Hace apenas unos años, allá por 2017, me encargaron una biografía de Isabel II: hoy cuesta pensar que no me hubiese hecho de oro, pero por entonces —no son tantos los libros que una vida da para escribir— preferí dejarlo correr. Una biografía conlleva tal entrega a otra persona que el matrimonio, por comparación, puede ser un vínculo ligero. Y todo lo que tiene que ver con la realeza reúne del modo más alarmante lo pedorro con la trascendencia constitucional. Pasé sin embargo, a cuenta de la biografía no escrita, unos fines de semana extraordinarios en la biblioteca —con balcones a Pall Mall— del Royal Automobile Club: como el gusto por los libros no es la pasión predominante entre sus socios, es uno de los cuartos menos frecuentados y más agradables de Londres. Vaya este reportaje a la memoria de la biografía que no fue, y en agradecimiento por días tan hermosos. Sobre Isabel sabemos mucho; he intentado, además —y disculpen la pretensión—, que la conozcamos un poco.
De niña soñaba con ser un caballo y acabó siendo reina de un imperio. La corona y ella eran uno. En la última época parecía casi inmortal. Isabel II, un icono irrepetible
Cuidada y calculada, pero también artística y contemporánea. Un viaje acelerado a través de siete décadas de retratos de Isabel II a cargo de grandes fotógrafos, como Cecil Beaton, Yousuf Karsh, Snowdon o Rankin. Y una pregunta de Juan José Millás: ¿dónde está su bolso?
Desde la Dama de Elche hasta Elsa Pataky, pasando por Josefa Samper, primera Miss España, o Marisol. El devenir del canon estético prueba que el cliché sobre la belleza femenina española no es más que otra consecuencia de la imposición de la mirada masculina sobre la mujer
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