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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Un largo y tortuoso camino

Si el Estado es el actor principal, no puede ser el ingenuo que solo paga los platos rotos

Joaquín Estefanía
Una pantalla muestra la comparecencia de Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, el pasado 12 de marzo
Una pantalla muestra la comparecencia de Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, el pasado 12 de marzoRalph Orlowski (REUTERS)

Hasta hace poco más de dos meses, cuando pensábamos en los héroes de nuestras vidas, los identificábamos, por ejemplo, con los bomberos o los forestales que luchaban contra los incendios poniendo su vida en juego, con el fin de evitar la emergencia climática, el mayor problema de la humanidad. Sus imágenes eran las de trabajadores exhaustos, casi siempre mal pagados, que combatían el fuego. La pandemia del coronavirus ha dado un golpazo a la lucha contra el cambio climático que, de repente, ha desaparecido de nuestras vidas. Lamentablemente serán necesarios otros sustos climáticos para reactivar aquellas inquietudes y que se cumpla lo firmado.

Ahora manda una serie de crisis concatenadas que está poniendo en peligro la supervivencia de la especie humana. Arreglar cada una de las fases de esa serie no significa solucionar el resto. El coronavirus ha sido un cisne negro de manual que ha cambiado la historia, y ha puesto de relieve la frágil vulnerabilidad de los ciudadanos. Tras varias semanas priorizando sus mortíferas consecuencias sanitarias, se manifiesta ahora la segunda faceta de la pandemia: la supervivencia económica real, que se concreta en otra Gran Depresión, equivalente o incluso superior en profundidad (no en duración) a la de los años treinta del siglo pasado, con tasas de desempleo lacerantes. Otra de sus consecuencias es la desglobalización: el virus ha parado en seco el intercambio de bienes. Según la Organización Mundial del Comercio, 2020 será el peor año desde que nació esta institución hace un cuarto de siglo: se pronostica una reducción del comercio superior al 30% en este ejercicio. Lo que no lograron la Gran Recesión de 2008 ni los movimientos altermundistas durante más de una década —reprimir la globalización neoliberal— lo está logrando un pequeño virus en solo unos meses.

Para combatir la depresión y reactivar la economía, una de las armas de utilización masiva está siendo la que desarrolló Keynes en sus libros: el endeudamiento. Pagar las gigantescas deudas públicas y privadas constituirá la tercera fase de la crisis. Los profesores Martín-Aceña y Martínez Ruiz han teorizado la historia del endeudamiento (véase EL PAÍS del 26 de abril: Sin perdón): desde el año 1815 hasta hoy se han producido 358 reestructuraciones de la deuda, que han afectado a 91 naciones independientes; más de una por año. Un rasgo de esas reestructuraciones es que son siempre dolorosas, y más para los deudores que para los acreedores, porque los primeros siempre terminan pagando generación tras generación. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, la deuda global (pública y privada) puede llegar a final de este año al 342% del PIB global. Al tiempo que se desescala el confinamiento humano se escalan aceleradamente los niveles de endeudamiento. Los Gobiernos han de elegir entre endeudarse masivamente o no poder sostener el bienestar de sus ciudadanos, con gigantescos programas de gasto público.

En la más reciente etapa de esta crisis los protagonistas son los países pobres ante la posibilidad de una crisis alimentaria devastadora, como está profetizando la ONU. “No nos matará el coronavirus, lo hará el hambre”, dicen algunos de los hipotéticos afectados por las hambrunas. Hay otra categoría de países que lo están pasando mal: los exportadores de petróleo en una coyuntura en la que el precio se ha hundido, el consumo está por los suelos y los almacenes llenos: Arabia Saudí, Rusia, Libia, Venezuela, Irán, etcétera.

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Ha sido la economista Mariana Mazzucato quien probablemente ha expresado mejor el papel que el Estado está jugando en la actualidad: “Ahora que el Estado va a ser otra vez el actor principal, hay que darle el papel de héroe, no el de ingenuo que paga los platos rotos”. Los apoyos estatales deben ser condicionados. Por ejemplo, a las empresas regadas con dinero público se las exigirá que no despidan, que no recompren autocartera ni paguen dividendos o los bonus de sus ejecutivos, que inviertan en productos de desarrollo sostenible, etcétera. Para que no ocurra como en 2008, que fue el mayor gato por liebre de la historia.

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