A María se la comen con los ojos allá por donde va. Le preguntan si es modelo porque lo suyo no les parece normal. Le envían emojis calientes por lo divino de su rostro angelical. A ella, que no tiene un pelo de tonta aunque ande algo perdida en la vida (quién no lo está), le sobra desparpajo y horas de calle como para sacar tajada de toda esa salivación condescendiente con la que tiene que lidiar.
María (enorme Ana Rujas, que la interpreta) es la protagonista de Cardo, la producción de Atres Media sobre la bajada a los infiernos y vulnerabilidad emocional de una (casi) treintañera listísima salida del barrio de Carabanchel. Inmersa en un abismo de culpa y miedo, esta exactriz convertida en florista en su barrio busca salidas tras un accidente de tráfico a la salida de un after porque un ricachón, encaprichado con ella y subido a su moto, se empeñó en meterle mano bajo sus leggings de leopardo.
La que promete ser la serie del invierno viene producida por los Javis y está escrita a cuatro manos por la propia Rujas y Claudia Costafreda. La suya es una propuesta brillante y sincera, que explora y nos hace cómplices de la intimidad de una joven de barrio convertida en objeto sexual a su pesar. Una maraña mental de la que somos espectadores literalmente, porque sus pensamientos invaden el centro de la pantalla para evidenciar su desajuste emocional.
Hace años, de fiesta por el centro con las amigas con las que me críe en el extrarradio de Barcelona, entendí qué pasa cuando tu cara, cuerpo y origen interactúan para crear un fetiche sexual. Un amigo de la universidad, borracho por las calles del Raval, nos quiso halagar de forma bastante torpe diciendo que nuestra “belleza proletaria” nos hacía más interesantes porque, aunque no lo notáramos, éramos distintas de las demás. Así nos marquetinizó, como si fuéramos exóticas o un misterio antropológico por revelar, nosotras, que crecimos a ocho paradas de metro del centro de la ciudad.
En un mundo que explota sin descanso el cuerpo de las mujeres, si algo tiene claro María en Cardo es que ha calado las posibilidades de su capital erótico como atajo frente a las incertezas. Que conoce los mecanismos del deseo del turista de la precariedad. De aquel que, siempre sin complicarse la vida, parece dispuesto a consumir y absorber esa fantasía erótica de la mujer pobre y atractiva por un rato y poco más.
Ahora que la industria del lujo más exclusivo se ha apropiado de todos los símbolos estéticos de su uniforme para celebrarla, cuando ponerse un chándal con aros rizados ya no sirve como marcador de clase o diferenciador social, nos faltaban referentes para humanizar a la belleza fílmica de las que salen del arrabal.
A las que crecimos mirando a las chavalas de barrio desde Jamón Jamón a Yo soy la Juani, las que normalizamos e interiorizamos ese fetiche de ser vistas siempre desde fuera y siempre disponibles para los demás, asistimos aliviadas a esta nueva hornada de referentes complejos que desbordan intimidad. Desde Fish Tank a Cardo, pasando por Chavalas, La hija de un ladrón o La inocencia, una nueva hornada de cineastas (siempre mujeres, qué casualidad) están cambiando los códigos que cimentaron esa erótica simplista, prácticamente unidimensional, de la chica de barrio y su mística sexual. Autoras que saben que de tanto mirarla, nadie se había preguntado qué deseaba la proletaria guapa en realidad.
Un libro para las que, como María, se sientan de otro planeta
“Cuando mi madre trabajaba de secretaria, las otras chicas de la oficina miraban por la ventana y se fijaban en las chicas obreras de la calle de abajo, e intentaban descubrir cuál era la señal que las muchachas daban a los hombres que pasaban, lo que hacía que estos dieran media vuelta y las siguieran”.
Qué he consumido estas dos últimas semanas
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En ¿Dónde está Marta?, el true crime de Netflix sobre la desaparición de Marta del Castillo, aclaran fugazmente que su caso no se consideró violencia de género en su día. Lo que me llevó de vuelta a este extracto de El invencible verano de Liliana, el libro que Cristina Rivera Garza ha escrito sobre el asesinato de su hermana:
"A gran parte de los feminicidios se les llamaba crímenes de pasión. Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamo algo debió haber hecho para acabar de esa forma. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía. La falta de lenguaje es apabullante. La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos condena"
En la redacción de S Moda nos hemos obsesionado con:
- "Me dice que lo usaría si la secuestran. A veces pregunta por secuestros. También por incendios, volcanes, accidentes de cohetes espaciales o por orfanatos. Por eso creo que todavía ella no tiene su Caperucita real". Sofía Ruiz de Velasco analiza en "Anatomía de Twitter" el salto generacional en los terrores femeninos que heredamos.
- Sobre la frase "¿Quién me avisará de tu muerte?" que ocupa toda una página en blanco en en Amorgía, esto fue lo que le contó su autora, Marta Soria en entrevista a Beatriz García: "Es una cosa que para mí sería muy fuerte. Que alguien que es en cierta medida responsable de cómo soy yo a día de hoy, por lo que hemos compartido, por lo que nos hemos querido, por lo que nos hemos demostrado, pueda morir sin que yo me entere. ¿Me llamará mi exsuegra, o lo veré en redes sociales? ¿De qué manera lo sabré? Si no tienes contacto con esa persona resulta complicado. Es algo que me genera cierta tristeza".
- Por qué las mariposas ya no son naíf y lo han invadido todo este otoño. Tiene una explicación y la sabe Clara Ferrero.
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