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La capitulación de Obama ante Irán (según Dick Cheney)

El vicepresidente de George W. Bush encabeza los últimos esfuerzos para socavar el acuerdo nuclear

Marc Bassets
Dick Cheney se dirige al American Enterprise Institute, el laboratorio de ideas de referencia de la derecha estadounidense
Dick Cheney se dirige al American Enterprise Institute, el laboratorio de ideas de referencia de la derecha estadounidensePete Marovich (Bloomberg)

El problema ya no es si Barack Obama ha negociado mal. Ni si Estados Unidos ha hecho demasiadas concesiones a Irán en la negociación sobre el acuerdo nuclear. Ni tan siquiera si la política del presidente demócrata es, para retomar una comparación histórica recurrente, parecida a la de los líderes occidentales que creyeron que era posible apaciguar a Hitler. Dick Cheney, vicepresidente durante la guerra de Irak, va más allá. Cree que el acuerdo es simplemente una capitulación de la primera potencia mundial ante un régimen que amenaza con un holocausto atómico, con el primer ataque de este tipo desde Nagasaki.

“Este acuerdo otorga a Teherán los medios para lanzar un ataque nuclear contra la patria estadounidense”, dijo Cheney este martes en Washington.

En otro foro estas palabras quizá habría parecido descabelladas. No aquí. En el salón de actos del laboratorio de ideas American Enterprise Institute (AEI), el discurso del republicano Cheney suena coherente. El AEI es el laboratorio de ideas de referencia de la derecha de EE UU. Aunque su prioridad es la defensa de la libre empresa, como indica su nombre, ha tenido y tiene en su plantel las mentes más preclaras del movimiento neoconservador. Algunas de los papeles que sirvieron para fundamentar la invasión de Irak —la liberación, como llama Cheney— se discutieron aquí. Cheney pertenece al patronato de esta institución imprescindible para entender el Washington de los últimos 40 años.

“No conozco ninguna otra nación en la historia que haya aceptado garantizar que los medios de su propia destrucción estén en manos de otra nación, en particular de una que es hostil", dice.

El discurso de Cheney en el AEI tiene un aire de reunión de exalumnos de la Administración Bush. Ahí, en primera fila, está Paul Wolfowitz, número dos de Donald Rumsfeld en el Pentágono y un político-intelectual —formado con el filósofo Allan Bloom y el estratega nuclear Albert Wohlstetter— como sólo pueden existir en este país. En la segunda fila está I. Lewis Scooter Libby, personaje clave en el dramatis personae de los años de Bush. “Off the record”, le dice al periodista cuando intenta abordarle, y se aparta. Scooter Libby fue jefe de gabinete del vicepresidente Cheney. En 2007 un jurado le declaró culpable por mentir a agentes federales durante la investigación de la filtración a la prensa del nombre de la agente de la CIA Valerie Plame. El presidente George W. Bush se negó a perdonarlo antes abandonar el cargo, lo que enfrió la relación de Bush con Cheney.

“Dick Cheney es un criminal de guerra”, interrumpe una mujer del público. En seguida la obligan a salir de la sala.

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Formalmente, Cheney no es nadie en su partido. El neoconservadurismo y la doctrina Bush —la idea de que Estados Unidos puede imponer la democracia, si es necesario unilateralmente, a golpe de bomba— perdieron lustre tras el fracaso de Estados Unidos en la guerra de Irak. Pero Cheney, que antes que vicepresidente fue secretario de Defensa, congresista y jefe de gabinete de la Casa Blanca, sigue siendo una figura respetada por los halcones de esta ciudad. Habla en voz baja y rugosa. Raramente sonríe. Ha sobrevivido a cinco infartos. Dicen que le gusta el apodo que sus adversarios le pusieron: Darth Vader.

“[El acuerdo] no es, como sostiene el presidente Obama, la única alternativa a la guerra. Es una locura”, dice.

¿Sus argumentos? El acuerdo, alcanzado el 14 de julio en Viena por EE UU, Irán, las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU y la UE, no cierra la puerta a que Irán fabrique la bomba. Las inspecciones internacionales dan margen a los iraníes para trabajar en un programa nuclear fuera del control internacional. El levantamiento de las sanciones será un regalo en términos económicos para Irán y reforzará a sus satélites terroristas en Oriente Próximo.

“[El columnista] Charles Krauthammer ha escrito que la Alemania nazi necesitó siete años para matar seis millones de judíos. Un Irán nuclear necesitaría un año”, dice Cheney.

Para la Casa Blanca de Obama, Cheney es el adversario ideal en la discusión sobre el acuerdo, tan hiperbólico en sus advertencias y tan identificado con la fallida guerra de Irak que, para los demócratas, resulta fácil caricaturizarle.

“Se equivocó con Irak. Se equivoca con Irán”, dijo, antes de ser expulsada, la mujer que interrumpió el discurso. El eslogan es casi calcado al de la Casa Blanca, que publicó un mensaje y un vídeo en la red social Twitter con las siguientes palabras: #WrongThenWrongNow. Equivocado entonces, equivocado ahora.

El acuerdo con Irán, enemigo de EE UU desde hace más de tres décadas, es la alternativa a la política belicista de Bush y Cheney, según el argumentario de la Casa Blanca. Bush y Cheney invadían países sin amparo de la legalidad internacional, según este argumento; Obama negocia con el adversario, lo hace junto a las potencias mundiales y evita la guerra. La misma mañana del martes, poco después del discurso de Cheney, Obama sumó 42 senadores demócratas a favor del acuerdo, suficientes para bloquear la resolución que el Senado, de mayoría republicana, debe votar la semana próxima. Los detractores del acuerdo lo tienen difícil para abortarlo. Quizá Cheney haya llegado tarde.

"El Congreso de Estados Unidos estaba preparado para aprobar un acuerdo fuerte y serio que impidiese la amenaza de un Irán con el arma nuclear", dijo. "En vez de esto, ha recibido una capitulación confusamente confeccionada".

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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