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Cuando la emergencia sanitaria está en la puerta de la sede

Médicos sin Fronteras cambió sus intervenciones en el extranjero por actuaciones en hospitales de campaña y en residencias de la región

F. Javier Barroso
La enfermera Miriam Alía, durante su entrevista en la sede de Médicos sin Fronteras en Madrid.
La enfermera Miriam Alía, durante su entrevista en la sede de Médicos sin Fronteras en Madrid.ADOLFO BARROSO

Hablar de Médicos sin Fronteras (MSF) siempre se asocia a emergencias sanitarias por todo el mundo. Se une a imágenes de niños desnutridos en campamentos africanos, a catástrofes naturales como tsunamis en Asia o a terremotos en el último confín de la Tierra. Sin embargo, esta organización no gubernamental ha cambiado su forma de actuar y se ha centrado durante la pandemia y el estado de alarma en la realidad que tenía delante de sus sedes.

Una de sus responsables en la región ha sido Miriam Alía Prieto, una enfermera pediátrica madrileña de 46 años que ingresó en MSF hace 15 años y que ha participado en campañas tan diversas como las de Etiopía, Nigeria, Níger, Zambia, Sudán, Somalia y Sudán, entre otras muchas. “Nuestro trabajo se desarrolla generalmente en lugares alejados de nuestras sedes, por lo que es necesario organizar el viaje y ver cómo van a prestar la ayuda. De ahí, que hubiera poco personal disponible cuando surgió la pandemia”, destaca Alía. “Yo de hecho trabajo en cooperación internacional, pero pedí a mi jefe trabajar en este grupo porque no podía permanecer al margen estando tan cerca”, añade. De hecho, estaba dispuesta a pedir un permiso sin sueldo y volver a la unidad de cuidados intensivos (UCI) del hospital Gregorio Marañón, donde estuvo trabajando antes de ingresar en MSF. “Teníamos que devolver a esta sociedad todo lo que nos había dado durante años”, resume.

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Ese pequeño personal fue especialmente efectivo, ya que su ONG montó dos hospitales de campaña justo al lado del Severo Ochoa de Leganés y del Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares. “Preferimos hablar de extensiones hospitalarias porque realmente no estamos en una guerra ni haciendo una medicina de guerra. Fuimos a esos sitios porque los Ayuntamientos nos los pidieron”, matiza la enfermera.

Para ello utilizaron todos sus conocimientos, como la puesta en marcha del dispositivo, la logística y la creación de circuitos para que los sanitarios pudieran atender de manera correcta a los enfermos. “Con este modelo se controla muy bien a muchos pacientes al mismo tiempo. Con la covid-19, los enfermos empeoraban muy rápido y ha ocurrido a veces que estuvieran fallecidos sin que nadie se diera cuenta. Además, se evitaba el contagio con otras personas”, describe la responsable de la ONG.

Los responsables de MSF aplicaron el mismo protocolo que hicieron con el Ébola, donde Alía tuvo una presencia destacable en los países donde se expandió este virus: “Enseñamos a los sanitarios a cómo tenían que ponerse y quitarse los equipos de protección de forma segura para que no se contagiaran”. También pusieron en marcha un método para que los familiares de los enfermos más graves pudieran verlos. “Es un derecho que tienen los pacientes y muchas veces se nos olvida que necesitan que su gente esté ahí, con ellos”, remarca.

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Gran parte del trabajo de MSF se desarrolló en las residencias de mayores, los lugares que más se han visto afectados por la pandemia y en los que han fallecido miles y miles de ancianos, y en las de disminuidos psíquicos. Aquí, junto con los bomberos de la Comunidad de Madrid, se crearon circuitos y se sectorizaron los edificios para que tampoco se contagiaran los ancianos y el personal. “Lo que hemos visto es que los trabajadores en todas ellas estaba muy comprometidos y que trabajaba con mucho miedo y con mucha inseguridad”, afirma Alía. A ello se unía muchas veces que el número de empleados era muy bajo en relación con el número de residentes y que se encontraban “totalmente superados”. “Hemos vivido situaciones muy dolorosas como en una residencia en la que han muerto entre 40 y 50 mayores, lo que suponía la mitad o más de los que estaban ingresados”, relata la responsable de MSF con cierto nudo en la garganta.

La enfermera Miriam Alía, durante su entrevista en la sede de Médicos sin Fronteras en Madrid.
La enfermera Miriam Alía, durante su entrevista en la sede de Médicos sin Fronteras en Madrid.ADOLFO BARROSO

Cuando ya le cuesta hablar a Alía es cuando recuerda el testimonio de un hombre que no pudo despedirse de su esposa, tras llevar casados 57 años. Ambos vivían en la misma residencia y al hombre no le dejaron ni ir al hospital ni despedirse ni estar en el entierro. “No dejaba de decir que él ya no quería seguir vivo, que él ya no hacía nada aquí. Esta pandemia va a dejar muchas secuelas físicas y mentales, porque muchos de estos mayores han permanecido aislados durante semanas y lo han tenido que vivir solos”, añade.

En la época más dura, Alía trabaja hasta 18 horas al día, tras visitar residencias y reunirse con su equipo. “Ha habido situaciones en las que se ha negado el deber de socorro. Las residencias no son hospitales y a los mayores se les ha negado hasta tener acceso a oxígeno. Se los llevaban a un hospital y a las pocas horas los devolvían sin atenderlos. Ni siquiera tenían un suero intravenoso”, denuncia la profesional, que atendió geriátricos donde la pandemia golpeó muy fuerte como en Leganés o la Reina Sofía de Las Rozas.

Médicos sin Fronteras actuó en 86 residencias de la región y en 500 en toda España. Como vio que era imposible acudir a todos los centros en los que les pedían ayuda, decidió poner en marcha una novedad. A través de su página web, los servicios de asesoría técnica, crearon programas de formación con temas muy diversos: desde cómo ponerse y quitarse un equipo de protección integral (EPI) de forma adecuada y cómo reciclarlos para un uso posterior a cómo sectorizar los residentes sanos y separarlos de los sospechosos y de los confirmados. “Hay que tener en cuenta que el funcionamiento de estos centros cambió totalmente. Se les tuvo que enseñar a desinfectar el menaje y la ropa de las personas que estaba contagiada y de los profesionales que habían estado en contacto con ellos”, destaca la enfermera. “La gente se ha volcado. Muchos bomberos salían de trabajo y continuaban ayudándonos. Desde entonces, son mis héroes”, reconoce.

Mesa de trabajo de Miriam Alía, durante su entrevista en la sede de Médicos sin Fronteras en Madrid.
Mesa de trabajo de Miriam Alía, durante su entrevista en la sede de Médicos sin Fronteras en Madrid.ADOLFO BARROSO

En contra de un gran hospital de pandemias

¿Es adecuado un gran hospital para tratar una pandemia como la del coronavirus? La respuesta de Miriam Alía Prieto, responsable de MSF, es clara: No. Esta organización con decenas de años de experiencia en situaciones de emergencia como esta ha optado por hacer extensiones hospitalarias a pie de los centros de referencia de Leganés y Alcalá. “Los profesionales están a pocos metros de su lugar de trabajo y no se tienen que desplazar kilómetros. También se evita que los pacientes tengan que hacer grandes distancias en las que pueden empeorar, y más con esta enfermedad que evoluciona tan rápidamente”, reconoce Alía. A ello se une que los familiares están más próximos y pueden visitar a los enfermos e incluso recibir información más detallada de los profesionales.

“Si un paciente empeora, tarda uno o dos minutos en ingresar en el hospital. De la otra forma, puede ser más de una hora”, describe la responsable de MSF. También el control es mucho más rápido y se comprueba la evolución de los pacientes.

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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