_
_
_
_
_
TORMENTAS PERFECTAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tres dictaduras y una democracia

Amnistía Internacional no tiene buena prensa entre los dictadores. La labor que viene haciendo desde 1961 para proteger a las poblaciones de los abusos y atentados contra sus derechos es ejemplar

Lluís Bassets
MATT

Amnistía Internacional (AI) no tiene buena prensa entre los dictadores. Merecidamente. Los más viejos del lugar recordarán cómo incordiaba al régimen franquista. Tampoco gustaba a los antifranquistas enfeudados a otras dictaduras, las comunistas de Moscú y Pekín. La labor que viene haciendo AI desde su fundación en 1961 para proteger a las poblaciones de los abusos y atentados contra sus derechos es pionera y ejemplar, a pesar de los errores que pueda haber cometido esta organización, como tantas otras dedicadas a la defensa de los derechos humanos.

De las múltiples denuncias que contiene el informe anual sobre el estado de los derechos humanos en el mundo, quiero destacar aquí solo un párrafo sobre 2011, en absoluto el más desgarrador: “Israel mantuvo el bloqueo de Gaza, prolongando así la crisis humanitaria, y continuó con su agresiva política de ampliar los asentamientos establecidos en el territorio palestino de Cisjordania, que ocupaba desde 1967. Las organizaciones políticas palestinas Fatah y Hamás hicieron blanco de sus ataques a sus respectivos simpatizantes; las fuerzas israelíes y los grupos armados palestinos llevaron a cabo ataques en represalia en Gaza”.

Basta juntar en Google tres palabras: Amnesty International, Israel y antisemitismo para dar con las dificultades que se encuentran al informar sobre los abusos en determinadas regiones especialmente complejas. No debe extrañarnos. Las denuncias de AI, incluso las controvertidas o equivocadas, ayudan en los regímenes democráticos y, en cambio, molestan a las dictaduras, como ha ocurrido siempre.

¿Significa esto que Israel no es una democracia? En absoluto. Significa que debemos hilar fino a la hora de calificar lo que hay entre el Jordán y el Mediterráneo, y que puede resumirse en tres dictaduras y una democracia. La democracia es Israel: un Estado de derecho, con división de poderes, democracia representativa, pluralismo político y libertad de expresión. Hay dos dictaduras: la de Hamás en Gaza, donde se aplica la pena de muerte y se atenta contra los derechos humanos, además de atacar a la población israelí fuera de las fronteras, y la más benigna de Fatah en Cisjordania, cuyo jefe, Mahmud Abbas, no ha querido, por cierto, confirmar ni una sola de las condenas a muerte dictadas por sus tribunales. Y una tercera que dejaremos describir a Peter Beinart, joven intelectual sionista estadounidense, en su más que recomendable libro La crisis del sionismo: “Nos decimos a nosotros mismos que Israel es una democracia, pero en Cisjordania es una etnocracia, un lugar donde los judíos gozan de la ciudadanía y los palestinos no”.

Puede que la dictadura de los colonos no sea peor que la de Fatah y Hamás, pero es el mayor obstáculo para la paz entre israelíes y palestinos. Y es del todo lógico que AI no tenga buena prensa entre los colonos y los políticos que los representan.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_