La nueva guerra del Wolframio
Capítulo 3
El wolframio o tungsteno es uno de los materiales que mejor aguantan el calor. Tiene el punto de fusión más alto de los metales: 3.400ºC. Además, es durísimo: solo el diamante es más duro. Durante la Segunda Guerra Mundial, en España se libró una gran batalla -económica, política y diplomática- en torno al wolframio, escaso en el planeta pero presente en la Península. La Alemania nazi trataba de asegurar el suministro de este material, con el que reforzaba sus proyectiles antitanque, mientras los aliados intentaban impedirlo por todos los medios.
Uno de los principales núcleos de producción estaba en la zona de Barruecopardo, en la provincia de Salamanca, que vivió entonces “unos años de alta fiebre económica”. Mientras en la ciudad de Salamanca mercadeaban productores y compradores, aliados o del Eje, “las pequeñas, humildes tabernas de Barruecopardo, tuvieron apenas unos meses el ambiente animado del ‘saloom’ de películas del Oeste”, escribió el periodista Enrique de Sena. “En pajares, corrales, tenadas surgieron algunos bares. Despacharon mucha cerveza, infinidad de latas de anchoas y mejillones y los primeros ‘platos combinados’ que se conocieron en las tierras salmantinas como ‘refrigerio’ de urgencia, botellas de güisqui. Corría el dinero, se jugaba a los naipes, se fumaba ‘americano’ y los magnates tenían en algunas casas alquiladas sus oficinas de contabilidad. Tantos kilos compro, tantos kilos pago”.
La fiebre pasó, pero una de aquellas explotaciones aguantó abierta hasta principios de los años ochenta. “Se marchó mucha gente. Había que marcharse, aquí no había vida. Algunos para Bilbao, otros para Madrid, Barcelona… Los que se quedaron se dedicaron al ganado, con ovejas, vacas, y, bueno, han tirado para adelante”. Rafael Patino (77 años) ha dado muchas vueltas en su vida, que le han llevado a Bilbao, a Francia, pero nunca se desvinculó de su pueblo, de la mina donde se crio: su padre trabajaba allí y él empezó a hacer lo mismo a los 14 años.
Junto a las ruinas de las casas que hace muchos años alojaron a los mineros, Patino va contando, a veces de forma desordenada, como suelen llegar los recuerdos, la historia del wolframio en Barruecopardo: cuando la empresa repartía un terreno a cada familia para que lo explotase, “a pico y pala”, y luego les pagaban cada cargamento al peso; cuando llegaron las grúas y la locomotora de gasoil que él manejaba con 16 años; cuando se llenaban todas las casas del pueblo “y hasta los corrales” para que durmieran los trabajadores que llegaban en burro o en bicicleta de los municipios de los alrededores; de los molinos y la machacadora gigante que la empresa le compró a Iberdrola “cuando hizo la presa de Saucelle [a siete kilómetros al sur de Barruecopardo] en los años cincuenta”.
Una historia que duró casi 80 años y que ahora vuelve a empezar. La mina se reabrirá en los próximos meses de la mano de la empresa Saloro, filial de la irlandesa Ormonde Mining. El proyecto ya tiene permisos para sacar de allí a partir del año que viene, calculan, unas 16.500 toneladas de mineral que tardarán en extraer nueve años.
Porque el wolframio vuelve a ser estratégico, al menos en el Viejo Continente. Al menos, eso dice la Comisión Europea, que ha incluido este metal en el listado de materias primas críticas, esto es, aquellas con una alta importancia económica para la UE y, a la vez, alto riesgo de falta de suministro. El wolframio se utiliza hoy en día en la construcción de teléfonos móviles, placas de circuitos, instrumental odontológico, fuentes de luz, maquinaria pesada, plantas de producción de energía, coches, aviones y trenes…
Como ocurría a primeros de los años cuarenta, el juego de la geopolítica y de los intereses económicos encontrados mueve todo el asunto, aunque esta vez, por suerte, la contienda es política y legal, con la Organización Mundial del Comercio (OMC) como árbitro. De un lado, están la Unión Europea, Estados Unidos y Japón; del otro China, país del que procede aproximadamente el 85% del tungsteno que se produce en todo el mundo. En 2010, el país asiático impuso restricciones al comercio de este mineral. La UE, EEUU y Japón denunciaron ante la Organización Mundial del Comercio, que les dio la razón en dos ocasiones. Por fin, China ha retirado a principios de 2015 las cuotas. Pero a las potencias occidentales no se les ha quitado el susto de encima.
El mismo camino han seguido desde 2010 las exportaciones chinas de molibdeno (mineral utilizado en la industria metalúrgica para hacer aleaciones más fuertes y resistentes al calor) y las tierras raras, nombre bajo el que se agrupan 17 elementos químicos metálicos usados en la elaboración de productos de alta tecnología como ordenadores, cámaras, televisiones… Por ejemplo, los imanes que hacen vibrar los altavoces que producen el sonido de un iPhone se fabrican con uno de esos 17 elementos.
Las tierras raras y el wolframio están dentro del listado de materias primas críticas de la UE, junto otras 18 como el cromo (utilizado para aleaciones de acero inoxidable y pintura), el cobalto (utilizado en la industria, pero también fabricar la mayor parte de las prótesis ortopédicas junto al titanio y al acero inoxidable) o el grafito (el clásico elemento de los lapiceros, también de las baterías de los coches eléctricos, por ejemplo).
La Comisión calcula que unos 30 millones de empleos de la industria europea dependen del acceso a las materias primas, por eso lanzaron en 2008 una estrategia para reducir la dependencia. Ese listado de los materiales más críticos es solo una pata del plan (para conocer exactamente las necesidades); las otras dos son el reciclaje de materiales usados (entre el 30% y el 40% de la demanda de cobre y zinc se cubre ya con materiales reutilizados) y la minería. Se trata de impulsar la explotación de unos recursos escondidos aún en las tripas del continente y que valen miles de millones de euros.
La necesidad es evidente, para asegurar una cierta cantidad de suministro interno y, sobre todo, para diversificar las fuentes de extracción de los minerales para evitar situaciones como la que se ha vivido con China.
En Dartmoor, Inglaterra, por ejemplo, empezó a operar el año pasado una mina de wolframio, la primera nueva explotación metálica que se abre en las islas británicas en décadas, según The Guardian. Con los países nórdicos a la cabeza, en Europa se han abierto desde 2004 al menos 13 minas metálicas nuevas de cobre, oro, níquel, zinc, wolframio o plomo, según el recuento presentado recientemente por Corina Hebestreit, directora de la asociación Euromines, que agrupa a numerosas empresas del sector y ejerce de lobby en Bruselas.
Pero las dificultades también son importantes, admite Daniel Calleja, director general de Mercado Interior e Industria de la Comisión Europea. Para empezar, no es fácil fijar una estrategia común y cubrir las necesidades de forma complementaria entre países (otro objetivo del plan), pues al final son las empresas las que apuestan (o no) por el negocio, por mucho que las Administraciones pongan de su parte. Además, la iniciativa de materias primas, dice en uno de sus documentos que el desarrollo de la industria extractiva, “se ve obstaculizado por un marco regulatorio fuerte y la competencia con otros usos de la tierra”.
La mala imagen del sector, vinculada para muchos a la contaminación, y no pocas veces a conflictos judiciales, tampoco juega a favor.
“Es clave mejorar la percepción de la sociedad”, dice Calleja. “Hay que mostrar a la gente que es un sector con futuro; que la minería del siglo XXI no tiene nada que ver con la del XX. Y que no es incompatible con la protección del medio ambiente”.
Sin embargo, por mucho que se insista en que todo se puede compatibilizar, son evidentes las tensiones que existen entre la legislación medioambiental europea –con la Normativa Marco del Agua, por ejemplo- y la de las materias primas. “Es muy probable que las leyes y restricciones ambientales se estén debilitando en favor de un acceso fácil y rápido a las zonas mineras. Me temo que los aspectos ambientales se mantendrán muy por detrás de los intereses comerciales de las empresas involucradas”, opina el experto alemán en energía Werner Zittel, de la Fundación Ludwig Boelkow. Y añade: “En qué medida los políticos favorecerán los aspectos ambientales dependerá sobre todo de la presión pública”.
Una presión que también puede hacer que las empresas se lo piensen dos veces. Así ocurrió hace unos meses con un proyecto de mina de oro en Asturias. O hace dos años en la sierra de Galiñeiro, donde la empresa sudafricana Umbono quería investigar la posibilidad de sacar tierras raras entre los términos municipales de Mos y Porriño, en Pontevedra.
Ahora, otra empresa, Quantum Minería, está a punto de pedir el permiso de explotación para otro yacimiento de estos extraños minerales en Matamulas, Ciudad Real. Entre los pueblos de Torrenueva y Torre de Juan Abad, en el campo de Montiel, este proyecto es modesto por tamaño (unas 20.000 toneladas de óxidos más otras 10.000 probables), pero destaca por la calidad y por su alto contenido en neodimio, praseodimio y europio, que son tres de los más codiciados elementos. Si sale adelante, será la única mina activa de tierras raras en Europa.
En Barruecopardo, si hay polémica al respecto de la mina, está muy escondida bajo el deseo de buena parte de los lugareños de que se vuelva a abrir. El Ayuntamiento, desde luego, ha empujado y sigue empujando a favor, cuenta el exminero Rafael Patino, que además fue concejal en la pasada legislatura. Cuenta su historia mientras pasea alrededor de la antigua corta minera, hoy cubierta en buena parte por el agua de la lluvia y las filtraciones subterráneas. Lleva un buen rato buscando alguna piedra de cuarzo con ‘scheelita’ incrustada para poder enseñársela a los visitantes. Este es un mineral del que se extrae el tungsteno (se llama así en honor de su descubridor, K. W. Scheele); el wolframio puro se acabó en aquella mina hace muchas décadas. Por fin, ya de camino al coche, lo encuentra: “Veis, esto es scheelita. Cogedla. Cogedla y comparad con esta otra, que es más grande, pero pesa menos. Claro, es por la scheelita, aunque sea un trozo tan pequeño... Yo que ando siempre por aquí buscando y mira tú qué chiripa”.