Esto último es lo que intentaba aplicar el insigne entrenador serbio Rádomir Ántic (1948-2020), aficionado al ajedrez, sobre quien escribí un libro (Jaque a la Liga, Plaza y Janés, 1996) cuando su equipo, el Atlético de Madrid, ganó la Liga y la Copa en la temporada 95-96. Entre otras estrategias revolucionarias entonces, Ántic practicó el “achique de espacios”: sus defensas se ubicaban en la mitad del campo, ejerciendo una presión muy molesta. El punto débil es que detrás de la defensa se crea mucho espacio sin cubrir; por tanto, un pase en profundidad de los jugadores rivales a la espalda de esos defensas puede ser mortal si lo recoge un delantero muy veloz. Para prevenirlo, Ántic invirtió muchas horas en que su portero, Molina, jugase muy bien con los pies y se situara justo detrás de sus defensas, muy alejado de la portería.
Hoy, con la sofisticación del material de los balones y la mejora en la preparación física de los futbolistas, la idea de Ántic sería muy arriesgada porque un rival podría disparar con precisión a la portería desde el centro del campo. En consecuencia, Flick hace lo mismo que Ántic en cuanto a la ubicación de sus defensas pero, en lugar de arriesgar tanto con el portero, los ha entrenado para que rocen la perfección en su alineación horizontal, de modo que los delanteros rivales caigan una y otra vez en el fuera de juego. En el Clásico Real Madrid – Barça del sábado, él árbitro pitó doce de esas faltas en contra de los merengues, desquiciados por la presión constante sobre sus espacios, e incapaces por tanto de aplicar la estrategia hipermoderna.
Entre lo mucho que aprendí en Pachuca destaco también la ponencia del cubano Guillermo Isidrón, médico de la selección cubana durante muchos años y emigrado ahora en México por la muy penosa situación en la isla caribeña. Habló sobre la alimentación y la preparación física de los ajedrecistas, sobre lo que tengo pensado escribir durante el Mundial de Singapur, desde el 25 de noviembre. Isidrón advierte: “Seguir mis consejos, sin más, no va a convertir a nadie en gran maestro ni en campeón del mundo. Pero es cierto que, a partir de un cierto nivel técnico, una buena preparación física, alimentarse bien y dormir adecuadamente pueden marcar la diferencia entre victoria y derrota”.
No crean ustedes que me he olvidado de un reportaje que les insinué hace una semana: el test de Turing aplicado al ajedrez, que se ha experimentado durante el Mundial de Computadoras de Santiago de Compostela. Un jurado compuesto por ajedrecistas gallegos de alto nivel, a quienes se envió la transcripción escrita de partidas disputadas entre un humano y una máquina, tenía que determinar quién había jugado con blancas y con negras. Lo que me han avanzado esta mañana –a la espera de que me faciliten más detalles– será asombroso para muchos aficionados: en más de la mitad de 120 partidas, el jurado estimó que el jugador era humano cuando, en realidad, era una máquina; hace sólo 20 años, cualquier aficionado con cierta experiencia acertaba casi el 100% de los casos.
Termino de escribir esto el miércoles por la tarde, mientras vuelo a Santa Cruz de Tenerife para un debate mañana ante el público, organizado por la Fundación Caja Canarias, con una de las cabezas mejor amuebladas que he conocido, José Antonio Marina. A sus 85 años sigue siendo tan brillante o más que cuando lo conocí. Es una fuente de gran sabiduría de la que espero aprender mucho, y contárselo a ustedes, por supuesto. Lo haré el jueves próximo desde Perú, otro país fascinante para ampliar conocimientos.
Fe de errores.- En el boletín anterior (jueves, 24 de octubre), titulado Ajedrez y violencia, en doble sentido, un error mío motivó que el pie de la foto de apertura dijera que el retratado era Christopher Yoo cuando en realidad se trataba de Roy Robson. Pido disculpas.
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