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Columna
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Victorias del Estado Islámico

El grupo terrorista acierta en su estrategia incluso cuando sale derrotado

Lluís Bassets

El tedio y la costumbre son un enemigo peligroso y destructivo. Con Ramadi son ya tres las capitales de provincia, dos en Irak y una en Siria, que caen en manos del Estado Islámico (EI). Una vez en sus manos la capital provincial, la entera y extensa provincia suní de Anbar, en las puertas de Bagdad, está al alcance de los yihadistas, incluida la ya ocupada refinería de Baiji. Dentro de pocos días se cumplirá un año de la caída de Mosul, la segunda ciudad iraquí, y de la proclamación del califato, y nada parece alterar el pulso y la sangre fría de la comunidad internacional.

A los jeques del Consejo de Cooperación del Golfo que asistieron la pasada semana a la reunión en Camp David con Barack Obama no les preocupan los avances del Estado Islámico en Irak y Siria, sino el peligro que representa un Irán con industria nuclear y sin sanciones occidentales. Lo que preocupa a los países europeos mediterráneos son las oleadas de refugiados que llegan a sus costas desde Libia. Y lo que quita el sueño a los de la Europa septentrional son las amenazas de Putin y los avances de sus hombrecillos de verde en la cuenca ucrania del Donbas.

Sí, hay una coalición de 60 países alrededor de Estados Unidos, unos para actuar solo en Irak, otro solo en Siria, algunos en ambas partes, con el objetivo de parar los pies al Estado Islámico. Pero de momento casi todo se limita a bombardeos desde el aire, de efectividad muy limitada a la hora de frenar el avance terrestre de las tropas del califato terrorista. Quizás sea cierta la noticia sin confirmar de que Abubaker Al Bagdadi, el califa autoproclamado, se halla herido gravemente y solo puede grabar mensajes de voz, pero tendría todos los motivos para hacer como Lenin en octubre de 1918, cuando arrancó a bailar sobre la nieve, admirado de que la revolución llevara ya un año de vida.

El Estado Islámico ha sufrido muchas derrotas. Perdió la ciudad de Kobane, junto a la frontera turca. Ha perdido Tikrit hace pocas semanas. El pasado viernes sufrió el ataque fulgurante de un comando aerotransportado estadounidense en Siria, en el que perdió la vida su ministro del petróleo. Pero puede exhibir lo que más le diferencia de Al Qaeda, la organización matriz que ahora es también su competidora en la atracción de los yihadistas: mantiene e incluso administra un territorio con varias ciudades, tiene una cabeza visible a la que presenta como califa de todos los musulmanes, ha conseguido la obediencia de numerosos grupos yihadistas de todo el mundo y además resiste, dura, persiste.

Incluso sus derrotas confirman el acierto político más que militar de su estrategia. Ha sido el Ejército sirio de Bachar el Asad quien acaba de frenar al EI en las puertas de Persépolis. Solo las milicias chiíes, quién sabe si comandadas directamente desde Teherán, pueden frenarle en las puertas de Bagdad. El califato de Al Bagdadi se ha convertido en la punta de lanza suní de la guerra abierta contra los chiíes, en la que no hay ni un solo país suní, sea Egipto, Turquía o Arabia Saudí, que consiga disimular y ocultar a favor de quién apuesta en esta sangrienta y trascendental partida.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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