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Montar en burrito en la sierra de Guadarrama con Casi, el hombre que sí cumplió sus sueños

En ‘A ritmo de burro’, un exempleado de banca que lo dejó todo por amor a la naturaleza da paseos familiares y muy entretenidos en équidos de raza zamorana, los que se encuentran en mayor peligro de extinción

Planes con niños
Casimiro Rodríguez abraza a su tocayo, el burro 'Casimiro', junto a la burra 'Paca', en una finca de Robledondo.Santi Burgos
Victoria Torres Benayas

Lo primero que piensa uno cuando conoce a Casimiro Rodríguez, Casi, es qué hace el actor Gene Wilder en Robledondo y vestido de Decathlon. Lo segundo es sentir la más asquerosa de las envidias porque es un hombre rabiosamente feliz. Disfruta de lo que hace y lo que hace parece tan simple como dar paseos a familias en sus burros en esta pedanía de Santa María de la Alameda de 200 habitantes, en plena sierra de Guadarrama. “Yo en realidad a lo que me dedico es a interpretar la naturaleza, el burro es solo una herramienta para ver la sierra de una forma distinta, tranquila, sosegada, porque el burro transmite esa paz”. Por esta razón llamó a su proyecto A ritmo de burro. Pero su fin último es salvar de la extinción a esta especie que “ya no tiene uso ni sentido, pero a la que le debemos muchísimo, hay que devolverle el favor de haber sido nuestro molino, nuestro coche, nuestro camión y nuestro tractor” desde hace 6.000 años.

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Casi tiene 10 burros, todos zamoranos ―el tipo más amenazado: el año pasado nacieron solo 31 hembras en toda España― y muy jovencitos, con 14 años el mayor y una esperanza de vida de 40. De ellos, solo “trabajan” seis hembras, tres son demasiado pequeños y el décimo es un semental, Guindo. Este año, hay tres preñadas, “una auténtica ruina” porque le quedará la mitad del “personal” en activo. “Les doy nueve meses de baja por maternidad, dos antes y siete después, entre este permiso y la proporción de seis a uno me deberían poner un monumento en el Ministerio de Igualdad”, ríe.

¿Y cómo surge esta iniciativa? Casi, nacido en Escalona (Toledo) hace 52 años, ha sido desde niño un apasionado del campo, pero pasó 28 de ellos en la capital vestido de traje. “Estudié Biología, pero entré en la banca porque una amiga me gastó una broma, echó mi currículo y, sin tener ni idea, me cogieron. Trabajé 25 años en Barclays, donde lo primero malo que me pasó fue lo peor que me pudo pasar: que me ascendieran”, cuenta.

Unos niños acarician a un burro en Robledondo (Madrid).
Unos niños acarician a un burro en Robledondo (Madrid).Natalia Quiroga García

“Llegaba al amanecer con el cielo raso y salía de noche y estaba lloviendo. No había visto evolucionar el día, no tenía vida, todo el día al teléfono”, se lamenta un hombre que un día tiró sus trajes y cuya mayor preocupación actual a la hora de vestirse es de qué color elige la camiseta con el logo de su empresa para ponerse. Cuando vinieron mal dadas, un ERE, a él le pareció que tenía escalera de color. “Me apunté de cabeza, a muerte”, concluye Casi.

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Por entonces, ya llevaba unos años viviendo en el pueblo, a 70 kilómetros al norte de Madrid y ya casi en Ávila, donde se enamoró de una burra a la que daba de comer y donde compró dos ejemplares, “como un capricho”, mientras echaba unos botellines con el veterinario de Galapagar, Juan. “Me tomé alguno de más, me vine arriba y le acabé comprando uno y, como leí que solos se ponían tristes, pues dos”. Convertir su pasión en negocio, por llamarlo de algún modo, porque “no es económicamente rentable, da para mantener a los animales”, se le ocurrió con el ERE. “Total, qué puede salir mal, pensé, inviertes 5.000 euros y pueden pasar dos cosas, una que pierdas 2.500 y otra, ser feliz. Y cómo no te vas a arriesgar por ser feliz”, se pregunta.

Una niña monta uno de los burros de Casi.
Una niña monta uno de los burros de Casi.

Hizo su primera ruta con A ritmo de burro en 2015 y la lleva “grabada a fuego”. “Fue un paseo estupendo y al acabar aluciné. ¿Cómo es esto, que me lo paso teta y encima me pagan?”, recuerda Casi. Para acompañarle en sus paseos solo hay que entrar en la web, ponerse en contacto con él y reservar. Dependiendo de la edad, propone un tipo de ruta. “Pueden montar niños a partir de tres años con sus papás y desde los 5/ 6 solos, pero no más de una hora, que se cansan”, explica. Al final, se echa la mañana, porque ves cómo los ensilla y los prepara, te enseña los rudimentos de montar y en 20 metros estás en el campo. El paseo, con los adultos a pie o en burro también, es muy ameno, con Casi de acá para allá contando curiosidades de los vencejos, que no se posan en dos años, o los alcaudones, llamados pájaros carniceros porque enzarzan a sus presas para despedazarlos. A la llegada al prado, un pic-nic a la sombra con los niños correteando salvajemente y cazando bichos y luego vuelta al pueblo.

“Suelo ir por el paraje de los Navazos, que tiene unas praderas preciosas con vistas, o las más largas, de tres horas, por el Pinarejo, que ya es puro bosque”, detalla Casi, que también hace excursiones de varios días, durmiendo en tiendas de campaña o en un hostal. Nada que ver con los ponys tristes de picadero, donde les dan dos vueltas a tu hijo, le haces la foto de rigor y a correr que vienen los siguientes, o con lugares donde hay romerías de visitantes y burros con secuelas de maltrato, hartos de zanahorias, a los que tratas de alimentar dándote de codazos con un urbanita que no distingue una oveja de una cabra y donde haces cola desde la entrada hasta para comerte un bocadillo o comprar recuerdos. “No quiero colegios ni mogollones, jamás mezclo a la gente, es una actividad familiar y muy personal, si vienen dos, salimos dos, para el negocio un desastre, pero para las familias, precioso. No me hago ni publicidad, tengo 10.000 flyers en una caja”, aclara.

Dos pares de niños encima de sendos burros, durante una salida en invierno.
Dos pares de niños encima de sendos burros, durante una salida en invierno.Natalia Quiroga García

Ahora mismo es un buen momento, ya que aún no hace mucho calor y “está la plaga de saltamontes de todos los años, es impresionante ver a las águilas cazarlas”. Además de los burros, los niños pueden jugar con sus mastines y ver y tocar a sus 15 ovejas y, si tienen crías, darles el biberón. Tenía también 20 ocas con sus pollitos, “pero un zorro gordo se las comió en cuatro visitas”. Casi hace jabones que “son la rebomba para la piel” con la leche de burra en la que se bañaba Cleopatra y, en septiembre, abrirá una casa rural de seis habitaciones dobles para los paseantes que quieran quedarse a dormir.

De momento, para cerrar el día se puede comer en Santa María de la Alameda, por ejemplo en Casa Rubitos, donde tienen terraza, zona de juegos para niños y una carne de la zona excelente. “Un plan perfecto y redondo, un día inolvidable”, concluyen Mayte Gómez y David Feito, que han ido con sus hijos Lucas, de nueve años, y Nico, de seis. Mientras se despide, Casi comparte su mejor anécdota: “Todos los niños me llaman ‘profe, profe’, pero un día, uno me dijo ‘¡eh, señor burrero, señor burrero!’, y es la cosa más bonita que me han dicho nunca”. Beatus ille.

Dónde: calle Viriato, 4. Robledondo. Horario: a convenir. Precios: dependen de la duración de la actividad y van de 20 euros la hora, 15 la segunda y 10 la tercera a 70 euros por burro por noche más otros 70 por el guía.

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Victoria Torres Benayas
Redactora de la sección de Madrid, también cubre la información meteorológica. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra, cursó el máster Relaciones Internacionales y los países del Sur en la UCM. En EL PAÍS desde el año 2000, donde ha pasado por portada web, última hora y redes, además de ser profesora de su escuela entre 2007 y 2014.

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