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El duelo entre mujeres que marca la política en Bangladesh sale a la calle

Un juicio por crímenes de guerra y las huelgas exacerban la inquina entre la primera ministra y la jefa de la oposición

Naiara Galarraga Gortázar
La primera ministra Hasina visita a una superviviente del colapso del edficio textil Rana Plaza.
La primera ministra Hasina visita a una superviviente del colapso del edficio textil Rana Plaza. REUTERS

Bangladesh es el único país del mundo en el que sendas mujeres lideran el Gobierno y la oposición. Más extraordinario aún es que Sheij Hasina, de 65 años, y Jaleda Zia, de 67, lleven más de dos décadas relevándose en esos puestos. Nadie duda de que ambas encabezarán las listas de sus partidos en las elecciones de diciembre. Por ahora no hay favorita. Y, como es tradición allí en el último año de legislatura, la confrontación política se ha trasladado a la calle a golpe de hartal (huelga general).

Cada semana hay paros masivos, de una jornada o de varias; regionales o nacionales. Algunos no causan excesivos trastornos, otros paralizan el país. El de la semana pasada no se notó demasiado en Dacca, una megaurbe de 15 millones de habitantes, pero a medida que avanza el quinto año de legislatura se endurece el enfrentamiento callejero entre la Liga Awami, de la actual primera ministra, Hasina, y el BNP (Partido Nacionalista de Bangladesh), de la opositora Zia. Son los dos grandes partidos que dominan la política local desde la fundación del Estado, en 1971.

Caricatura de la primera ministra (izquierda) y de la jefa de la oposición en un diario de Bangladesh.
Caricatura de la primera ministra (izquierda) y de la jefa de la oposición en un diario de Bangladesh.N. G.

Como es frecuente en la región, una es hija de y la otra viuda de. Hasina, que ya dirigió el Gobierno de 1996 a 2001, es la primogénita de el asesinado Mujibur Rahman, padre de la patria; Jaleda Zia, primera ministra de 1991 a 1996 y de 2001 a 2006, es la viuda del asesinado Ziaur Rahman. Ambos hombres no son parientes pese a apellidarse igual.

“Si analizas sus programas, al margen de la retórica, son prácticamente lo mismo”, explica Nurul Kabir, de 51 años, director de New Age, uno de los diarios en inglés de la capital. “Básicamente unos luchan por llegar al poder, y los otros por retenerlo”. Otra fuente local recuerda que cada vez que sus compatriotas han acudido a las urnas han optado por la alternancia. Ninguna ha tenido un segundo mandato consecutivo. “La única competición seria entre ambos partidos es a ver quién es más corrupto. El resto de los bangladesíes son víctimas de esa corrupción”, asegura el periodista.

Los hartales son un castigo político tradicional de la oposición al Gobierno en vísperas electorales. Desde enero ha habido más de medio centenar de días de paro masivo, pocos si se comparan con los 176 convocados por la Liga Awami contra el BNP el último año de la pasada legislatura. Ahora los papeles están cambiados. Pero esta vez, al paro total de fábricas y comercios, se suman las tensiones generadas por el tribunal creado en 2010 para juzgar los crímenes de la guerra en el actual Bangladesh se separó de Pakistán, hace más de cuatro décadas. Era una vieja reivindicación de movimientos sociales que la primera ministra Hasina hizo suya para dañar a la oposición y como baza electoral ante los jóvenes, según coinciden las fuentes. La juventud dio el triunfo a Hasina en 2008. Durante el bienio previo hubo un Gobierno tecnócrata colocado por el ejército.

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El tribunal es considerado un arma política de la Liga Awami, aunque este lo niega, contra el BNP porque la mayoría de los que se sientan en el banquillo son líderes históricos del partido islamista Jamaat e Islami, aliado clave del principal partido opositor. Aquella guerra fue breve y cruenta: en solo nueve meses causó medio millón de muertos, según investigadores independientes aunque Bangladesh los cifra en tres millones de muertos; unas 200.000 mujeres violadas y millones de refugiados. Los islamistas combatieron junto a Pakistán para evitar que Pakistán del Este se independizara.

El goteo de condenas –por asesinatos masivos, violación, tortura y secuestros-- de los últimos meses ha sido recibido con violentas protestas de los islamistas, que han causado un centenar de muertos. Los jóvenes piden mano dura para los condenados. Cientos de miles tomaron una plaza de Dacca en febrero para exigir que un veterano líder de Jammat, Abdul Qader Mullah, fuera ahorcado. El director del periódico New Age sostiene que “el juicio debe ser más transparente”. También Human Rights Watch tiene peros: alaba el objetivo declarado de juzgar las atrocidades de la guerra, pero critica el sesgo del tribunal además de denunciar el secuestro de un testigo de la defensa a las mismas puertas de la sala.

El juicio ha incrementado en los últimos meses las tensiones entre laicos y religiosos en este país de mayoría musulmana con tradición de tolerancia y donde el hiyab, los almuédanos y el rezo están mucho menos presentes en la vida cotidiana que en los países árabes.

Un movimiento vinculado a los islamistas y escudado en reivindicaciones antiblasfemia, Hefazat e Islami, ha encendido más los ánimos. Su llamamiento a “asediar Dacca” el 5 de mayo pasado derivó en violentos enfrentamientos con la policía. La policía aseguró que no hubo ni un muerto; la oposición los cifró en un millar, pero una fuente local sostiene que rondarían la veintena.

La inquina entre las dos principales líderes políticas del país es legendaria. Ni siquiera se ven en el Parlamento porque el BNP lo ha boicoteado durante prácticamente toda la legislatura. El único gesto mutuo que tienen cada año es felicitarse el Eid, la gran fiesta de los musulmanes. El odio es tal que la primera ministra rebautizó el aeropuerto internacional , antes llamado Zia en honor al padre de su adversaria.

Una fuente que conoce a ambas hace décadas describe a Hasina como “laica, habladora, con un buen conocimiento de la Administración pero con mentalidad dictatorial. No acepta consejos de asesores. La gente la llaman Apa (hermana)”. A Zia la define como alguien “más reservado, que sí acepta consejos”. La gobernante Liga Awami acusa al BNP de echarse en brazos de los islamistas.

Ambas mujeres preparan a sus hijos, salpicados los dos por acusaciones de corruptelas varias, como herederos políticos. El de Zia, Tarik Rahman, de 45 años, vive en Londres, con la venia del Tribunal Supremo, para ser tratado de una brutal paliza que recibió tras ser detenido en 2007, cuenta el periodista Kabir. El hijo de Hasina, Sajib, de 41 años, no parece personalmente muy interesado en política. Se especula sobre sus corruptelas pero no hay nada documentado, añade el director del New Age.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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