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Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, coleccionista de arte y negociador de acero

El barón, que estuvo casado con Carmen Cervera, cumpliría cien años el próximo martes y una de sus grandes alegrías fue ver colgada su colección privada en el Palacio de Villahermosa de Madrid

Heinrich Thyssen-Bornemisza
Carmen Cervera y su marido, Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, en una de las salas de su pinacoteca particular en Villa Favorita, en Suiza, el 15 de mayo de 1986.Jesús Císcar

En los últimos años de su vida, era frecuente ver a Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza desplazándose en silla de ruedas por las salas del Museo Thyssen. Una solícita Carmen Cervera le seguía en el recorrido atenta a cualquier deseo del barón y ejerciendo de portavoz y traductora con un sonoro darling al inicio de cada frase. Él ponía una mirada satisfecha sobre los cuadros de la colección que lleva su nombre y mostraba cierta indiferencia ante las muchas personas que se le aproximaban. Por entonces, el multimillonario empresario que había multiplicado el imperio heredado de su padre durante la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial había conseguido que su colección privada de arte, considerada la más importante del mundo (después de la reina de Inglaterra) se exhibiera en un lugar acorde con su categoría, el Palacio de Villahermosa de Madrid. Fue una compleja operación firmada en 1993 por la que el Gobierno español pagó 250 millones de euros por 775 obras maestras escogidas de entre las alrededor de 1.300 que integraban la colección completa. Inglaterra, Suiza, Italia y Estados Unidos habían jugado fuerte por hacerse con las obras, pero “la pequeña baronesa”, como calificó entonces The New York Times a Carmen Cervera, consiguió que el barón se decantara por España.

Nacido en Scheveningen, Países Bajos, el 13 de abril de 1921, cumpliría 100 años el próximo martes pero los problemas cardiovasculares que padeció durante sus últimos años terminaron con su vida el 26 de abril de 2002, en la villa que posee Carmen Cervera en Sant Feliu de Guíxols, un paraíso mediterráneo en el Bajo Ampurdán.

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Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza fue poco pródigo en entrevistas con los medios de comunicación. En las escasas intervenciones públicas que de él se conservan, hay un par de documentos visuales muy especiales que en estos días ha recopilado Juan Ángel López-Manzanares, Conservador y Responsable de Contenidos del Thyssen y encargado de la programación con el que el museo está recordando al barón a lo largo de este año. En uno de los vídeos se recoge su intervención (en francés) sobre Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio, a propósito de la exposición que, en 1987, la Academia de Bellas Artes de San Fernando dedicó a los Maestros antiguos de la colección Thyssen-Bornemisza. El segundo documento audiovisual es una entrevista de la periodista Julia Otero en su programa La luna de RTVE. La entrevista es con la baronesa, pero al final Heinrich Thyssen, que se encontraba sentado entre el público, acepta someterse a las preguntas de la audiencia y allí, además de asegurar que no cambiaría a su esposa por La Gioconda, confiesa que si se quedara sin dinero y tuviera que ponerse a trabajar, querría ser conductor de locomotoras.

Lejos de quedarse sin trabajo, este hombre alto, tímido, amante de la buena vida y de sólida formación intelectual adquirida en Friburgo y Berna, donde estudió Derecho y Economía, fue un absoluto triunfador en el mundo de los negocios. Amigo de otros grandes empresarios como Henry Ford II, Malcolm Forbes y Gianni Agnelli, era directivo de Heineken y ostentaba un puesto honorario en la firma de subastas Sotheby’s. Poseía mansiones repartidas por medio mundo (Lugano, París, Londres, Jamaica, Marbella...), un yate (el Hanse) y fue el primer magnate europeo que contó con un avión Falcon propio. A finales de la década de 1990 su emporio multinacional Thyssen-Bornemisza Group (TBG) sumaba 234 empresas en 26 países, con 14.000 empleados, y facturaba unos 3.000 millones de dólares al año.

Mientras su fortuna crecía, Heinrich Thyssen se casó en cinco ocasiones. Siempre con mujeres de espectacular belleza. Su primera esposa (1946) fue la princesa austriaca Teresa Amalia Lippe-Weissenfeld, con la que tuvo un hijo, Georg Heinrich. En la década de los cincuenta se volvió a casar dos veces. Primero con la modelo anglo-india Nina Dyer, a quien le gustaba pasear con panteras amaestradas por los hoteles y en 1956 se casó de nuevo con la también modelo Fiona Campbell, con quien tuvo dos hijos, Francesca (1958) y Lorne (1963). La cuarta (1967) fue Denisse Shorto, hija de un banquero brasileño con la que tuvo a Alexander. La última y definitiva boda (1985) fue con Carmen Cervera, ex miss España, cuyo hijo, Borja, fue adoptado por el barón. La relación con sus hijos no fue muy intensa. Todos han crecido millonarios y bastante caprichosos, explica un antiguo colaborador. El mayor ha seguido con los negocios familiares. Francesca es una famosa coleccionista de arte contemporáneo y activista medioambiental y su hermano Lorne se convirtió al Islam hace varios años para sorpresa de una familia tradicionalmente católica.

¿Pero qué clase de coleccionista era? Tomás Llorens, conservador jefe del museo Thyssen entre 1990 y 2005 y miembro del equipo que escogió las obras que vendrían a España desde Villa Favorita en Lugano, cuenta que el barón era un hombre de profundos conocimientos artísticos al que le gustaba presumir de que se guiaba a golpe de ojo y de intuición. “Ojo tenía, está claro, pero también muchos más conocimientos que otros grandes coleccionistas, y era un negociador de acero. No disimulaba en mostrar su aburrimiento cuando se le acercaban los ‘expertos oficiales’. Yo le veía cómodo con amigos como Rodrigo Uría (mediador para traer a Estaña la colección Thyssen) o Luis Gómez-Acebo, padrino de bautismo de Borja Thyssen. Con ellos se reía mucho en los almuerzos que celebrábamos en La Trainera después de la reunión del Patronato. Le gustaba mucho comer pescado a la sal y beber vino tinto de Rioja. En esas reuniones estaba relajado y hacía exhibiciones de un humor un tanto extravagante y surrealista”. Una de las bromas que, copa de vino en mano, le gustaba repetir era que el apellido Bornemisza tenía un significado en húngaro que no cuadraba con él: “Bornemisza significa abstemio, y yo más bien debería decir que no bebo agua”.

Pero puede que la frase que mejor le defina como persona es una reflexión que hace en sus memorias póstumas Yo, el barón Thyssen (Planeta, 2014): “He contado alguna vez que desde hace bastantes años hago cuatro solitarios al día, dos de los cuales me enseñó mi madre: con ellos intento leer y descifrar lo que me va a suceder. Hacerlos me ayuda a pensar y a recapacitar en mis decisiones. Debo confesar que, aunque en asuntos de negocios a menudo las cartas me han ‘aconsejado’ bien, en lo que se refiere a mi vida sentimental no he sabido leer mi futuro”.

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