridad israelíes desde la época de la II Intifada— la ausencia del cadáver alarga el duelo, el periodo necesario para asumir la pérdida de un ser querido. “Sin poder ver el cuerpo, el sufrimiento de los familiares se prolonga”, precisa Masalha. “En el caso de los musulmanes se trata del cuerpo como un concepto más espiritual, pero para los judíos es algo material, de ahí la importancia que dan a recuperar los restos de sus soldados. Están dispuestos a intercambiarlos incluso por prisioneros palestinos vivos”. Las milicias de Hamás retienen desde el verano de 2014 los cadávres de dos soldados israelíes muertos en la guerra de Gaza.
“Bassel tenía 19 años y era una fanático del fútbol, nunca se había metido en política”, asegura el padre del joven
Este psicólogo clínico cree que muchos jóvenes y adolescentes palestinos han perdido la esperanza. “No ven razones para vivir y, aunque saben bien que pueden morir tiroteados, no vacilan en cometer ataques contra israelíes”. De forma parecida piensa el vicealcalde de Hebrón, Jawdi Hafez Abusneima, un hombre de negocios próximo a Fatah, el partido nacionalista palestino del presidente Abbas, desde la moderación de su ático de la avenida principal de la ciudad. “Se ha llegado hasta el punto de perder toda esperanza para el futuro. La explosión es casi inevitable, sobre todo si no devuelven los cadáveres”, vaticina.
Al igual que en Jerusalén, palestinos e israelíes comparten el territorio en Hebrón. “Son 300 colonos judíos y unas decenas de estudiantes rabínicos protegidos por más de 2.000 soldados, frente a 250.000 palestinos”, recalca Abusneima. “Da la impresión de que los actuales líderes israelíes han enloquecido, ya no hay ningún [Isaac] Rabin, ningún [Ehud] Olmert…”, concluye tras citar ex primeros ministros que negociaron acuerdos con los palestinos. “Ahora ya no queda mucho más de que hablar, solo del fin de la ocupación”.
“El liderazgo político, que dirige a las fuerzas de seguridad, no ha llegado a las raíces del problema [de la ola de violencia], y solo trata los síntomas (…) con medidas como desahuciar a las familias e impedir la devolución de los cuerpos de los terroristas”, argumentaba el diario Haaretz en un reciente editorial. “Mientras tanto el Ejército y las agencias de seguridad alertan sobre los resultados de esas medidas”.
El mecánico industrial Naqbil Al Qudse, de 58 años, también monta guardia junto a otros padres que exigen recuperar los cuerpos de sus hijos muertos. El suyo, Shaadi, de 23 años, murió en el acto tiroteado el 27 de octubre en el empalme de Gush Etzion con la carretera número 60, una vía que recorre Cisjordania como una columna vertebral. Las fuerzas de seguridad israelíes le atribuyeron un ataque con arma blanca. “El siempre iba de casa al trabajo, pero ese día dijo que iba a hacer unas compras al mercado del cruce… desde entonces su madre y yo no vivimos. Ella no deja de pedirle calmantes al médico. Y yo tengo el corazón roto”. Cerca de dos terceras partes de los cadáveres retenidos en la morgue por el Ejército son de jóvenes palestinos que vivían en Hebrón.
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