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Sin control policial ni información clara: así son las restricciones imaginarias de Madrid

Las zonas confinadas desarrollan una actividad normal, sin apenas vigilancia policial de los perímetros

Vista de la calle de Orense, en Madrid, una de las zonas sanitarias que ha estado confinada.
Vista de la calle de Orense, en Madrid, una de las zonas sanitarias que ha estado confinada.Víctor Sainz
Juan Diego Quesada

Alfonso viste de mono azul, el uniforme oficial de los porteros que las nuevas generaciones confunden con el atuendo de un mecánico de coches. El edificio en el que trabaja, en la calle Andrés Mellado, estuvo varias semanas confinado hasta que se levantaron las restricciones. Ahora las sufren los vecinos de la otra acera, a veinte pasos de aquí. Pero él, mirando al horizonte mientras apura un cigarrillo, con el sol de invierno iluminando su cara cuarteada, no logra encontrar ninguna diferencia entre una circunstancia y otra. “No hago caso. Ni yo ni ningún vecino. Nadie vigila. Hacemos vida normal. Estamos todos aburridos de tanta tontería”, explica.

Las restricciones en las zonas básicas de salud (ZBS) se han convertido en un estado mental, en una cuestión de fe. Los ciudadanos que viven en ellas a menudo ni son conscientes. Salvo casos excepcionales (los hay y aparecerán más adelante), los que las cruzan o visitan sus comercios tienen una vaga idea de que pisan terreno restringido. Les suena al rumor de una radio encendida en otra habitación. Juliana y Pedro, una pareja de octogenarios que vive en un lugar cuya libertad de movimientos está restringida por la alta incidencia que tiene en él la covid, caminan de la mano y con las bolsas de la compra asomándoseles por los bolsillos. Van rumbo a una tienda de fuera del perímetro. “Es un lío. Algo hemos escuchado en la tele...”, convienen.

Desde el puente de diciembre los contagios han ido en ascenso en Madrid. En aquel momento, la tendencia descendente de la región llegó a su mínimo, con 190 casos por cada 100.000 habitantes en las dos últimas semanas. Después esa curva empezó a subir y en los últimos 14 días se han registrado 12.585 nuevos contagios. La Comunidad decidió ampliar las restricciones a cuatro nuevas zonas básicas de salud, además de mantenerlas en las seis en las que ya están activas. La directora general de Salud Pública, Elena Andradas, explicó la semana pasada que el 3,4% de la población vive en estas zonas.

Desde el lunes y hasta el 11 de enero, siete ZBS tienen limitaciones. Ayer la Comunidad levantó el confinamiento perimetral de tres, la de El Corte Inglés de Castellana, la del centro comercial Sexta Avenida, en la A-6, y la zona de Ikea y Plaza Norte, en San Sebastián de los Reyes. En la práctica, pese al anuncio, el resto de ciudadanos que continúa bajo las medidas hace lo mismo que los tres lugares liberados.

La Policía Municipal controló esas fronteras imaginarias cuando se inventaron los confinamientos para los barrios con más de 400 casos por cada 100.000 habitantes en los 14 días anteriores. “Hicimos una labor de concienciación e información”, explica un portavoz. Los agentes explicaban a la gente qué podían o no hacer y por cuál zona moverse. No ponían multas, salvo que alguien se hiciera el sordo o no quisiera atender a razones. “Ahora mismo no hay ninguna disposición especial para reforzar esto (los confinamientos). No hacemos nada especial. Si ocurre algo actúan los policías del distrito que les corresponda”, abunda.

Dalín dice haberlos visto poco. Es un bangladesí de 33 años que regenta una frutería llamada Frutas y Verduras S.L. “Un nombre fácil”, dice con orgullo. Está en la calle Andrés Mellado, restringida. “Llevamos casi un mes confinados. Todo sigue igual que antes. No cambia nada. Todo el mundo sale normal. Sí hay policía pero no tanto. No preguntan si eres del barrio”, cuenta. Eso sí, la venta ha bajado mucho. “Mucho, mucho. Todo el mundo dice que hay crisis y que no hay dinero”.

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Enfrente, en la librería Escarlata, el ambiente es más sombrío. “Vienen menos clientes”, dice el dueño, que está harto de “las autoridades incompetentes” de esta nación llamada España. En el bar Armando, cerca de ahí, trabaja un sobrino de Armando, Víctor, un muchacho grandote y simpático. Sin ir más lejos, ayer se le cayó una reserva. “Dijo que la anulaba por precaución. Esas fueron sus palabras exactas. Imagino que tiene que ver con el confinamiento”, dice detrás de la barra. De la pared cuelga una placa que unos clientes policías le regalaron por su buen hacer.

El que busca encuentra, claro. Ángel Espada, de 70 años, y María José Tomes, de la misma edad, se conocen al dedillo las restricciones. Las cumplen a rajatabla. Son capaces de explicar en qué esquina empiezan y terminan, sin error. “Nos interesa estar al tanto por la edad”, dice él. El matrimonio acaba de estar 10 minutos en una acera mandando besos, abrazos y levantando la voz para que su hija y su nieto Nico les escucharan en la acera de enfrente, confinada. Están seguros de que el nieto los reconoció. En Nochebuena los vieron un rato en una terraza al aire libre y en Nochevieja tampoco cenarán juntos, lo hará solo el matrimonio con un hermano de ella, también en edad de riesgo. Surge en la conversación que Armando Manzanero, el cantautor mexicano que murió días atrás por covid, organizó poco antes una fiesta con amigos creyendo que a él no le iba a pasar nada. “Esto no es ningún cachondeo. Es muerte”, sentencia Espada.

María José Tomés, de 70 años, y su marido, Ángel Espada, de la misma edad, cumplen con celo todas las restricciones de las autoridades, en el barrio de Moncloa, en Madrid.
María José Tomés, de 70 años, y su marido, Ángel Espada, de la misma edad, cumplen con celo todas las restricciones de las autoridades, en el barrio de Moncloa, en Madrid.

La Moraleja, el barrio con la renta media más alta de España, está cerrado perimetralmente desde finales de noviembre. Aunque sus datos han mejorado no lo han hecho lo suficiente como para que se levanten las restricciones. El motivo de que aquí se produzcan muchos contagios no es fácil de explicar. Se trata de un lugar abierto, con casas espaciosas, poca densidad de población y grandes espacios verdes comunes. Arturo, nombre ficticio de un vecino, sale a pasear a sus perros durante hora y media. En ese tiempo se cruza a cinco personas, como mucho. “Creo que se hacen muchas fiestas privadas. Este finde tuvimos una con mucha gente en una casa y estuvieron hasta la madrugada. Y cuando salgo también veo botellones de gente. Hay cierto consenso entre los vecinos de que estas son las principales causas”, explica por teléfono.

Él no ha visto ningún control policial en todo este tiempo. Antonio Pardo, el intendente jefe de la policía local de Alcobendas, subraya que lo que se conoce como La Moraleja es un territorio extensísimo que no es fácil de vigilar. Durante los primeros días de confinamiento la policía montó un operativo para informar a los vecinos. Cada día hacen entre seis y nueve controles a vehículos. Asegura que han revisado más de 7.000 coches, y de esos no han dejado pasar a 258. “Es verdad que la tensión no es igual, son muchos días de encierro seguidos”, reconoce.

Las fronteras imaginarias son porosas.

La región cuadriplica los contagios en 24 horas

La Comunidad de Madrid sumó ayer 3.070 nuevos casos de covid-19 (2.415 de ellos diagnosticados en las últimas 24 horas), lo que supone más del cuádruple de los 705 notificados el lunes, mientras que en los hospitales madrileños han muerto 23 personas, las mismas que el día previo. También ha habido un incremento en el número de pacientes hospitalizados (de 1.571 a 1.615), aunque bajan los ingresados en las UCI (de 311 a 295), según el informe que publica a diario la Consejería de Sanidad. El total de contagios en la Comunidad de Madrid desde el inicio de la pandemia asciende a 401.864 y el de fallecidos en hospitales a 12.846, a los que hay que sumar 4.977 muertes en centros sanitarios, 1.169 en domicilios y 30 en otros lugares, lo que da un total de 19.022 fallecimientos. La Consejería de Sanidad, por otra parte, confirmó un total de seis casos positivos de la cepa británica de la covid-19 tras sumar dos nuevos. Ninguno de los contagiados por esta cepa se encuentra grave.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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