Cómo hablar de guerras y superbacterias

Después del revolcón que le ha dado a nuestra vida la covid creíamos estar curados de espanto. Pero no. Los movimientos de tropas y la retórica bélica que envuelve la crisis de Ucrania han despertado muchísimo interés esta semana entre nuestros lectores. De la abundante información que hemos ido contando en EL PAÍS lo más leído ha sido esta cronología que explica cómo hemos llegado hasta aquí. Nueve años de tira y afloja con Rusia presionando contra los acercamientos a Europa y la OTAN de Ucrania, un país independiente y soberano, pero al que Putin considera dentro de su área de influencia, hasta llegar al desafío ruso actual acumulando fuerza militar junto a la frontera y exigiendo por escrito que se impida a países libres tomar sus decisiones.

No estamos anestesiados, no. La posibilidad de una escalada bélica, cualquiera que sea la forma que esa escalada adopte, tensiona a una opinión pública cuya memoria más cercana son las masivas manifestaciones contra la guerra de Irak en el año 2003, aunque en nada se parezcan aquellas circunstancias, ni sus protagonistas, a los actores y las circunstancias de la actual. Oficialmente, España no es neutral en esta ocasión. Pertenece a la OTAN, que es determinante en esta crisis, diplomática de momento y ojalá que no pase de ahí. Pertenece a la OTAN y es Europa, que se ha convertido en el campo de batalla en la lucha para un nuevo orden mundial, como analizaba Andrea Rizzi en el periódico del domingo. Pero es inevitable que nos acordemos de la terrible gestión que hizo entonces José María Aznar para reclamar al Gobierno actual claridad y explicaciones. Y además, este mundo no es aquel, la desinformación jugará fuerte en los próximos días y todo esfuerzo de comunicación será poco.

¿Qué hacemos en una Redacción en estas circunstancias? Prepararnos para lo peor confiando en que no haga falta el despliegue informativo que estamos diseñando para cubrir las semanas de tensión que nos esperan. Mañana llega a Ucrania nuestra corresponsal en Moscú, María R. Sahuquillo, para empezar a recibir información desde el terreno.

Te cuento algo más sobre nuestro trabajo esta semana. El titular de portada tan simple de esta noticia ("Scholz y Sánchez exhiben sintonía con matices sobre las reglas fiscales") no fue tan simple en realidad. El nuevo canciller alemán y el presidente español se reunieron el lunes en Madrid en un gesto de complicidad socialdemócrata evidente. Son parte de la misma familia política y se notó. Desde La Moncloa nos contaron que en la reunión estuvieron bastante de acuerdo en la reforma de las reglas fiscales de la UE, muy relajadas por la pandemia y que los países del sur no quieren que vuelvan a endurecerse. Pero en la rueda de prensa posterior no encontrábamos ese "bastante de acuerdo" por ningún lado. Sánchez fue claro reclamando nuevas reglas, Scholz también reivindicando que las antiguas habían sido útiles. Nada más. Encontrar un titular, corto por naturaleza y que incluyera todo, no fue tarea fácil. Esos matices serán la discusión central europea en los próximos meses.

Y no voy a ocultarte que sentimos un poco de vértigo cuando la jefa de Ciencia de El PAÍS, Patricia Fernández de Lis, nos anunció que las superbacterias matan ya más que el sida, la malaria o algunos cánceres. Una noticia muy relevante que provocó un largo debate sobre cómo y dónde colocarla en el periódico para que no pareciera un nuevo capítulo de una serie de terror cuando todavía no hemos despedido la pesadilla de la pandemia.

La sorpresa sentimental de la semana fue el descubrimiento de la hija secreta de Gabriel García Márquez. Un capítulo de su vida privada que contó en EL PAÍS con ternura y respeto el periodista Gustavo Tatis, que lo había desvelado en El Universal, de Cartagena de Indias. Ahí la tienes, buena semana.