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Viernes, 15 de octubre de 2021

Mucha empresa diminuta y poco valor

  • El tamaño medio de las compañías en España es muy reducido, lo que resta capacidad de competir al lastrar la productividad

Francisco de Zárate

Madrid

Mucha empresa diminuta y poco valor

/ DANIEL CRESPO

El país A tiene 715 empresas por cada 10.000 ciudadanos mientras que en el B solo hay 396. ¿Cuál de los dos tiene mayor renta per capita? La respuesta es el B, pero no por el menor número de empresas, sino porque las que tiene venden más, poseen mayor capacidad empleadora y van por delante en los índices de productividad. Y sí, el país B es Alemania y el A ya se lo puede usted imaginar.

En España, el insuficiente tamaño que alcanzan las empresas es un tema que viene preocupando a gobiernos en distintas legislaturas aunque por ahora ninguno lo haya logrado solucionar. Las estimaciones del ejemplo inicial son de 2018 (con datos de Statista y de Eurostat), pero las cosas no parecen haber cambiado. De acuerdo con los cálculos del INE para 2020, el 99,23% de las empresas españolas no llegan ni a la definición de mediana (entre 50 y 249 empleados); y un 82,81% tienen a menos de tres personas en plantilla.

La generación de economías de escala, tener más recursos para exportar y acceder a financiación más barata son tres de las razones clásicas para explicar por qué las empresas más grandes suelen ser también las más productivas. Según el economista José Moisés Martín Carretero, la otra gran virtud es su potencial como generadoras de empleos. Las microempresas fijan puestos de trabajo en el territorio y especialmente en zonas poco pobladas, dice, pero también le ponen límite al crecimiento en el número de empleos. “Un bar te va a crear 2 empleos, pero no te crea un tercero; la microempresa puede pasar de 1 a 2 empleos o de 8 a 9, pero casi nunca va a pasar de 14 a 600″, dice.

Se suele argumentar que la mayor importancia de la industria en países como Alemania está directamente relacionada con la necesidad de sus empresas de crecer y generar economías de escala. Pero en el sector terciario, más relevante en España, las sinergias son igual de necesarias. “No es lo mismo el quiosquero de la esquina que la consultora McKinsey, y las dos son servicios”, explica Martín Carretero, para quien los bares y restaurantes también se beneficiarían mucho del crecimiento, como demuestran las “enormes economías de escala de las franquicias en el diseño del menú, en la negociación con proveedores, en el marketing o en la experiencia de usuario… Incluso en ese tipo de servicios se gana productividad con el tamaño”.

Más burocracia

Otra explicación recurrente sobre el tamaño empresarial en España es la que hace referencia a las obligaciones administrativas, que se disparan cuando el perímetro crece: presentaciones del IVA más regulares, fin de los métodos abreviados para las cuentas anuales, obligación de contratar auditorías, creación de comités de empresa para representar los intereses de los trabajadores… Según el presidente de la patronal Cepyme, Gerardo Cuerva, “las obligaciones administrativas a las que se está sometido a partir de los 50 trabajadores hacen que se sea mucho más ineficiente en la propia empresa, y la gente es reticente a incrementar porque se le vienen unas obligaciones y una burocracia asociada que hacen que deje de ser atractivo”. En su opinión, el Gobierno facilitaría el crecimiento de las pymes si algunas de esas regulaciones fueran pospuestas o introducidas de manera más gradual, para que no se conviertan en una frontera tan evidente.

Carlos Martín Urriza, director del gabinete económico de CC OO, no lo cree así. “Se ve cierto apelotonamiento [en el número de empresas con casi 50 empleados], pero no mucho, y en cualquier caso similar al que se da en todos los países de Europa, así que esa no es la verdadera limitación al crecimiento”, dice. Donde el economista del sindicato sí coincide con Cuerva es en las dificultades que enfrentan las pequeñas empresas para crecer debido a la competencia fiscal y financiera que ejercen las grandes. Como se supo a principios de octubre, 20 multinacionales con sede en España pagaron una tasa real en el impuesto de sociedades inferior al 2% y una gran mayoría se mantuvo por debajo del 15%, frente al 25% que terminan pagando la mayoría de las pymes. Como dice Cuerva, “a la empresa pequeña le resulta muy difícil tener a gente buscando todas esas posibles deducciones”.

Las condiciones de financiación representan la otra gran desigualdad: las grandes logran mejores préstamos si se comparan con las comisiones bancarias que encarecen los créditos de las pymes, o directamente buscan dinero en los mercados financieros y con tipos excepcionalmente bajos.

Pero tal vez sea la competencia en los costes laborales donde más se siente la diferencia entre grandes y pequeñas. Según Martín Urriza, desde que la reforma laboral de 2012 permitió que las condiciones del convenio de empresa primasen sobre las del sectorial, muchas corporaciones de trabajo temporal armaron empresas que usaban prácticas fraudulentas para negociar convenios a la baja y ofrecerse después a las grandes como subcontratas. “Reponedores, responsables de limpieza, vigilantes… Las pequeñas que antes operaban en esos sectores se han encontrado con que pierden mercado porque compiten con los sueldos más bajos y las jornadas más largas de las grandes con servicios prestados desde empresas de trabajo temporal”.

Polígono industrial en Paracuellos del Jarama (Madrid).rn

Polígono industrial en Paracuellos del Jarama (Madrid). / VICTOR SAINZ

¿Son más productivas porque son más grandes? ¿O crecieron porque eran más productivas? Para el catedrático de Dirección y Organización de Empresas en la Universidad de Zaragoza Vicente Salas, el primer enfoque es el correcto. La menor productividad en España, dice, no tiene tanto que ver con el capital físico como con las diferencias en el capital humano y de conocimientos. En sus investigaciones, Salas y el catedrático en Gestión de Empresas Emilio Huerta (Universidad Pública de Navarra) han puesto el énfasis en lo que ellos llaman el capital organizacional y la capacidad de las empresas para funcionar con mayor flexibilidad y autonomía interna. “Es uno de los factores que están condicionando la productividad de las empresas españolas y, por tanto, también su capacidad de crecer”, explica.

El potencial de crecimiento en las organizaciones está ligado a la capacidad de su equipo directivo para gestionar recursos. En sus propias palabras, si un equipo es capaz de gestionar un determinado volumen de empleados o de negocios, cuando sobrepase ese límite se volverá ineficiente. De ahí que sea tan importante la posibilidad de delegar y descentralizar la toma de decisiones.

“Lo que nosotros encontramos en los estudios es que en otros países esa capacidad para delegar es mayor que en España”, dice. Muy resumido, lo que sus investigaciones demuestran es que el control a los empleados y la falta de delegación hacen que los empresarios derrochen un tiempo precioso (o capacidad de gestión) que podrían estar empleando en imaginar estrategias de crecimiento.

No es que los empresarios españoles hayan salido de la nada. Según Salas, en las empresas de los países del norte de Europa hay más equipos autónomos de trabajo y más sistemas de retribución vinculados a resultados individuales, pero también más gente respondiendo que sí a la siguiente pregunta: “En general, ¿tiende usted a confiar en el resto de personas con las que se relaciona?”. “Hay unos patrones que se observan en España y en los países del sur de Europa, frente a los países del norte, que podrían estar relacionados con la calidad institucional en un sentido más amplio”, dice Salas.

El hecho de que el estilo “ordeno, mando y controlo” esté más presente en España que en los países del norte también se debe a la especialización en un tipo de negocio de menor valor añadido. Como dice Emilio Huerta, “no es lo mismo tener 350.000 bares y restaurantes que 350.000 empresas de alta tecnología”. En su opinión, la ambición de parte del empresariado español es muy limitada, centrada en negocios de restauración y de hostelería con escaso atractivo y pocas oportunidades de crecimiento.

“En el contexto europeo, los españoles que montan una empresa tienen una formación más limitada que los alemanes y los franceses, y eso también marca la diferencia en la ambición del proyecto empresarial y en la calidad de la gestión”, dice. En su opinión, una forma de solucionarlo sería profesionalizar la gestión: que esas personas que armaron la empresa a base de dinero, ingenio y esfuerzo sean capaces de dar un paso a un lado para contratar a directivos cuyo nivel de formación sí es comparable al de los vecinos europeos.

Según Huerta, “lo del control es una manera antigua de gestionar, construida desde la desconfianza, pero hoy el liderazgo tiene que ir mucho más allá del mando y control, que es lo que se observa en muchas empresas españolas, unos pocos tomando decisiones y una mayoría ejecutándolas”.

Colesterol bueno

Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (Afi), lo explica con un símil: “La productividad es como el colesterol, puede ser de la buena o de la mala”. La mala es la que reduce los costes al máximo, una estrategia que según él es pan para hoy y hambre para mañana, “porque si la supervivencia de la empresa en una economía avanzada como la española se tiene que basar en salarios superbajos, ya habrá alguna en Marruecos o en cualquier país emergente capaz de tener costes aún más bajos”. El objetivo debería ser que la economía española base su supervivencia en el colesterol bueno, dice. Es decir, la productividad entendida como capacidad de innovar y de hacer mejor las cosas: “La productividad entendida como productividad multifactorial, que es la que incorpora la calidad del empresario”.

Según Huerta, las empresas españolas están caminando demasiado lentamente hacia la reducción en niveles jerárquicos y hacia el aumento en el número de equipos de trabajo descentralizados. Ontiveros, que también es catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid, se muestra más optimista. “Una parte significativa de los mejores alumnos está optando por crear su propia empresa o incorporarse a la de su familia para modernizarla”, dice. “Hace apenas 20 años, cuando el último día de clase yo preguntaba qué iban a hacer, ninguno de los mejores expedientes quería asumir la actividad empresarial, lo que querían era opositar o trabajar en banca”.

Obras en el barrio de Valdebebas de Madrid.

Obras en el barrio de Valdebebas de Madrid. / PAUL HANNA (BLOOMBERG)

Además de su percepción personal, dice, han mejorado los niveles de innovación y exportación: “Nunca como hoy las empresas españolas habían vendido fuera una parte tan significativa de su producción, y también está habiendo un incremento moderado pero claro en el registro de patentes”.

En las estadísticas de Eurostat de 2019, España tenía un 26,3% de temporalidad, casi el doble del promedio de 13,6% para toda la Unión Europea (UE). Hace años que la UE viene pidiendo a España que reduzca la alta temporalidad de su mercado laboral, una característica que habría favorecido a las empresas que explotan la llamada productividad mala, con menor potencial de crecimiento.

Según Martín Urriza, el abuso del contrato de obra y servicio que se creó a finales de los ochenta con el objetivo de agilizar el mercado laboral ha tenido el efecto pernicioso de romper los procesos productivos y desincentivar los procesos de capacitación de los empleados. “Te mueve hacia una economía menos productiva porque las empresas se especializan en procesos de menor valor añadido donde es fácil que rote la mano de obra, eso es lo que facilita el contrato temporal”, explica. “Aparte, produce una economía más bulímica, genera más empleo cuando crece, pero también lo destruye más cuando cae”.

El ejemplo más evidente, dice, es el de las constructoras que crean una empresa con el inicio de la obra y la cierran cuando finaliza, dando por terminada la relación laboral con los obreros hasta la próxima edificación. “Nuestra tasa de temporalidad en construcción es del 40% cuando en Europa es del 20% porque tienen empresas de construcción más grandes que mueven a los trabajadores de una obra a otra”, explica. “Es como si a los bomberos les hicieran un contrato por cada fuego que tienen que apagar”, dice el economista de CC OO.

Motivos de esperanza

Este año se publicó el anteproyecto de ley de Creación y Crecimiento de Empresas, cuya medida estrella es reducir el capital social necesario para armar una sociedad: de 3.000 euros pasa a un solo euro. La propuesta legislativa parece más centrada en la creación de nuevas empresas que en facilitarle la vida a las pymes existentes, aunque también hay medidas para ellas, como la introducción de la factura electrónica, de mecanismos para reducirles los niveles de impago y morosidad, y de mejoras en el acceso al capital riesgo y a la financiación colectiva llamada crowdfunding.

A corto plazo, la factura electrónica puede tener costes de introducción para las pymes, pero en el sector ha sido recibida como positiva por los ahorros que generará en sistemas de almacenamiento y gestión de papeles. Según Salas, la digitalización y la adaptación a requisitos medioambientales cada vez más estrictos terminarán mejorando la productividad porque exigirán una mejor calidad en la gestión. “Hay que tomar conciencia de que las inversiones en tecnología tienen que ir acompañadas de formas de gestión más descentralizadas para poder sacar el máximo provecho, no es solo una cuestión de invertir en tecnología, sino en modelos de organización y de funcionamiento más participativos”.

La competencia fiscal entre empresas diminutas y empresas gigantescas, otro de los escollos para el crecimiento, también podría reducirse si el Gobierno sigue adelante con el plan anunciado en octubre de fijar en un 15% el tipo mínimo del impuesto de sociedades para grandes empresas. En financiación, como dice Cuerva, aún falta mucho por hacer para que los programas oficiales de ayuda a la internacionalización y al crecimiento lleguen de verdad a los pequeños. “Una de nuestras obsesiones en Cepyme es trasladar toda esta información, que no llega a calar en el tejido empresarial, algo que recrimino a los gobiernos porque se conforman con anunciar los programas sin un seguimiento para que de verdad se utilicen”, dice.

¿Y la capacidad de delegar de los empresarios? ¿Esa cómo se mejora? Por ahora, dice Salas, hay quien se limita a pronunciar la fórmula basada en “aumentar la confianza” como si bastara con eso. En cualquier caso, su opinión es que hemos pasado demasiado tiempo hablando de mercados externos y demasiado poco hablando de lo interno, de cómo funcionan de verdad nuestras empresas. “No hemos prestado tanta atención al cuello de botella que condiciona la productividad”, dice. “Estamos en un momento de toque de atención”.

La revuelta de los trabajadores estadounidenses

  • Todas las economías felices se parecen; las infelices, lo son cada una a su manera

Paul Krugman

Cadena de producción en una fábrica de coches en California.

Cadena de producción en una fábrica de coches en California. / Jill Connelly (Bloomberg)

Tras la crisis financiera de 2008, los problemas de la economía tenían que ver con la demanda. La burbuja de la vivienda había estallado; los consumidores no gastaban lo suficiente como para cubrir el vacío; el estímulo de Obama, diseñado para aumentar la demanda, fue excesivamente reducido y breve.

En cambio, en 2021, muchos de los problemas parecen deberse a una oferta insuficiente. Las mercancías no pueden llegar a los consumidores porque los puertos están atascados; una escasez de chips semiconductores ha complicado la producción de automóviles; muchos empresarios manifiestan que tienen dificultades para encontrar trabajadores.

Probablemente gran parte de esto será transitorio, aunque está claro que las alteraciones en la cadena de suministros se mantendrán un tiempo. Pero a lo mejor, algo más fundamental y duradero está teniendo lugar en el mercado laboral. Puede que los sufridos trabajadores estadounidenses, que llevan años mal remunerados y trabajando en exceso, hayan llegado al límite.

Respecto a esos problemas con la cadena de suministros: es importante comprender que a los estadounidenses les están llegando más mercancías que nunca. El problema es que, a pesar de aumentar las entregas, el sistema no consigue mantenerse a la altura de la demanda.

Al principio de la pandemia, la población compensó la pérdida de muchos servicios comprando cosas. La gente que no podía salir a comer, reformó sus cocinas. La que no podía ir al gimnasio, compró máquinas para hacer ejercicio en casa. La consecuencia fue un asombroso aumento de la adquisición de todo tipo de productos. A principios de año, el gasto en bienes duraderos se situó un 30% por encima de los niveles anteriores a la pandemia, y sigue estando muy alto.

Pero las cosas mejorarán. A medida que la covid-19 retroceda y la vida vuelva poco a poco a la normalidad, los consumidores comprarán más servicios y menos cosas, reduciendo la presión en puertos, transportes por carretera y ferrocarriles. La situación laboral, por el contrario, sí parece deberse a una verdadera reducción de la oferta. El empleo total sigue estando cinco millones de puestos por debajo del nivel máximo alcanzado antes de la pandemia. El empleo en el sector del ocio y la hostelería sigue más de un 9% por debajo. Pero todo lo que vemos indica un mercado laboral muy rígido.

Por una parte, los trabajadores están dejando sus puestos de trabajo a ritmos insólitos, señal de que confían en encontrar nuevos empleos. Por otra parte, los empresarios no solo se quejan de escasez de trabajadores, sino que intentan atraerlos con aumentos de salarios. A lo largo de los últimos seis meses, los salarios de los trabajadores en los sectores del ocio y la hostelería han registrado una tasa de subida anual del 18%, y ahora están muy por encima de su tendencia anterior a la pandemia.

El empleo también ha envalentonado a los sindicalistas, que se han mostrado mucho más dispuestos de lo normal a acudir a la huelga tras recibir ofertas contractuales que consideran inadecuadas.

¿Pero por qué estamos experimentando lo que muchos denominan la “gran dimisión”, en la que tantos trabajadores dejan el trabajo o exigen un sueldo más alto y mejores condiciones laborales para quedarse? Hasta hace poco, los conservadores culpaban a las prestaciones por desempleo ampliadas, afirmando que reducían el incentivo para aceptar un trabajo. Pero los Estados que cancelaron antes esas prestaciones no han experimentado un aumento del empleo mayor que los que no lo hicieron; y en todo el país, la eliminación de las prestaciones ampliadas el mes pasado no parece haber cambiado mucho la situación del empleo. Lo que parece estar ocurriendo más bien es que la pandemia llevó a muchos trabajadores estadounidenses a replantearse su vida y a preguntarse si valía la pena seguir con el trabajo horrible que muchos de ellos tenían.

Porque Estados Unidos es un país rico que trata a muchos de sus trabajadores extraordinariamente mal. Los salarios son a menudo bajos; ajustando la inflación, el típico trabajador varón ganaba prácticamente lo mismo en 2019 que su homólogo 40 años antes. Las jornadas laborales son largas: Estados Unidos es una “nación sin vacaciones” que ofrece mucho menos tiempo libre que otros países avanzados. El trabajo además es inestable, y muchos trabajadores con salarios bajos —y los trabajadores no blancos en particular— están sometidos a fluctuaciones impredecibles en las jornadas laborales que pueden hacer estragos en la vida familiar.

Y no son solo las empresas las que tratan mal a los trabajadores. Un número significativo de estadounidenses parece menospreciar a quienes les proporcionan servicios. Según una encuesta llevada a cabo no hace mucho, el 62% de los trabajadores de restaurantes dicen haber recibido un trato abusivo por parte de los clientes.

Teniendo en cuenta estos hechos, no sorprende que muchos trabajadores estén dejando el empleo. La pregunta más complicada es por qué ahora. Muchos estadounidenses odiaban su trabajo hace dos años, pero no se dejaban llevar por esos sentimientos. ¿Qué ha cambiado?

Es solo una conjetura, pero parece posible que la pandemia haya hecho que algunas personas reconsideren sus elecciones vitales. No todo el mundo puede permitirse dejar un empleo que odia, pero un número considerable de trabajadores parece dispuesto a aceptar el riesgo de probar algo distinto: jubilarse antes a pesar del coste económico, buscar un empleo menos desagradable en un sector distinto, etcétera.

Y si bien esta nueva actitud exigente de unos trabajadores que se sienten empoderados les está haciendo la vida más difícil a consumidores y empresarios, seamos claros: en general, es bueno. Los trabajadores estadounidenses exigen un trato mejor, y al país le interesa que lo consigan.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.

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