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Residencias de mayores: la arquitectura también importa

Berta Brusilovsky, especializada en ‘accesibilidad cognitiva’, reclama centros adaptados al usuario que faciliten la orientación y el aislamiento sanitario

Miguel Ezquiaga Fernández
Berta Brusilovsky, arquitecta, urbanista y pionera en accesibilidad cognitiva, posando en su domicilio.
Berta Brusilovsky, arquitecta, urbanista y pionera en accesibilidad cognitiva, posando en su domicilio.Kike Para

Las residencias de mayores madrileñas se convirtieron en una suerte de presidio durante el estado de alarma. Y sus inquilinos, recluidos en habitaciones sin poder recibir visitas, fueron reos atemorizados que a diario lamentaban la muerte de otro compañero más. Este retablo de la devastación, humano y por tanto subjetivo, lo han dibujado profesionales, familiares y residentes. Unos testimonios que para la arquitecta Berta Brusilovsky no solo hablan acerca de la necesidad de medicalizar los centros, sino también sobre “las deficiencias en su diseño y concepción espacial”.

“En las residencias se ha promovido un estilo de inmueble hotelero, con largos pasillos que distribuyen las estancias”, detalla la proyectista. “Se trata de un sistema laberíntico, donde los mayores se desorientan con facilidad. Además, resulta difícil de aislar, porque los espacios comunes son únicos y compartidos por todos los residentes”, agrega sentada en el patio de su domicilio, situado en una breve colonia de la Ciudad Jardín madrileña. El complejo es similar a otros recogidos en los planes de ordenación urbana y conservación patrimonial que impulsó durante las décadas de los 80 y 90 por toda la región. Incluido el del centro histórico de la capital.

Después peinó casi toda Latinoamérica al servicio del Programa de las Nacionales Unidas para el Desarrollo. Allí Brusilovsky trabajó en la recuperación de escuelas, el asfaltado de carreteras o la instalación de iluminación viaria. A su vuelta a nuestro país, halló en la neurología de la conducta una nueva puerta de entrada a la arquitectura. Y estudió la anatomía cerebral y sus anomalías. Esta insospechada ruta le permitía mejorar el espacio construido, cuenta, adaptando los patrones de diseño a las funciones sensoriales, cognitivas y motoras de cada cual: “Las residencias de mayores podrían inspirarse en las terminales satélite de los aeropuertos, edificios sectorizados que cuentan con zonas independientes. Si clausuras un área, las demás mantienen su actividad con normalidad”, declara.

“Muchas personas mayores tienen problemas de desenvolvimiento espacial o de memoria. Imagínatelos, durante la pandemia, aislados en sus habitaciones. Sin entender del todo la situación, confusos y aturdidos. Esa ha sido la experiencia de estos meses”, agrega Brusilovsky. La arquitecta ha ideado un conjunto de apoyos —recursos de formas, colores o iluminación— que facilitan a los individuos con demencia o párkinson circular por un edificio. El método se contrastó con los afectados y desde 2016 se ha aplicado a ocho centros de día para mayores, dependientes del Ayuntamiento de Madrid. El objetivo fue “mejorar la experiencia sensorial, la comprensión del espacio y provocar acciones motoras que influyen en su actividad neurológica, aportando calidad de vida”.

Un ejemplo: “La memoria de los gestos y las expresiones se encuentra almacenada en la zona parietal izquierda del cerebro”, explica Brusilovsky. “Resultan muy habituales las lesiones de ese lóbulo durante la tercera edad, por lo que nunca colocamos pictogramas en las paredes de la institución. Es preferible utilizar figuras a gran tamaño hechas en vinilo que, mediante la imitación, induzcan a caminar en una determinada dirección”. También se recurre a la forma de la cubierta —triangular, circular o a cuatro aguas, en función de la zona— a fin de generar recorridos continuos, libres de fracturas sorpresivas que puedan dar lugar a la inquietud. Según la doctrina de Brusilovsky, las actividades que alberga el inmueble se ordenan en estructuras circulatorias, leídas en las señales que brinda el propio edificio en sus planta, sección y alzado.

Otro apoyo habitual en su diseño es el dígito, que puede apreciarse a gran tamaño por las paredes o junto a los accesos del centro de día Gertrudis de la Fuente, un edificio de 7.200 metros cuadrados de superficie repartidos en dos plantas, donde se dispone de salas de rehabilitación o estimulación sensorial. El uso del dígito no remite tanto al guarismo que representa como al símbolo en sí mismo: “El número es lo último que se pierde neurológicamente hablando. Después puede que el paciente no sepa contar los dedos de la mano, pero reconoce el número si lo ve pintado. A nosotros nos sirve para dirigir el trayecto de un lado a otro del inmueble y marcar los usos de las diferentes estancias”, cuenta Brusilovsky.

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Se trata de una secuencia de espacios previsible: el usuario debe conocer qué hubo antes y qué habrá después del punto exacto donde se encuentra. “Eso genera una agradable sensación de control y autonomía”, plantea la arquitecta. Algunos de estos saberes ya se dominan en las residencias para mayores del estado de Baviera (Alemania) o en Zurich, Suiza. Cerca de Núremberg, el Centro Lindendhof, donde viven 40 residentes, cuenta con corredores circulares que facilitan la ubicación, pues por mucho que se deambule siempre se vuelve al mismo punto. Los techos, pertrechados con placas fotosensibles, emiten distintas intensidades de luz en función de la hora del día. Y los dormitorios se encuentran unidos de tres en tres, formando una sala de estar compartida.

En Europa, este experimento se ha denominado Oasis de cuidado y está dedicado a los pacientes con mayor deterioro. Allí la atención especializada ha resultado coincidir con las necesidades de aislamiento y distanciamiento de cara a aplacar la crisis sanitaria: circuitos independientes, sectores separados y más personal. Como corolario, la accesibilidad cognitiva que defiende Brusilovsky y el conjunto de prevenciones contra la covid-19 parecen darse la mano. “De la misma manera que en caso de incendio hay zonas de aislamiento y espera, objetos de protección personal, extintores y mangueras, habrá que buscar un símil para proteger a los mayores de la pandemia”, indica la proyectista.

Esos recursos deben ser sanitarios, pero también arquitectónicos: “Nos encontramos en un momento de cambio que debería aprovecharse para repensar los espacios de mayores”, precisa Brusilovsky. En Madrid, añade, esa enmienda podría comenzar por los centros de titularidad pública, donde el Gobierno regional tiene mayor margen de maniobra. La arquitecta asegura que la cuestión tiene mucho de voluntad política: “La atención de los trabajadores de las residencias ha sido incombustible. Han llevado a cabo su labor bajo condiciones de guerra. Ahora la sociedad debe dotarles de mejores instrumentos para afrontar lo que esté por venir”, zanja.

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