“¿Sabe lo que significa estar cerca de una central eléctrica? Estar cerca de un problema”. Tiger B. tiene 41 años, pero aparenta 60. Toda su vida ha trabajado como soldador en la central térmica Duvha Power Station, cerca de Emalahleni. Un nombre apropiado para una ciudad minera. En lengua nguni, significa “el sitio del carbón”.

Su vida y la de su familia están en simbiosis con el ritmo de esta central de 3.600 megavatios. El propietario de la planta es Eskom, la empresa pública nacional de electricidad, y, desde hace años, la mayor de Sudáfrica. La mina de carbón alimenta la producción de energía y una tóxica niebla negra cubre el pueblo y los pulmones de Tiger, obstruidos por la mucosidad y el polvo. “¿Ve los cables de alto voltaje y las conducciones de agua? Son para la central.

En cambio, en el pueblo no tenemos ni electricidad, ni agua. Para enfriar las turbinas que generan la energía que se vende a Suazilandia y Mozambique se emplean cientos de miles de litros por minuto. Nosotros vivimos en la oscuridad y nos dan tres litros y medio de agua al día, que transportamos en un tanque”. En el asentamiento improvisado, casi 5.000 personas viven amontonadas al lado de un muro de carbón y un pozo de agua negra, esperando cada semana a que llenen la pequeña cisterna de la comunidad. “A menudo hay peleas feroces entre la gente por unos pocos litros más”, cuenta Lucky (que prefiere no utilizar su nombre completo por miedo a las represalias), mientras le da un cigarrillo sucio a Tiger. “El carbón nos está robando el derecho al aire y al agua”.



Sudáfrica y el agua

El país de Nelson Mandela y del parque nacional Kruger, la última reserva de leones y rinocerontes, se ha convertido en los últimos años en uno de los menos sostenibles del continente africano. El principal culpable es la industria minera, que representa alrededor del 8,3% del producto interior bruto nacional. Sudáfrica explota cada año ocho millones de quilates de diamantes y posee más del 80% del platino y el 12% del oro del mundo.

Ambos metales se extraen de minas gigantescas, la mayor de las cuales tiene más de 3.900 metros de profundidad. Pero el trono de las materias primas de mayor impacto que “da” la tierra lo ocupa el carbón. Es el principal responsable del calentamiento global (Sudáfrica ocupa el 13º puesto en emisiones de dióxido de carbono) y del consumo de agua, ya que emplea alrededor del 10% del total del país.

Sudáfrica posee el 3,5% de las reservas mundiales de carbón, pero aporta más del 6% de las exportaciones. El carbón restante alimenta el 81% de la producción de energía eléctrica, controlada casi en su totalidad por la empresa pública Eksom.




El carbón tienen un coste altísimo en agua. Por cada tonelada extraída se necesitan más de 10.000 litros. Las grandes centrales eléctricas, como la de Kusile, que se inaugurará este año cerca de Maheleni, utiliza 71 millones de litros al día. En la central de Duvha, donde viven Tiger y Lucky, el consumo es similar.



“Sudáfrica es un país seco, con solo 490 milímetros de precipitaciones anuales. La escasez de agua para uso doméstico es característica del país. Sin embargo, la economía está organizada como si hubiese muchísima”, explica Stepehn Law, director de Environmental Monitoring Group, un grupo de analistas medioambientales con sede en Ciudad del Cabo. “El 75% de los recursos ya está totalmente contratado y no queda nada para el uso diario. Según nuestras previsiones, en 2030 el país tendrá un déficit hídrico del 17%. Esto quiere decir que mucha gente se quedará sin agua, especialmente los más pobres. ¿Qué sentido tiene todo este carbón?”.


“La batalla por el agua es una batalla por los derechos”, afirma Kumi Naidoo, exdirector de Greenpeace y, en la actualidad, ecologista militante en el país. “La lógica del Gobierno de Jacob Zuma es que el carbón crea empleo y desarrollo económico. En realidad, ningún minero quiere que su hijo haga ese trabajo. Y nadie quiere que le quiten el aire limpio y el agua potable. Sudáfrica puede crear nuevos empleos en las energías renovables, como la solar y la eólica”.


De momento, el carbón es el rey. Según datos de la Cámara de Minas, la organización de fomento de las empresas mineras, el valor del sector se eleva a 22.000 millones de dólares. La familia del presidente Zuma –su hijo Duduzane– participa en el negocio. “Nadie en Pretoria hará nada para detener el carbón. Los intereses son demasiado grandes y todos están involucrados”, añade Naidoo.


Presionadas por la ciudadanía y los ecologistas, algunas empresas mineras, como Anglo-American y Exxaro, han empezado a aplicar políticas de sostenibilidad para reducir el consumo de agua que se emplea para suprimir el polvo y minimizar el impacto ambiental de las minas al final de su ciclo de vida. Incluso Eskom, líder en la producción de energía eléctrica, que controla el 95% del mercado, está intentado reducir su impacto hídrico.

Galería fotográfica

  • Witbank. Una de las 22 minas de carbón que hay en la provincia de Mpumalanga.

  • Witbank. En uno de los numerosos poblados de Witbank, Chinue (22 años) con su tercer hijo, de cuatro meses. Desde que nació, la joven ha vivido en una vivienda de chapa metálica. Su casa se encuentra en las cercanías de una mina de carbón. Chinue sufre de asma desde hace más de siete años. Igual que las demás viviendas del asentamiento, su casa no tiene agua ni electricidad.

  • Witbank. Vista aérea de la central eléctrica de Dhuva, la segunda más grande de África, propiedad de Eskom. La empresa es la suministradora pública de electricidad en Sudáfrica. Fue fundada en 1923 por el Gobierno de la Unión Sudafricana en cumplimiento de la Ley de Electricidad, con el nombre de Comisión para el Suministro de Electricidad (ESC, por sus siglas en inglés).

  • Witbank. Dentro de una mina de carbón. Un niño ayuda a su madre a extraer carbón de la mina.

  • En uno de los numerosos asentamientos de Witbank próximos a una mina de carbón agotada, dos jóvenes intentan cultivar verduras en el jardín de su vivienda. Cada año hacen lo posible por arar la tierra, pero apenas consiguen que las verduras crezcan. La falta de agua y el fino polvo del carbón hacen que sea difícil cultivar el huerto.

  • Witbank. En la zona de una mina de carbón próxima a la central eléctrica de Duvha, un hombre señala la línea que separa la mina a cielo abierto del asentamiento habitado mayoritariamente por trabajadores de la central.

  • Trabajadores de la central de Duvha durante el descanso para comer. La mayoría de los hombres de la zona de Witbank trabaja en la central eléctrica, casi siempre con contrato temporal.

  • Una mina de carbón a la entrada de Midbank.

  • Witbank. Dentro de una mina de carbón, una mujer recoge el mineral que llevará a su familia para utilizarlo para cocinar. Como no tienen electricidad, el carbón es el único material que pueden usar en la cocina.

  • Witbank. En el poblado donde vive Willonah Noudo Kubeka, de 33 años, con su madre Agnes. Debido a la contaminación del agua y del aire, Willonah sufre de insuficiencia renal. Dos veces a la semana tiene que someterse a diálisis para tener a raya la enfermedad.

  • En la carretera a Witbank. Un tren de carbón procedente de Pretoria se dirige a Witbank. Cuando llegue a su destino, la carga se enviará a la central eléctrica de Duvha.

  • Witbank. Planta de transformación del carbón. En la provincia de Mpumalanga, a la que pertenece Witbank, hay 12 centrales activas que producen electricidad a partir del carbón fósil.

  • Midbank. Una mujer examina lo que ha cultivado en su pequeño jardín. Al fondo, una de las numerosas minas de carbón activas que hay en el territorio de la ciudad de Midbank.

  • Witbank. En casa de Zola. Zola abraza a su hijo menor, de cuatro meses. Detrás, una llamativa grieta causada por la utilización de explosivos en la vecina mina de carbón. Para extraer el carbón de la tierra se emplean explosivos. La fuerza del impacto provoca pequeños desplazamientos del terreno que originan grietas en las casas del poblado.



Según Khulu Phasiwe, portavoz de Eskom, la empresa ha rebajado su consumo de agua prácticamente a la mitad, pasando de 2,85 l/kWh en 1980 a 1,44 en 2015. “Es importante señalar que Medupi, de manera similar a la cercana Matimba, su central hermana, emplea un sistema de refrigeración en seco, lo que significa que utiliza el aire para enfriar, y que, en consecuencia, necesita menos agua en el proceso. La elección de esta tecnología para Matimba y Medupi ha tenido que ver en gran medida con la escasez de agua en la zona. Ambas centrales utilizan un sistema de enfriamiento de circuito cerrado parecido al de radiador y ventilador que se usa en los vehículos a motor.

El consumo de agua ronda los 0,1 litros por kilovatio hora producido frente a los alrededor 1,9 litros de media de las centrales de refrigeración húmeda”, explica Phasiwe por correo electrónico. También se presta atención al abastecimiento de agua. Para que la región de Waterberg, donde se encuentra la central Medupi, lo tenga asegurado, Eskom construirá una conducción desde el río Cocodrilo en Thabizimbi. En el área de captación de este río hay un exceso de caudal debido al gran volumen de aguas residuales tratadas procedentes de las depuradoras de Guateng.


“Esas operaciones son solo un lavado de cara”, objeta Dean Muruve, director de programas del Área de Fuentes de Agua de WWF Sudáfrica, en su despacho de Johannesburgo. “Cuando llegue una verdadera crisis hídrica resultará que, además, tendremos que enfrentarnos a una crisis energética porque habrá que apagar las megacentrales. El carbón debería quedarse en la tierra y deberíamos dar preferencia al uso de las energías renovables”.





Poca y de mala calidad



En Coronation y Driewater, dos suburbios de las afueras de Emalahleni, el paisaje es digno de un relato de Dickens. Montañas de carbón, barrios miserables sumergidos en la neblina negra de los vehículos pesados utilizados para la extracción, un fino polvo negro y rocas cubiertas por una costra blanca formada por el drenaje ácido de las minas. El humo se eleva incluso desde el subsuelo, donde el carbón de una antigua mina abandonada arde lentamente por combustión espontánea. El olor a azufre impregna las cabañas que se apiñan en torno a las humeantes montañas de mineral. El agua disponible es escasa y, a menudo, imbebible. En las cercanías hay 22 minas, muchas de ellas ya agotadas. A nadie se le ocurriría pensar que este lugar es saludable.


Willonah Noudo Kubeka, de 33 años, tiene que someterse a diálisis porque padece disfunción renal. “Ya nunca bebo agua. Solo zumos. Aquí no es seguro que el agua sea potable”. Willonah es una de los muchos habitantes con problemas de salud relacionados con la industria minera y la contaminación del agua. En algunas zonas su toxicidad supera todos los niveles recomendados. “Hemos medido el pH del agua descargada de la mina”, explica Rudolph Sambo, un joven activista de Emalahleni que se dedica a concienciar a los mineros de los riesgos para la salud relacionados con el agua.

El resultado es que es altamente ácida, con un pH inferior al 2.2. “No se puede beber, no se puede usar para regar, ni para lavarse. Quien lo haga corre el riesgo de contraer enfermedades de la piel, los riñones o el hígado”. No hay datos médicos. En los hospitales de Emalahleni, los médicos entrevistados hablan de enfermedades, pero prefieren no dar cifras. Aunque el autor de este artículo solicitó varias veces datos al Departamento de Salud del distrito de Nkangala, hasta el momento no ha recibido respuesta.


Galería fotográfica

  • Mabola, cerca de Wakkerstrom. Tusajigwe, de 17 años, lava los platos para comer. Las familias de esta zona serán desplazadas de sus viviendas debido a que, en breve, se abrirá una nueva mina para la extracción de carbón. WWF intenta impedir su apertura.

  • Mabola, cerca de Wakkerstrom. Vacas pastando en un terreno contaminado. Esta es una de las zonas en las que se van a instalar nuevas minas de carbón.

  • Mabola, cerca de Wakkerstrom. Fuera de la vivienda de una de las pocas familias que todavía viven en la zona, los niños juegan a pillapilla. La zona de Wakkerstrom es una de las próximas áreas destinadas a la extracción de carbón. Todas las familias que viven aquí serán desplazadas a zonas todavía por determinar.

  • Mabola, cerca de Wakkerstrom. Tusajigwe, acompañada de su madre, vierte agua para cocinar en una olla. En la zona solo hay un punto de agua. Las casas no tienen agua corriente.

  • En un poblado cerca de la central de Duvha. Una cisterna para agua potable a disposición de los habitantes del asentamiento. El depósito se rellena una vez a la semana y proporciona alrededor de un litro y medio semanal por persona.

  • En uno de los centros comerciales próximos a Witbank, construidos con los beneficios de las inversiones en el carbón. A falta de agua potable, la única manera que tienen los habitantes de conseguirla es comprarla en los supermercados. Sin embargo, no todo el mundo puede permitírsela.

  • Escorrentía procedente de la planta pública de procesado. El agua altamente tóxica contamina los acuíferos de agua potable de la zona, lo cual hace que esta sea prácticamente inexistente.

  • En uno de los centros comerciales próximos a Witbank, construidos con los beneficios de las inversiones en el carbón. Dos mujeres estudian las ofertas del momento. Los centros comerciales son las únicas zonas de recreo para los habitantes de Witbank, una auténtica ciudad industrial.

  • Vista aérea de la nueva central en construcción no muy alejada de la segunda central eléctrica más grande de África.

  • Beauford Oeste. En el corazón del Karoo. Uno de los próximos proyectos del Gobierno para la zona es la extracción de uranio. Bill Steenkamp camina por el lecho de una laguna, totalmente seco a consecuencia del cambio climático. En las décadas de 1980 y 1990 era una piscina natural donde pasaban el tiempo los jóvenes de Beauford Oeste.

  • Witbank. Dentro de una mina. Una pala excavadora remueve el terreno para extraer el carbón.



“Sobre el papel, en Sudáfrica tenemos una buena normativa. El problema es que la aplicación es inexistente. Varias plantas de tratamiento la incumplen total o parcialmente. Muchas empresas mineras, en particular las pequeñas, extraen sin que haya ningún control sobre el agua”, señala Stephen Law mientras saca papeles y documentos. “Basta con fijarse en el drenaje ácido de las minas, que se está convirtiendo en algo cada vez más corriente y problemático”.

La intensa actividad minera ha hecho que, en África, numerosos minerales y metales que reaccionan con el agua lleguen a ella, contaminándola y volviéndola corrosiva. Las repercusiones para el medio acuático, el agua potable y las infraestructuras son devastadoras. “El problema”, prosigue Law, “es que, cuanta más agua se emplea para la extracción, menos posibilidades hay de que los metales pesados se diluyan, por no hablar de la pieza que cierra el círculo: más carbón significa más emisiones, lo cual, a su vez, significa un fuerte impacto sobre el clima y menos precipitaciones. Sobre Sudáfrica se está formando una tormenta perfecta”.





Asalto al medioambiente



Tanto las multinacionales como las empresas mineras locales parecen poco interesadas en los problemas del agua. Animadas por la actitud permisiva del Gobierno, están presionando para que la explotación se amplíe a zonas inexploradas, en especial en la región de Limpopo. Es el caso de Waterberg Project, con 8.000 hectáreas de extracción de platino, o de Makhado, una nueva mina de 5,5 millones de toneladas de carbón explotada por Coal of Africa.

Una de las zonas menos conocidas por los medios de comunicación y por los inversores es la región sur de Mpumalanga, en la frontera con el estado de Kwalazulu-Natal. Según documentos obtenidos por el autor de este reportaje, Atha Africa Ventures, que pertenece al grupo indio Atha, ha presentado una solicitud al Ministerio de Recursos Mineros para construir una mina en pleno corazón del área protegida de Mabola.

No se trata ni mucho menos de un desierto listo para su explotación. Mabola es una zona húmeda fundamental situada en la confluencia de tres cuencas fluviales –la del río Vaal, la del Tugela y la del Pongola– e integrada en un sistema de lugares protegidos de gran importancia estratégica. Su territorio abarca el 8% de la superficie del país, pero recoge el 50% de las precipitaciones.


Oubaas Malan, un hombre de 66 años con las piernas blancas y delgadas cubiertas por un pantalón corto de color caqui, está apoyado en su camioneta Toyota. Vigila a distancia a sus 3.000 ovejas que pastan en el valle, verde gracias a las lluvias de diciembre. El aire es fresco y las colinas tienen aroma de clorofila. Un todoterreno cargado de turistas armados con prismáticos y teleobjetivos profesionales de 700 milímetros avanza despacio por la pista de tierra con la esperanza de divisar algunas aves exóticas como la grulla del paraíso, la alondra de Rudd o el poco frecuente ibis eremita. Un grupo de chicos camina descalzo por los pastos sobre la tierra humedecida por la lluvia de la última noche.


“La mina se construirá exactamente aquí”, dice señalando el valle, “y yo tendré que marcharme. El agua para las vacas correrá peligro. Tengo un amigo que tiene vacas cerca de una mina y todas se han puesto enfermas”, cuenta Oubaas en un inglés marcado por un fuerte acento afrikáans.




La población local se opone al proyecto. En caso de accidente o de drenaje ácido de la mina, afectaría no solo al valle, sino a toda la zona, ya que la explotación se situará en el punto más alto de la triple cuenca fluvial.

“La mina amenaza con destruir la región”, advierte Andrea Weiss, de WWF Sudáfrica. “Afectaría no solo a la biodiversidad, sino también al turismo local de Wakkerstroom, que se centra en gran medida en los viajes ecosostenibles y en la observación de aves”.


Estas son algunas de las razones por las que los ecologistas están en pie de guerra. “Esta zona está protegida. Ha sido clasificada por el Instituto Nacional de Biodiversidad como uno de los 21 recursos hídricos estratégicos”, explica Melissa Fourie, directora ejecutiva de CER, el Centro de Derechos Ambientales de Johannesburgo. “No podemos permitir que Atha gane esta batalla legal.

Parar la mina de Mabola no significa ser hostil a la producción de carbón, pero, como explica Andrea Weiss, sí “desviar el apetito de las empresas mineras hacia zonas menos vulnerables y menos decisivas para la seguridad hídrica. Además, el país debería poner en marcha una estrategia coordinada para evitar el impacto nocivo del drenaje ácido y la contaminación de los recursos de uso agrícola y humano”. Se espera que el veredicto sobre Mabola se emita este verano.




Nueva energía, nuevas crisis del agua


Si la batalla del carbón parece destinada a ser un conflicto de larga duración, dos nuevos desafíos están surgiendo para complicar todavía más el enfrentamiento entre seguridad hídrica y desarrollo energético nacional. La zona afectada es el sur de Karoo, una región desértica situada en el corazón del país, lejos de las provincias mineras.

Según los prospectores, bajo las rocas abrasadas por el sol de Karoo hay grandes yacimientos de uranio, fundamentales para apoyar el renovado y polémico programa nuclear sudafricano. También hay importantes recursos de gas de esquisto, un gas natural no convencional que se extrae mediante el fracking, la fracturación de la roca del subsuelo utilizando agua y agentes químicos a alta presión. Según el grupo de expertos Transnational Institute, la fracturación hidráulica se considera “un sistema que pone en peligro a la comunidad y causa un preocupante desvío del uso del agua a favor de las empresas mineras”.


Por ahora, una campaña ecologista iniciada en 2011 y explicada en el documental Unearthed, de Jolynn Mynnaar, ha detenido temporalmente el desarrollo de la explotación del gas de esquisto. No obstante, la exploración orientada a la energía nuclear y a la minería del uranio se mantiene. Está previsto que el Gobierno, junto con la empresa rusa Risatom, invierta más de 70.000 millones en construir una nueva central nuclear, hija de un acuerdo entre el presidente ruso Vladímir Putin y su homólogo sudafricano, Jacob Zuma. El proyecto ha animado a las compañías mineras a presentar reclamaciones relacionadas con la minería del uranio, incluido el sur de Karoo.


“Es una locura”, denuncia Bill Stennkamp mientras aparca en un valle desértico inmediatamente a las afueras de Beaufort West, en pleno corazón de Karoo. La temperatura alcanza los 37 grados y el calor difumina el horizonte alterando la trayectoria de la luz. “En Karoo no hay agua. Puede verlo con sus propios ojos. Para extraer el uranio, la traerán en tren desde la costa y aprovecharán hasta la última gota de la que hay ahora. Las empresas interesadas ya han hecho cuentas. La población de la región utiliza 7.000 millones de litros de agua al año. Solamente las operaciones relacionadas con el uranio requerirían 14.000 millones de litros.

Puede que el agua llegue desde la costa, pero ¿qué pasará si las pocas reservas que tenemos aquí se contaminan con elementos radiactivos?”. El cambio climático ya ha dejado su huella. Estas últimas temporadas las precipitaciones han sido peligrosamente escasas y durante años muchas cuencas alrededor de Beaufort West, uno de los principales centros urbanos del sur de Karoo, han permanecido secas.


En Beaufort West el paro supera el 40%. Para mucha gente, el nuevo auge de la minería podría representar una oportunidad de salir de la pobreza. “Deberían invertir en energía solar y eólica. Aquí abundan el sol y el viento”, dice Bill levantando el polvo con el zapato para que se vea la brisa del norte. “Lo importante es que dejen de excavar en este pobre país”.


TEXTO:   Emanuele Bompan

FOTOGRAFIA:   Fausto Podavini

VIDEOS y INVESTIGATION:   Marirosa Iannelli

MAPAS:   Riccardo Pravettoni

GRAFICOS:   Federica Fragapane

PAGINA WEB:   Gianluca Cecere


AGRADECIMIENTOS:


POR SU APOYO


POR LA COLABORACIÓN

Marirosa Iannelli, Universidad de Génova


Traducción al español

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