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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una crisis basada en la reestructuración mundial

Hoy escasean demasiado las voces en Gran Bretaña en contra del proteccionismo y la insularidad

En las prisas por asignar a los problemas de Europa un carácter fiscal, han quedado terriblemente ignoradas nuestras dificultades tradicionales de banca y competitividad. Al querer buscar una respuesta sencilla y unidimensional —austeridad y, si eso no arregla las cosas, más austeridad— a lo que es una crisis tridimensional, los dirigentes europeos no han comprendido las profundas fuerzas históricas que están cambiando el papel de Europa en el mundo. Porque, si no se completa lo que se está haciendo con una transformación de nuestro sector financiero para que esté al servicio de la economía, además de nuevas medidas para impulsar el crecimiento, no habrá recortes del gasto público ni rígidas normas fiscales suficientes para impedir que entremos en una década perdida de altísimo paro y prolongada decadencia.

La ayuda del BCE en materia de liquidez es bienvenida, pero es un paliativo necesario, no una solución duradera. En 2012, como ha advertido el presidente del Consejo de Estabilidad Financiera, Mark Carney, es probable que una nueva oleada de desapalancamientos bancarios termine con gran cantidad de empresas y puestos de trabajo y, si no actuamos, deje al mundo sin los recursos financieros necesarios para poder seguir comerciando. Ahora, por lo menos, existe ya la conciencia de que Europa se enfrenta a algo más que las consecuencias inmediatas de una gran recesión, e incluso más que una “gran contracción”. Lo que se está produciendo ante nuestros ojos es una gran reestructuración mundial. La economía europea está estancada y en plena transición de un siglo XX en el que dominaba Occidente a un mundo dirigido por Asia. En otro tiempo, Europa era responsable del 40% de la producción mundial; hoy esa cifra está por debajo del 20%. De aquí a 10 años, si no hacemos nada, será un poco más de la mitad de eso, un 11%. Nos encontramos en la parte más delicada (y peor) de unos gigantescos procesos históricos que están trasladando la inversión productiva y el comercio del continente de la primera revolución industrial a Asia. Y todavía no está claro si Europa se enfrenta a su declive no solo en términos relativos, sino absolutos, ni si la crisis actual está, en efecto, escribiendo su penúltimo capítulo en una historia que se titulará La decadencia de Occidente.

Una estrategia de crecimiento a través de la reforma radical de nuestra competitividad habría sido —y todavía es— la mejor forma de que Europa afrontara y superara este reto, porque, sin ese cambio, Europa se convertirá en un elemento tan marginal para el crecimiento mundial que, a principios de la próxima década, Asia consumirá el 40% de los bienes y servicios mundiales, mientras que Alemania solo consumirá el 4% y Francia, Gran Bretaña e Italia, el 3 %. Pero el enorme desapalancamiento bancario que está produciéndose en la actualidad es asimismo la señal de que el modelo bancario europeo está obsoleto, es inapropiado para este nuevo mundo porque es incapaz de prestar servicio a una serie de prioridades cada vez más amplia. Para sobrevivir, el sector financiero tendrá que dejar atrás las instituciones financieras muy apalancadas que dependían de la financiación a corto plazo del mercado mayorista y disfrutaron, durante un tiempo, de un tipo de interés común en la eurozona. Desde 2008, cuando los bancos estadounidenses y británicos se recapitalizaron y se deshicieron de sus activos tóxicos, los bancos europeos han tenido que luchar con sus instituciones más apalancadas, algunas de las cuales tienen pasivos que valen 30 veces su capital. En realidad, los bancos europeos hicieron la mitad de recapitalización y se deshicieron de menos de la mitad de activos que sus homólogos anglosajones.

Ahora va a ser necesario intervenir muchos bancos europeos y reconstruirlos con arreglo a un nuevo modelo con niveles de deuda muy inferiores y más dependencia de los depósitos y el patrimonio neto. Pero quienes nos dirigen han preferido ignorar estos fallos fundamentales y Europa corre peligro de descender de las viejas y nobles aspiraciones de extender el poder democrático a lo que alguien tan destacado como Jürgen Habermas ha llamado una política “posdemocrática”. Quizá, con el tiempo, aparezcan propuestas para la elección directa del presidente de la Comisión Europea y el del Consejo Europeo. Pero en los últimos meses, al tiempo que se apartaba a los líderes democráticamente elegidos de Italia y Grecia, la Comisión Europea también ha quedado relegada, apartada por los acuerdos entre el presidente francés y la canciller alemana. Hemos visto que Francia cedía a las exigencias alemanas de austeridad fiscal a cambio de obtener su apoyo a la integración política. Pero, como consecuencia, el crecimiento seguirá siendo bajo durante años; en especial, el desempleo juvenil aumentará, con el consiguiente malestar social; y los déficits tampoco disminuirán muy deprisa. Sin embargo, esta Europa de escaso crecimiento aún no ha encontrado la manera de financiar los déficits de los Gobiernos ni los pasivos bancarios, varios billones de deuda. Todavía hoy, tras meses de discusiones, sigue sin resolverse la cuestión de quién los garantiza ni quién —el IEEF, el MEE, el BCE (con o sin el FMI)— los financia.

Este debería haber sido un momento en el que Gran Bretaña ayudase a Europa a dar una respuesta económica más abierta y relacionada con el crecimiento a esta nueva crisis, sin negar jamás la necesidad de consolidación fiscal, pero asegurándose de que no ponga en peligro las perspectivas de crecimiento. En los últimos años, incluso desde fuera del euro, Gran Bretaña colaboró con Alemania para moderar los pasos franceses hacia un “núcleo duro europeo” y con Francia para suavizar los peores aspectos de la economía alemana de depresión. Pero hoy escasean demasiado las voces en contra del proteccionismo y la insularidad y a favor de una estrategia de crecimiento común y con visión global para la UE. Los dirigentes de grandes instituciones internacionales han dicho, con razón, en su llamamiento a la acción, que es necesario y posible acordar un plan de crecimiento mundial coordinado. Quieren que construyamos un nuevo cortafuegos para impedir el contagio, que sostengamos las finanzas comerciales como hicimos en 2009 y defendamos el nuevo tipo de crecimiento que puede surgir de las tecnologías de bajo carbono. Y el punto de partida de esa colaboración mundial que proponen es una Europa que, por fin, haga frente a las tres dimensiones de su crisis.

Gordon Brown fue primer ministro británico

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