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KILÓMETRO CERO
Columna
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No corran

Proliferan en campaña vídeos que intentan mostrar que los políticos son gente normal, que tiene chándal y bebe cañas, pero no necesitamos que sean corrientes, sino mejores

Natalia Junquera
MADRID, 11/04/2021.- El candidato de Ciudadanos a la Comunidad de Madrid, Edmundo Bal, tras participar este domingo en la X carrera popular de Hortaleza. EFE/Javier López
MADRID, 11/04/2021.- El candidato de Ciudadanos a la Comunidad de Madrid, Edmundo Bal, tras participar este domingo en la X carrera popular de Hortaleza. EFE/Javier LópezJavier Lopez (EFE)

Todos creemos que hacemos algo bien. Los soberbios creen que algo es todo. Los humildes eligen un par de cosas y asumen con deportividad la derrota en lo demás. Pero hay dos asuntos donde la gente suele equivocarse. A menudo, personas que no son graciosas creen que sí lo son y con frecuencia justo después de oír eso de “a mí se me dan muy bien los niños” un crío empieza a llorar como si no hubiera mañana.

Está claro de dónde viene la presión por el aspecto físico: la realidad paralela de Instagram, los anuncios de cualquier cosa, el bombardeo de imágenes de mujeres con el culo en la coronilla de tanta sentadilla y hombres con tableta de acero –incomodísimo-. Pero ignoro qué es lo que empuja a la gente a sentirse obligada a ser graciosa. Hay personas, como Eugenio o Raúl Cimas, que lo serían leyendo la pegatina del champú o la guía telefónica -para los millenials, un libro gordo de papel muy fino donde se incluían los nombres y número de teléfono fijo de los habitantes de un sitio- y otras que no lo serán por mucho que se esfuercen, por muy sofisticado que sea el chiste. Se tiene o no se tiene, igual que unos nacen con los ojos azules y otros marrones. Y no pasa nada.

Pero el síndrome empieza claramente a atacar a los políticos. Y si no lo padecen ellos, se lo contagian sus asesores. Solo eso explica que un señor abogado del Estado como Edmundo Bal mostrase una camiseta -abriéndose la cazadora como si debajo llevara la S de Superman- en la que se leía “Madrileños por Edmundo”. Quieren ser graciosos y peor: pretenden ser normales. Y eso ya sí que no. Abundan en campaña los vídeos donde los candidatos salen corriendo (de nuevo Bal e Isabel Díaz Ayuso), para que veamos que también tienen chándal y pantalones cortos. Les vemos apoyar el codo en la barra, pedirse una cerveza y una tapa –prácticamente no hay anuncio electoral sin pinta-. En el de Ciudadanos se les oye decir: “Madrid es un café, una caña en el bar de tu barrio. No somos solo vecinos, somos amigos”. En otro vídeo de Más Madrid se ven unos folletos que rezan: “Mónica mola mazo”.

También se pusieron de moda en las series de televisión padres que eran “el mejor amigo” o “la mejor amiga” de su hijo o hija. Pues no. Yo al mío lo quiero con locura, lo respeto y lo admiro, pero no es mi colega. Tampoco quiero que los políticos lo sean. Y no necesito verlos en vaqueros, de cañas, cocinando o tocando la guitarra. No quiero que sean graciosos o que molen. Quiero –necesitamos- que sean más listos que cualquiera porque tienen problemas más grandes que solucionar que los que salen a correr – con todo mi respeto a los que huyen sin que nadie los persiga- o los que venderíamos nuestro reino por una Estrella Galicia. No necesitamos que sean gente corriente, sino mejores.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

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