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BARRIONALISMOS
Columna
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Croissants sin desgracias

La estigmatización del extrarradio tiene consecuencias entre la población

Vecinos de Alcorcón hacen cola en una pastelería
Vecinos de Alcorcón hacen cola en una pastelería

Esto de que el extrarradio solo salga en la tele para las cosas malas, tiene consecuencias. La penúltima vez que han venido a visitarnos ha sido con motivo del confinamiento de ciertas calles, que provocó situaciones tan absurdas como que una persona tuviera el coche aparcado en un sitio con la letra escarlata, viviera enfrente, en una zona libre, y para poder recogerlo necesitara un papel que le autorizara acceder a su vehículo.

Como quienes vivimos por ahí sabemos que somos más que las malas nuevas, el otro día fui a grabar un reportaje gastronómico en Alcorcón con la tele. Enseguida vino una mujer que no preguntó “qué hacéis” sino “qué ha pasado”. Estábamos delante de una croissantería, no había coches de policía ni ambulancias delante, solo un olor increíble a repostería recién horneada que inundaba la calle entera y un escaparate con dulces relucientes, pequeñitos, bañados en almíbar, con el hojaldre en su punto y la dosis exacta de mantequilla. Sin embargo, esa señora se temía lo peor debido a que las cámaras, salvo cuando hay fútbol, solo se plantan en el municipio en caso de que haya sucedido alguna desgracia, ya sea un asesinato, ébola o ratas campando a sus anchas.

En infinidad de ocasiones, hablamos de lo mal que lo hacen los medios de comunicación a la hora de abordar las periferias (las personas y los lugares que se quedan fuera), pero rara vez pensamos en el impacto que eso tiene en ellas. Como por ejemplo, generar el orgullo de la autodefensa, no tanto porque el barrio sea un espacio fantástico o sin mácula como por el hecho de que las críticas externas superficiales traen consigo discursos de réplica. En determinados sitios no nos basta con explicar lo que somos y punto, que sería lo deseable, además, tenemos que contar lo que no somos.

¿Y qué sí somos? Personas que se alegran cuando a un vecino le va bien, dado que, a diferencia de lo que suele pasar en aquellas grandes ciudades donde manda el imperio del anonimato, nos conocemos. Así pues, lo que pasó a continuación fue que tras explicarle a esa mujer qué estábamos grabando, ella se saltó la cola que suele formarse para poder adquirir los croissants rebuenos todavía calientes (ojo, antes de la pandemia ya la había) y, desde el umbral de la puerta del local, alzó la voz todo lo que pudo para felicitar al tendero. Aprovechó, ya que estaba, para pedirle que le mandara recuerdos a sus padres, decirle que seguro que estarían muy contentos por poder verle en “la 1” y, ahí sí, preguntar lo que todo el mundo quería saber en ese momento: que cuándo iba a salir, puesto que quería comentárselo a más vecinos y que, de ese modo, todos pudieran verlo.

Tiene sentido porque ese local lleva alrededor de cuatro décadas ahí, regentado por diferentes dueños, los últimos se instalaron hace un cuarto de siglo y, desde entonces, resulta imposible no frenarse en seco, dejarse embriagar por los efluvios que emanan desde dentro, entrar, picar y preguntar qué tal. Son muchos años viéndose.

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