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Quedada de chicas para jugar con sus bebés ‘reborn’

Grupos de mujeres amantes de los muñecos hiperrealistas organizan encuentros en el centro de Madrid para reivindicar el deseo de jugar y divertirse en la edad adulta

Las mujeres juegan con sus bebés reborn durante la quedada en un hotel del centro de Madrid.
Las mujeres juegan con sus bebés reborn durante la quedada en un hotel del centro de Madrid.DAVID EXPÓSITO

Montse Vela acaricia con la ternura del primer día a su bebé de 38 años. Con el dedo índice roza la frente, las mejillas, trazando líneas aleatorias por toda la cara hasta bajar por la barriga y terminar en las manos diminutas que abraza con el meñique. La niña, de nombre Alondra, esboza una media sonrisa, y sin parpadear ni inmutarse mira fijamente a Montse mientras esta peina su pelo rubio al tiempo que le espeta:

—¡Eres una creída!

La mujer, de 60 años, aguarda junto a Alondra a la sombra de un árbol frente a la Puerta de Alcalá, donde ha quedado con algunas amigas más para jugar el sábado por la tarde con sus bebés reborn, unos muñecos hiperrealistas de silicona o vinilo que imitan la apariencia de un bebé real. A su alrededor, decenas de padres y madres con hijos entran y salen del parque del Retiro tratando de lidiar con los lloros que emanan de las maxicosi. Sin embargo, tanto Montse como el resto de mujeres que se van uniendo a la quedada, no escuchan ningún gemido por parte de sus criaturas y se limitan a saludarse entre ellas con alegría.

Dos turistas estadounidenses procedentes de Seattle (Washington) se acercan con sigilo y quedan petrificadas frente los carritos de bebé. Marga López, de 62 años, organizadora del evento, las descubre y pregunta: “Do you want a photo?” (¿Queréis una foto?). Ellas, algo nerviosas, asienten con la cabeza y sacan sus iPhone para empezar a fotografiar a todos y cada uno de los muñecos con el modo ráfaga de la cámara. “Mucha gente no ha visto esto en su vida. Nos paran como si fuéramos famosas cada vez que salimos”, apunta Marga mientras cuida en sus brazos a Margarita, una bebé con forma de alienígena ataviada con vestido blanco de lunares y una diadema que ayuda a resaltar sus ojos negros y saltones. La pequeña no es suya, sino de su hermana Mari Carmen López, de 57 años, con quien inició en octubre de 2018 la idea de reunir periódicamente en Madrid a amantes y coleccionistas de los reborn.

Montse, junto a una amigas, paseando por el barrio de Goya con sus bebés reborn.
Montse, junto a una amigas, paseando por el barrio de Goya con sus bebés reborn. DAVID EXPÓSITO

El grupo monta una fila y atraviesa el Retiro ante la estupefacción de los allí presentes. “El 90% de los mensajes que recibimos son positivos. Siempre hay alguno que nos llama locas, o nos dice que arrastramos muertos. Cada uno ve lo que lleva dentro, quien tiene sensibilidad sabe valorarlo como lo que es: un objeto artístico”, explica Marga, funcionaria del Ayuntamiento de Madrid. López encontró en los reborn la forma de materializar un deseo que le acompaña desde que dejara atrás la infancia, cuando “por madurez” abandonó sus juguetes.

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“No somos personas con carencias, muchas tenemos hijos, nietos, y somos felices con ellos. Esto no es un sustitutivo de nada, sabemos que no son bebés de verdad, no les damos la teta ni les bañamos, es un objeto lúdico”, apunta. “Reivindicamos el derecho femenino a jugar en todas las etapas de la vida. A las mujeres no se nos educa para el juego, parece que debemos mantener la compostura siempre cuando somos adultas. El hombre puede tirarse la tarde entera jugando a videojuegos y nadie se sorprende. Nosotras nos hemos liberado del `qué dirán´ gracias a los bebés”, sentencia.

En la retaguardia, Luisa Molló, de 58 años, y Nani Abarca, de 54, reducen el paso y se separan unos metros del grupo. “¿Me coges el carro?”, pregunta Luisa. “Me quiero echar un cigarrillo y como me vea la gente con el pitillo y el niño luego me acusan de mala madre”, afirma con ironía. A su lado, Nani fuma sin complejos y le ofrece fuego. Sus ojos verdes son los más cansados de la fiesta. Residente en A Coruña, ayer cogió un autobús a las diez y media de la noche que la dejó en Méndez Álvaro a las seis y media de la mañana. “Hoy me vuelvo a marchar, vengo expresamente para esto. Los bebés dan compañía, pero la razón de ser de esta afición son las amistades que nacen. Da igual la distancia, a una le gusta estar con sus afines”, cuenta. En sus manos sostiene a Estella, uno de los 35 bebés de su colección. “El más especial”, según ella.

Con la nariz aplanada, las orejas pequeñas y unos ojos algo rasgados con forma de almendra, la niña muestra las características físicas de un síndrome de Down. “Estos niños son mi debilidad, he convivido gran parte de mi vida con ellos. Te transmiten una dulzura y un amor superior. No todos los muñecos tienen que ser niños y niñas monísimos con la sonrisa perfecta. Hay que atender también a la diversidad”, asegura. Nani no le quita ojo a su “niña mimada”, y en el camino al hotel donde pasarán el resto de la tarde, pega y despega de su boca un chupete imantado con el logo de Mickey Mouse al tiempo que pulsa un pequeño altavoz en su barriga que imita risas y llantos.

Anaís, bebé reborn del grupo de mujeres que organizan las quedadas en el centro de Madrid.
Anaís, bebé reborn del grupo de mujeres que organizan las quedadas en el centro de Madrid. DAVID EXPÓSITO

En el Hotel Vincci Soma, en la calle Goya están de boda, pero nadie mira a los novios. La hilera de carritos de bebé hace cola en los ascensores para subir a la primera planta. “¡Son de mentira!”, exclama una mujer acompañada de su hijo adolescente que observa los muñecos con desgana. “No están mal”, reconoce el joven. En un pequeño salón biblioteca del edificio se celebrará la primera quedada de reborns en Madrid desde que acabara el verano. Los empleados del hotel llegan con bandejas de sandwiches mixtos, refrescos y algunos dulces.

Como si entraran a una guardería, esquivan con sumo cuidado los carros y bebés que hay sentados en el suelo o los sillones. Allí, como en las quedadas de cualquier grupo de amigos, se habla de todo y de nada. Las mujeres intercambian opiniones sobre los bebés y se ponen al día de sus vidas. “La ropa siempre del Primark, buena, bonita y barata”, dice una. Muchas se dedican a la venta de los muñecos, pintan y decoran a mano cada detalle de sus cuerpos según la demanda del cliente. Utilizan cabello natural de mohair que injertan pelo a pelo en la sien para luego darles pegamento por dentro del cráneo con pintura termosellable. “Esta es la parte fundamental para que haya sensación de realismo”, asegura Marga. Los precios van desde los 250 euros en adelante, según la calidad y exclusividad de la pieza, normalmente de silicona o vinilo.

Las mujeres juegan y se fotografían con sus bebés reborn durante la quedada en un hotel del centro de Madrid.
Las mujeres juegan y se fotografían con sus bebés reborn durante la quedada en un hotel del centro de Madrid. DAVID EXPÓSITO

Durante la merienda los muñecos pasan a un segundo plano. “Lo mejor de los reborn es que ni crecen, ni se quejan. A mí no me gustan los niños, he trabajado toda mi vida de maquilladora en peluquerías y cuando llegaba un niño me iba para otro lado”, reconoce Montse, que lleva su oficio en la sangre y no puede evitar peinar con un cepillo de dientes a aquellos bebés más descuidados. “Cuando veo que los traen con pelos de loca yo me condeno. Hay manos que merecen palos”, declara en petit comité.

Surgen juegos espontáneos como el juego de la patata. La tarde va sobre ruedas y, sin embargo, hay algo muy importante que perturba a Marga. “¿Se escuchará bien?”, pregunta a una compañera refiriéndose a su teléfono móvil. Quiere dar una sorpresa al grupo y poner a todo volumen el himno de las reborn, aunque el ruido de la boda que se celebra en la sala contigua dificulta el objetivo. “Da igual, tú súbelo al máximo y, si no se oye, lo cantamos a cappella”, le pide a su hermana.

—¡Silencio! Esto va para todas vosotras. Que no se nos olvide nunca…

Un redoble instrumental apenas perceptible paraliza la sala hasta que la primera estrofa desata el júbilo:

La gente me señala

Me apuntan con el dedo

Susurra a mis espaldas

Y a mí me importa un bledo...

El grupo forma una conga en la habitación con los bebés en brazos, que zarandean sus cabezas de lado a lado hasta despeinarse por completo. El afán de seguir jugando ha unido sus caminos y a los cuatro vientos lazan su grito de guerra para que a ninguna se le olvide:

¿A quién le importa lo que yo haga?

¿A quién le importa lo que yo diga?

Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré.

Las mujeres hacen una conga al tiempo que cantan el himno del grupo 'A quién le importa'.
Las mujeres hacen una conga al tiempo que cantan el himno del grupo 'A quién le importa'.DAVID EXPÓSITO

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