Pocos lo reconocen, pero el 20 julio de 2017 tuvo lugar un hecho que marcó un antes y un después. A 140 kilómetros de Barcelona, en Figueras, un juez ordenó desenterrar a Dalí para someter al cadáver a una prueba de paternidad. En cuanto abrieron la lápida, el fantasma del surrealismo lo impregnó todo: atentados, referéndums, porras, golpes, cárceles, fugas, elecciones (Quim Torra, president de la Generalitat), elecciones, más elecciones, sentencias, protestas, ciudades en llamas, pandemias, personas (a priori, normales) acumulando papel higiénico por kilos, mascarillas (ya nadie se acuerda de aquellas pantallas protectoras), vacunódromos…
El domingo 4 de marzo de 2018 tuvo lugar un acto en el corazón de Barcelona que creo que debería marcarse dentro de la nueva era postsurrealista inaugurada tras la exhumación del pintor. El Ayuntamiento de Barcelona retiró aquella mañana la escultura de Antonio López, marqués de Comillas (el profesor de la UPF, Martín Rodrigo y Alharilla, ha publicado en la editorial Ariel el libro Un hombre, mil negocios, sobre la historia López). Estuve allí cubriendo informativamente la bajada de la estatua. Constaté que pasan los años pero mi pavor por las estatuas sigue vigente y empezó una relación persecutoria, de la ciudad, con aquel bloque de piedra hecho figura de esclavista.
No adelantemos acontecimientos. La mañana del 4 de marzo de 2018 se retiró la estatua de López del pedestal donde estaba en la plaza con el mismo nombre (esto cambiará pronto y se rebautizará como plaza Idrissa Diallo, un guineano de 20 años que falleció en el Centro de Internamiento de Extranjeros el 5 de enero de 2012) en la parte baja de Via Laietana. La retirada de la estatua estuvo cargada de simbolismo. Hubo actuaciones, sobre todo, para el público infantil. Unos operarios con una grúa y cuerdas bajaron la escultura y la colocaron sobre un camión mientras todos cataban y bailaban – todavía no sé por qué- detrás del bloque de piedra. Hice de padre enrollado y le dije a mi hija Chloé –que entonces tenía seis años- que me acompañara a trabajar. Quizás era la más cuerda de los que estábamos allí. De hecho, cuando vio el percal, la estatua, los bailes… se giró hacia mí y preguntó: “¿Qué es esto? ¿Por qué estamos aquí?”. Me esforcé en ser didáctico, pero no lo conseguí.
El gobierno municipal de Colau había llegado en 2015 a la alcaldía. Los Comunes habían hecho coalición con el PSC, pero el procés, que añadió más capas de surrealismo a todo, acabó rompiendo aquel tándem electoral a finales de 2017. Colau había prometido en su programa electoral revisar el nomenclátor de la ciudad. En 1884 se erigió la estatua de López, para muchos es la imagen de un empresario sin escrúpulos que amasó su riqueza con el comercio de esclavos. Fueron varias las entidades que durante décadas solicitaron retirar la estatua del esclavista. Otros querían dejarlo todo como esta (para muchos siempre es mejor que no pase nada) y acusaban a los que querían retirar la estatua de juzgar con ojos del siglo XXI acciones del XIX. Fuese como fuese, la piedra hecha señor con barba fue subida a un camión y marchó mientras decenas de personas bailaban y Chloé pensaba que su padre la había llevado un acto propio de secta que espera la llegada de ovnis para abandonar este miserable mundo.
La estatua se fue (se la llevaron). El nombre de la plaza todavía no se ha cambiado y el pedestal sigue allí huérfano de estatua. Es una peana inquietante aunque luego todavía se complicó todo un poquito más.
Los Bomberos revisaron las piezas, vieron que estaban bien sujetas (¿cómo es posible que nadie viera que las colocaban?) y el Consistorio -en una nueva decisión de la era postsurrealista- estuvo de acuerdo en dejar allí osito y el niño rojo un tiempo. El sábado 19 de febrero el volumen rojo chillón desapareció. ¿Por qué? El Ayuntamiento lo retiró al considerar que la expresión de la protesta era “efímera”. ¿Dónde está? Una portavoz del Consistorio aseguró que se encuentra en un “almacén municipal hasta que el autor se haga cargo de ella”. Todo apunta a que la obra rojo intenso ha ido a parar al mismo lugar donde se encuentra Antonio López en unos almacenes de la Zona Franca donde el Museo de Historia de Barcelona (MUHBA) clasifica y conserva objetos.
Sé dónde se encuentra Antonio López. Me topé con él en una visita –siempre de trabajo- a los almacenes. Los operarios le reservaron un lugar destacado: En el párking. A punto estuve de tener que sacar la carpetilla de la guantera de mi coche y rellenar un parte amistoso. Un vigilante me dijo que aparcará al fondo. Giré y casi estampo mi Skoda Fabia contra el esclavista. Seguía igual. Miraba al horizonte. Ya no miraba la plaza de Correos. Ahora su mirada de piedra se dirigía a coches, navesy amasijos de hierros. Dicen que junto a él está, cubierta por una lona, se encuentra la estatua franquista La Victoria levantando el brazo, como pidiendo un taxi.
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