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Así organizan los antiabortistas el acoso en los alrededores de las clínicas

La campaña 40 Días por la vida terminó ayer frente a la clínica Dator, pero los llamados “rescatadores” de Jesús Poveda mantienen la tensión

Lucía Franco
40 dias por la vida
El médico Jesús Poveda y la enfermera Marina Escrivá posan frente a la ambulancia preparada para realizar ecografías frente a la clínica Dator en Madrid el pasado 23 de octubre.Andrea Comas

Cada día, desde tiempo inmemorial, todas las mujeres que acuden a consulta a la clínica Dator deben atravesar un acoso organizado. Les harán preguntas incómodas unos jóvenes desconocidos, serán insultadas en algún caso, o tendrán que escuchar cómo suben de volumen unos rezos dirigidos a ellas.

Las letanías acabaron este domingo por un tiempo. La campaña terminó. Volverán por cuaresma en 2022. Este domingo 31 de octubre se cumplieron los 40 días de oraciones ininterrumpidas frente a la clínica Dator, una de las entidades privadas acreditadas para la interrupción voluntaria del embarazo en Madrid y la primera que consiguió esa acreditación en España, en 1986. Lo mismo sucedió en lugares como Barcelona, Cádiz, Córdoba, Pamplona, Vitoria, Valladolid y el Puerto de Santa María, según afirman los organizadores de 40 Días por la vida, filial española de 40 Days for life.

En Madrid, durante todos estos días, de 9.00 a 20.00, voluntarios en grupos de entre 3 y 10 personas se han agrupado frente a la clínica para rezar. Lo han hecho de forma ostensible, con carteles y rosarios. Acumulan 1.039 turnos y 562 voluntarios, según anuncian en su página web. Cada turno tiene un capitán y se organiza en un grupo de WhatsApp. “Hemos salvado vidas”, escribe una capitana orgullosa.

No es esta organización la única que se presenta en las inmediaciones para presionar a las mujeres que acuden a la clínica Dator. También están “los rescatadores”, organizados por el médico Jesús Poveda, que se agrupan en parejas y disponen de una ambulancia móvil para hacer ecografías. Su estilo es más radical. Disponen de un manual de instrucciones. “Tenemos que parar a todas las mujeres que intenten llegar, aunque no vengan a abortar ese día”, suele decir Poveda.

La consigna es tratar de interrumpir el paso de las mujeres que acuden a la clínica y, con la excusa de repartir un folleto informativo, bombardearla a preguntas: ¿Cómo te llamas?, ¿a qué vienes?, ¿vas a abortar?, ¿qué necesitas para no abortar?, ¿estás segura de lo que vas a hacer? Si la mujer intenta esquivarles darán dos pasos, sea a derecha a izquierda, para impedirlo. El baile puede prolongarse durante un rato que a las mujeres se les hace eterno. Solo si estas responden con gritos e insultos, la guía del doctor Poveda recomienda apartarse. “No hay que caer ante las provocaciones de las mujeres agresivas que van a abortar”, reza el texto.

Cada una de las personas que asiste a rezar para esta campaña se ha inscrito previamente en la página web de la organización y tiene que fichar en el momento en el que empieza su vigilia y en el momento que termina. “Así se informa a los capitanes de que ya estás allí cubriendo el turno y queda registrado”, se puede leer en la inscripción, en la que también se advierte de que este enlace no se debe compartir con nadie.

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Rosarios en el árbol

En el árbol de la esquina de la calle de Hermanos Gárate, en el madrileño distrito de Tetuán, los voluntarios cuelgan rosarios de todos los colores y tamaños. La versión oficial es que estos quedan a disposición de quienes quieran cogerlos, por si a alguien se le ha olvidado su rosario en casa.

La realidad es que son un recordatorio para todo el que pasa por esta calle: están allí. Los carteles también van rotando, aunque en todos se puede ver el mismo logo azul oscuro. En uno de ellos se puede leer: “¿Y si tuviera tu sonrisa?”, con una foto de una ecografía en blanco y negro.

Ana, de 27 años, va perfectamente peinada con una cinta en el pelo, lleva un collar de perlas blancas sobre su blusa de cuello impecablemente planchado, pantalón de pana y zapatos de charol. Lleva acudiendo a rezar a esta esquina desde que tiene memoria. Cuenta entre rezo y rezo que es un hábito que adquirió cuando la traían sus padres siendo todavía una niña. Ahora, viene sola. Dedica la mayoría de su tiempo libre a hacer voluntariado, dice que ayuda en residencias, lleva comida a personas sin hogar y, por las mañanas, cuando sale temprano de trabajar, como una actividad sin ánimo de lucro más, va a rezar enfrente de la Dator.

Gente reza y sujeta carteles frente a la clínica Dator, en Madrid el pasado 23 de octubre.
Gente reza y sujeta carteles frente a la clínica Dator, en Madrid el pasado 23 de octubre.Andrea Comas

“Ya hemos rescatado a cinco. ¿Muy bien, no?”, se le escucha decir a una compañera detrás de uno de los carteles. Ana rebaja el entusiasmo: “Es que debe de ser muy difícil matar a alguien”. La mayoría de los voluntarios son jóvenes con edades comprendidas entre los 25 y 35 años.

Los rezos se escuchan desde la ventana de las oficinas de la clínica, dice Sonia Lamas, una de las trabajadoras del centro y también portavoz de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI).

Siempre la misma retahíla: “Nuestro Señor murió. Muchos de sus niños han muerto con Él. Su pasión se vive de nuevo con cada aborto, uno cada 20 segundos en nuestro país. Que todos nuestros hermanos y hermanas que han sido asesinados por el aborto descansen en la paz de Cristo y sean salvados por su cruz”, se puede leer en un PDF que circula por sus redes sociales. El pasado año, según el último informe del Ministerio de Sanidad, hubo 88.269 interrupciones voluntarias del embarazo en España, uno cada seis minutos.

Cada noche se crea un grupo de WhatsApp con los voluntarios del día siguiente. En él, se dan las instrucciones.

—Soy Mercedes y seré vuestra capitán durante el día. Aquí estoy para ayudaros. Nos vemos mañana para salvar vidas.

—Me gustaría saber, si se acerca alguna chica, a quien hay que remitir, algún teléfono o algo, escribe una voluntaria.

Así es una de las conversaciones que se pueden leer en el grupo. Este grupo sirve, además, para compartir fotos de los voluntarios rezando y para difundir el devocionario, una guía para orar. Además, siempre se está informando de cada turno: “Qué buen día estamos teniendo”, escribía la semana pasada la capitana Mercedes.

A las 10 de la noche, antes de eliminar cada grupo, siempre un mismo mensaje, que queda escrito casi como una oración más: “Esto es el principio del fin del aborto en España”. Un derecho de las mujeres desde 1985 y ampliado en 2010.

Convencida de ello, de que es el principio del fin, Rosario, de 36 años, ha ido todos los días desde el comienzo de esta campaña. Está en paro. “Desde que empezamos a venir, los rezos han hecho que vengan menos mujeres. El sábado es el mejor día porque vienen más grupos y se anima la cosa”, afirma, apenas consciente de que forma parte de una corporación antiabortista.

40 Días por la vida es la filial española de 40 Days for life, un grupo de presión antiabortista creado en 2004 en Texas (EE UU) y dirigido por el mediático Shawn Carney, una de las voces contrarias al aborto que en las últimas décadas se ha vuelto casi omnipresente en canales conservadores como la Fox. En 2007, el movimiento se empezó a extender por todo EE UU y hoy cuentan con extensiones en más de 1.000 ciudades repartidas por 64 países.

Se trata de una multinacional en toda regla con capacidad para rodar sus propios documentales, vender su propaganda y que cuenta ya con un nutrido grupo de directivos encabezados por el propio Carney. En los últimos años, ha recibido incluso el apoyo explícito del expresidente Donald Trump, que ha encontrado tiempo para remitirles un par de cartas animándoles a que sigan en su empeño.

El músculo de 40 Days for Life les permite presumir de haber impedido el derecho a abortar de más de 19.000 mujeres en el mundo. “Cuando una persona quiere organizar una campaña en su ciudad, se registra en la web oficial de 40 Days for life y se compromete a cumplir las normas de la campaña. Si tenemos algún problema, contactamos con ellos y nos orientan”, afirma Victoria Campillo, responsable de prensa de esta organización.

Poveda y los “rescatadores”

No se trata de un simple grupo de radicales donde cada uno hace la guerra por su cuenta. Funcionan bajo un sistema elaborado desde hace décadas por el doctor Jesús Poveda, uno de los antiabortistas pioneros en España. Es fundador de la escuela Rescate a la madrileña, el grupo que se dedica a abordar a todas las mujeres que quieren abortar. La guía que recibe cada rescatador viene con su correspondiente formación, sus objetivos y sus riesgos. La guía explica que “el objetivo del rescatador es que la mujer disponga de un último momento de reflexión antes de tomar la decisión”. El documento advierte sobre los riesgos que supone su tarea: “Puedes ser ignorado, rechazado e incluso insultado o agredido, tanto por las personas que acuden al centro como por los trabajadores del centro, para los cuales lo que están haciendo es un puro negocio que no quieren perder”. Esas clínicas, que operan en España desde los ochenta, absorben la mayor parte de las interrupciones voluntarias del embarazo del sistema público, que, aunque la legislación de 2010 incluyó que preferentemente fuese la sanidad pública la que se hiciera cargo de que las mujeres pudieran ejercer este derecho, las deficiencias del sistema provocan que eso aún no ocurra de manera extendida.

Así, la inmensa mayoría de las mujeres que deciden abortar, acuden a estas clínicas. Y el éxito de quienes lo intentan impedir comienza cuando una mujer acosada se derrumba, cuando se deja guiar hasta la ambulancia, estratégicamente aparcada a escasos metros. Allí les harán una ecografía para mostrarles la imagen de su hijo y Poveda les invitará a tomar un café para hablar con ellas de su situación. Unas pocas, confiando en el médico que tienen delante, olvidarán que la Dator les ha pedido que acudan a hacerse la intervención en ayunas. Una vez tomado ese café, misión cumplida para Poveda y su grupo: ese día ya no podrán abortar.

La policía identifica a personas frente a la clínica Dator en Madrid.
La policía identifica a personas frente a la clínica Dator en Madrid. Andrea Comas

Poveda confiesa que su forma de actuar ha cambiado a lo largo de los años. “Antes era más antiabortista, más agresivo. Una vez, hasta llevé camellos y ataúdes a la entrada de la Dator. Ahora soy más provida, intento ayudar a la mujer para que no aborte”.

José Antonio Bosch, abogado especialista en derecho al aborto, explica que “el hecho de que las mujeres tengan que ver a personas rezando y con una cartelería que alude a su intimidad, o que tengan que recibir panfletos donde se las desinforma y se les dice que van a matar a sus bebés, entendemos que vulnera la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo”.

En un intento por frenar el acoso, el Congreso de los Diputados sacó este mes adelante una toma en consideración para cambiar el Código Penal e incluir como delito penado con hasta un año de cárcel la actividad a quienes “hostiguen o coarten la libertad de una mujer que pretenda ejercer su derecho a la interrupción voluntaria del embarazo”. El plan del Ministerio de Igualdad prevé regular la objeción de conciencia y garantizar el acceso al aborto en hospitales públicos en todo el territorio, además de eliminar el requisito del permiso de los progenitores para menores de 16 y 17 años.

“Nos sorprende que unas personas que se limitan a rezar sean motivo para que se ponga en marcha la maquinaria del poder legislativo. Nuestra presencia allí les permite elegir la vida de sus hijos y ejercer plenamente su derecho a elegir”, explica Campillo, de prensa del grupo antiabortista.

Cuando Estefanía, de 35 años, llegó el sábado a primera hora a abortar a la Dator, era un manojo de nervios. El día anterior, los doctores la habían informado de que su bebé venía con una malformación congénita incompatible con la vida: debía abortar o, de lo contrario, pondría en iesgo su vida por un bebé que no tenía ninguna posibilidad de vivir. Con 20 semanas de embarazo y después de ser remitida a la Dator porque en su hospital todos los médicos eran objetores de conciencia —algo que también entra en confrontación con la propia legislación—, un hombre y una mujer le cortaron el paso. “Con lo bonito que es tener un niño, dar a luz a una nueva vida”, le dijeron. Ni ella ni su pareja pudieron contestar. Estaban en shock. “Nadie tiene derecho a increpar a nadie, y menos en la entrada de una clínica. Estos grupos no distinguen, y no les importa el trauma que generan”, dice ella.

El sábado es el día en el que el acoso es más numeroso. A un lado de la calle, los voluntarios de 40 Días por la vida rezando; enfrente, la ambulancia y los rescatadores. Y, al otro lado, un hombre vestido de militar que, con diez pulseras del partido de Vox en cada muñeca y un sombrero con la bandera de España, ofrece su particular apoyo a la causa mientras confronta directamente con algunas mujeres que intentan entrar y a las que, a veces, llega a insultar.

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Lucía Franco
Es periodista de la edición de El PAÍS en Colombia. Anteriormente colaboró en EL PAÍS Madrid y El Confidencial en España. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Javeriana de Bogotá y máster de periodismo UAM-EL PAÍS. Ha recibido el Premio APM al Periodista Joven del Año 2021.

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